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Comunidad de Responsables MARIA AUXILIADORA

DERECHO CANONICO - SOBRE LA FAMILIA

DERECHO CANONICO - SOBRE LA FAMILIA

CODIGO DE DERECHO CANONICO 

 

LIBRO IV 

DE LA FUNCION DE SANTIFICAR LA IGLESIA


 834 § 1.    La Iglesia cumple la función de santificar de modo peculiar a través de la sagrada liturgia, que con razón se considera como el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo, en la cual se significa la santificación de los hombres por signos sensibles y se realiza según la manera propia a cada uno de ellos, al par que se ejerce íntegro el culto público a Dios por parte del Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y los miembros.

 § 2.    Este culto se tributa cuando se ofrece en nombre de la Iglesia por las personas legítimamente designadas y mediante actos aprobados por la autoridad de la Iglesia.

835 § 1.    Ejercen en primer término la función de santificar los Obispos, que al tener la plenitud del sacerdocio, son los principales dispensadores de los misterios de Dios y, en la Iglesia a ellos encomendada, los moderadores, promotores y custodios de toda la vida litúrgica.

 § 2.    También la ejercen los presbíteros, quienes participando del sacerdocio de Cristo, como ministros suyos, se consagran a la celebración del culto divino y a la santificación del pueblo bajo la autoridad del Obispo.

 § 3.    En la celebración del culto divino los diáconos actúan según las disposiciones del derecho.

 § 4.    A los demás fieles les corresponde también una parte propia en la función de santificar, participando activamente, según su modo propio, en las celebraciones litúrgicas y especialmente en la Eucaristía; en la misma función participan de modo peculiar los padres, impregnado de espíritu cristiano la vida conyugal y procurando la educación cristiana de sus hijos.

836 Siendo el culto cristiano, en el que se ejerce el sacerdocio común de los fieles, una obra que procede de la fe y en ella se apoya, han de procurar diligentemente los ministros sagrados suscitar e ilustrar la fe, especialmente con el ministerio de la palabra, por la cual nace la fe y se alimenta.

837 § 1.    Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la misma Iglesia, que es «sacramento de unidad», es decir, pueblo santo reunido y ordenado bajo la guía de los Obispos; por tanto, pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan y lo realizan;. Pero afectan a cada uno de sus miembros de manera distinta, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual.

 § 2.    Las acciones litúrgicas, en la medida en que su propia naturaleza postule una celebración comunitaria y donde pueda hacerse así, se realizarán con la asistencia y participación activa de los fieles.

838 § 1.    La ordenación de la sagrada liturgia depende exclusivamente de la autoridad de la Iglesia, que reside en la Sede Apostólica y, según las normas del derecho, en el Obispo diocesano.

 § 2.    Compete a la Sede Apostólica ordenar la sagrada liturgia de la Iglesia universal, editar los libros litúrgicos, revisar sus traducciones a lenguas vernáculas y vigilar para que las normas litúrgicas se cumplan fielmente en todas partes.

 § 3.    Corresponde a las Conferencias Episcopales preparar las traducciones de los libros litúrgicos a las lenguas vernáculas, adaptándolas de manera conveniente dentro de los límites establecidos en los mismos libros litúrgicos, y editarlas con la revisión previa de la Santa Sede.

 § 4.    Al Obispo diocesano, en la Iglesia a él confiada y dentro de los límites de su competencia, le corresponde dar normas obligatorias para todos sobre materia litúrgica.

839 § 1.    También por otros medios realiza la Iglesia la función de santificar, ya con oraciones, por las que ruega a Dios que los fieles se santifiquen en la verdad; ya con obras de penitencia y de caridad, que contribuyen en gran medida a que el Reino de Cristo se enraíce y fortalezca en las almas, y cooperan también a la salvación del mundo.

 § 2.    Procuren los Ordinarios del lugar que las oraciones y prácticas piadosas y sagradas del pueblo cristiano estén en plena conformidad con las normas de la Iglesia.


PARTE I 

DE LOS SACRAMENTOS


840 Los sacramentos del Nuevo Testamento, instituidos por Cristo Nuestro Señor y encomendados a la Iglesia, en cuanto que son acciones de Cristo y de la Iglesia, son signos y medios con los que se expresa y fortalece la fe, se rinde culto a Dios y se realiza la santificación de los hombres, y por tanto contribuyen en gran medida a crear, corroborar y manifestar la comunión eclesiástica; por esta razón, tanto los sagrados ministros como los demás fieles deben comportarse con grandísima veneración y con la debida diligencia al celebrarlos.

841 Puesto que los sacramentos son los mismos para toda la Iglesia y pertenecen al depósito divino, corresponde exclusivamente a la autoridad suprema de la Iglesia aprobar o definir lo que se requiere para su validez, y a ella misma o a otra autoridad competente, de acuerdo con el c. 838 § § 3 y 4, corresponde establecer lo que se refiere a su celebración, administración y recepción lícita, así como también al ritual que debe observarse en su celebración.

842 § 1.    Quien no ha recibido el bautismo, no puede ser admitido válidamente a los demás sacramentos.

 § 2.    Los sacramentos del bautismo, de la confirmación y de la santísima Eucaristía están tan íntimamente unidos entre sí, que todos son necesarios para la plena iniciación cristiana.

843 § 1.    Los ministros sagrados no pueden negar los sacramentos a quienes los pidan de modo oportuno, estén bien dispuestos y no les sea prohibido por el derecho recibirlos.

 § 2     Los pastores de almas y los demás fieles, cada uno según su función eclesiástica, tienen obligación de procurar que quienes piden los sacramentos se preparen para recibirlos con la debida evangelización y formación catequética, atendiendo a las normas dadas por la autoridad eclesiástica competente.

844 § 1.    Los ministros católicos administran los sacramentos lícitamente sólo a los fieles católicos, los cuales, a su vez, sólo los reciben lícitamente de los ministros católicos, salvo lo establecido en los § § 2, 3 y 4 de este canon, y en el c. 861 § 2.

 § 2.    En caso de necesidad, o cuando lo aconseje una verdadera utilidad espiritual, y con tal de que se evite el peligro de error o de indiferentismo, está permitido a los fieles a quienes resulte física o moralmente imposible acudir a un ministro católico, recibir los sacramentos de la penitencia, Eucaristía y unción de los enfermos de aquellos ministros no católicos, en cuya Iglesia son válidos esos sacramentos.

 § 3.    Los ministros católicos administran lícitamente los sacramentos de la penitencia, Eucaristía y unción de los enfermos a los miembros de Iglesias orientales que no están en comunión plena con la Iglesia católica, si los piden espontáneamente y están bien dispuestos; y esta norma vale también respecto a los miembros de otras Iglesias, que, a juicio de la Sede Apostólica, se encuentran en igual condición que las citadas Iglesias orientales, por lo que se refiere a los sacramentos.

 § 4.    Si hay peligro de muerte o, a juicio del Obispo diocesano o de la Conferencia Episcopal, urge otra necesidad grave, los ministros católicos pueden administrar lícitamente esos mismos sacramentos también a los demás cristianos que no están en comunión plena con la Iglesia católica, cuando éstos no puedan acudir a un ministro de su propia comunidad y lo pidan espontáneamente, con tal de que profesen la fe católica respecto a esos sacramentos y estén bien dispuestos.

 § 5. Para los casos exceptuados en los § § 2, 3 y 4, el Obispo diocesano o la Conferencia Episcopal no deben dar normas generales sin haber consultado a la autoridad, por lo menos local, de la Iglesia o comunidad no católica de que se trate.

845 § 1.    Los sacramentos del bautismo, de la confirmación y del orden imprimen carácter y, por tanto, no pueden reiterarse.

 § 2.    Si, después de haber realizado una investigación diligente, subsiste duda prudente sobre si los sacramentos tratados en el § 1 fueron realmente recibidos o lo fueron válidamente, sean administrados bajo condición.

846 § 1.    En la celebración de los sacramentos, deben observarse fielmente los libros litúrgicos aprobados por la autoridad competente; por consiguiente nadie añada, suprima o cambie nada por propia iniciativa.

 § 2.    El ministro ha de celebrar los sacramentos según su propio rito.

847 § 1.    Para administrar los sacramentos en que deben emplearse los santos óleos, el ministro debe utilizar aceite de oliva o de otras plantas, recientemente consagrado o bendecido por el Obispo, quedando a salvo lo que prescribe el c. 999, 2; y no deben usarse los antiguos si no hay necesidad.

 § 2.    El párroco debe obtener los óleos sagrados del propio Obispo y guardarlos con diligencia en lugar decoroso.

848 Fuera de las oblaciones determinadas por la autoridad competente, el ministro no debe pedir nada por la administración de los sacramentos, y ha de procurar siempre que los necesitados no queden privados de la ayuda de los sacramentos por razón de su pobre


 TÍTULO VII 

DEL MATRIMONIO


1055  § 1.    La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados.

 § 2.    Por tanto, entre bautizados, no puede haber contrato matrimonial válido que no sea por eso mismo sacramento.

1056  Las propiedades esenciales del matrimonio son la unidad y la indisolubilidad, que en el matrimonio cristiano alcanzan una particular firmeza por razón del sacramento.

1057  § 1.    El matrimonio lo produce el consentimiento de las partes legítimamente manifestado entre personas jurídicamente hábiles, consentimiento que ningún poder humano puede suplir.

 § 2.    El consentimiento matrimonial es el acto de la voluntad, por el cual el varón y la mujer se entregan y aceptan mutuamente en alianza irrevocable para constituir el matrimonio.

1058  Pueden contraer matrimonio todos aquellos a quienes el derecho no se lo prohíbe.

1059  El matrimonio de los católicos, aunque sea católico uno solo de los contrayentes, se rige no sólo por el derecho divino sino también por el canónico, sin perjuicio de la competencia de la potestad civil sobre los efectos meramente civiles del mismo matrimonio.

1060  El matrimonio goza del favor del derecho; por lo que en la duda se ha de estar por la validez del matrimonio mientras no se pruebe lo contrario.

1061  § 1     El matrimonio válido entre bautizados se llama sólo rato, si no ha sido consumado; rato y consumado, si los cónyuges han realizado de modo humano el acto conyugal apto de por sí para engendrar la prole, al que el matrimonio se ordena por su misma naturaleza y mediante el cual los cónyuges se hacen una sola carne.

 § 2.    Una vez celebrado el matrimonio, si los cónyuges han cohabitado, se presume la consumación, mientras no se pruebe lo contrario.

 § 3.    El matrimonio inválido se llama putativo, si fue celebrado de buena fe al menos por uno de los contrayentes, hasta que ambos adquieran certeza de la nulidad.

1062  § 1.    La promesa de matrimonio, tanto unilateral como bilateral, a la que se llama esponsales, se rige por el derecho particular que haya establecido la Conferencia Episcopal, teniendo en cuenta las costumbres y las leyes civiles, si las hay.

 § 2.    La promesa de matrimonio no da origen a una acción para pedir la celebración del mismo; pero si para el resarcimiento de daños, si en algún modo es debido.

 

CAPÍTULO I 

DE LA ATENCIÓN PASTORAL Y DE LO QUE DEBE PRECEDER A LA CELEBRACIÓN DEL MATRIMONIO 

 

1063  Los pastores de almas están obligados a procurar que la propia comunidad eclesiástica preste a los fieles asistencia para que el estado matrimonial se mantenga en el espíritu cristiano y progrese hacia la perfección. Ante todo, se ha de prestar esta asistencia:

1 mediante la predicación, la catequesis acomodada a los menores, a los jóvenes y a los adultos, e incluso con los medios de comunicación social, de modo que los fieles adquieran formación sobre el significado del matrimonio cristiano y sobre la tarea de los cónyuges y padres cristianos;

2 por la preparación personal para contraer matrimonio, por la cual los novios se dispongan para la santidad y las obligaciones de su nuevo estado;

3 por una fructuosa celebración litúrgica del matrimonio, que ponga de manifiesto que los cónyuges se constituyen en signo del misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la Iglesia y que participan de él;

4 por la ayuda prestada a los casados, para que, manteniendo y defendiendo fielmente la alianza conyugal, lleguen a una vida cada vez más santa y más plena en el ámbito de la propia familia.

1064  Corresponde al Ordinario del lugar cuidar de que se organice debidamente esa asistencia, oyendo también, si parece conveniente, a hombres y mujeres de experiencia y competencia probadas.

1065  § 1.    Los católicos aún no confirmados deben recibir el sacramento de la confirmación antes de ser admitidos al matrimonio, si ello es posible sin dificultad grave.

 § 2.    Para que reciban fructuosamente el sacramento del matrimonio, se recomienda encarecidamente que los contrayentes acudan a los sacramentos de la penitencia y de la santísima Eucaristía.

1066  Antes de que se celebre el matrimonio debe constar que nada se opone a su celebración válida y lícita.

1067  La Conferencia Episcopal establecerá normas sobre el examen de los contrayentes, así como sobre las proclamas matrimoniales u otros medios oportunos para realizar las investigaciones que deben necesariamente preceder al matrimonio, de manera que, diligentemente observadas, pueda el párroco asistir al matrimonio.

1068  En peligro de muerte, si no pueden conseguirse otras pruebas, basta, a no ser que haya indicios en contra, la declaración de los contrayentes, bajo juramento según los casos, de que están bautizados y libres de todo impedimento.

1069  Todos los fieles están obligados a manifestar al párroco o al Ordinario del lugar, antes de la celebración del matrimonio, los impedimentos de que tengan noticia.

1070 Si realiza las investigaciones alguien distinto del párroco a quien corresponde asistir al matrimonio, comunicará cuanto antes su resultado al mismo párroco, mediante documento auténtico.

1071  § 1.    Excepto en caso de necesidad, nadie debe asistir sin licencia del Ordinario del lugar:

1 al matrimonio de los vagos;

2 al matrimonio que no puede ser reconocido o celebrado según la ley civil;

3 al matrimonio de quien esté sujeto a obligaciones naturales nacidas de una unión precedente, hacia la otra parte o hacia los hijos de esa unión;

4 al matrimonio de quien notoriamente hubiera abandonado la fe católica;

5 al matrimonio de quien esté incurso en una censura;

6 al matrimonio de un menor de edad, si sus padres lo ignoran o se oponen razonablemente;

7 al matrimonio por procurador, del que se trata en el c. 1105.

 § 2.    El Ordinario del lugar no debe conceder licencia para asistir al matrimonio de quien haya abandonado notoriamente la fe católica, si no es observando con las debidas adaptaciones lo establecido en el c. 1125.

1072  Procuren los pastores de almas disuadir de la celebración del matrimonio a los jóvenes que aún no han alcanzado la edad en la que según las costumbres de la región se suele contraer.

 

CAPÍTULO II 

DE LOS IMPEDIMENTOS DIRIMENTES EN GENERAL 

 

1073  El impedimento dirimente inhabilita a la persona para contraer matrimonio válidamente.

1074  Se considera público el impedimento que puede probarse en el fuero externo; en caso contrario es oculto.

1075  § 1.    Compete de modo exclusivo a la autoridad suprema de la Iglesia declarar auténticamente cuándo el derecho divino prohíbe o dirime el matrimonio.

 § 2.    Igualmente, sólo la autoridad suprema tiene el derecho a establecer otros impedimentos respecto a los bautizados.

1076  Queda reprobada cualquier costumbre que introduzca un impedimento nuevo o sea contraria a los impedimentos existentes.

1077  § 1.    Puede el Ordinario del lugar prohibir en un caso particular el matrimonio a sus propios súbditos dondequiera que residan y a todos los que de hecho moren dentro de su territorio, pero sólo temporalmente, por causa grave y mientras ésta dure.

 § 2.    Sólo la autoridad suprema de la Iglesia puede añadir a esta prohibición una cláusula dirimente.

1078  § 1.    Exceptuados aquellos impedimentos cuya dispensa se reserva a la Sede Apostólica, el Ordinario del lugar puede dispensar de todos los impedimentos de derecho eclesiástico a sus propios súbditos, cualquiera que sea el lugar en el que residen, y a todos los que de hecho moran en su territorio.

 § 2.    Los impedimentos cuya dispensa se reserva a la Sede Apostólica son:

1 el impedimento que proviene de haber recibido las sagradas órdenes o del voto público perpetuo de castidad en un instituto religioso de derecho pontificio;

2 el impedimento de crimen, del que se trata en el c. 1090.

 § 3.    Nunca se concede dispensa del impedimento de consanguinidad en línea recta o en segundo grado de línea colateral.

1079  § 1.    En peligro de muerte, el Ordinario del lugar puede dispensar a sus propios súbditos, cualquiera que sea el lugar donde residen, y a todos los que de hecho moran en su territorio, tanto de la forma que debe observarse en la celebración del matrimonio como de todos y cada uno de los impedimentos de derecho eclesiástico, ya sean públicos ya ocultos excepto el impedimento surgido del orden sagrado del presbiterado.

 § 2.    En las mismas circunstancias de las que se trata en el § 1, pero sólo para los casos en que ni siquiera sea posible acudir al Ordinario del lugar, tienen la misma facultad de dispensar el párroco, el ministro sagrado debidamente delegado y el sacerdote o diácono que asisten al matrimonio de que trata el c. 1116 § 3. En peligro de muerte, el confesor goza de la potestad de dispensar en el fuero interno de los impedimentos ocultos, tanto en la confesión sacramental como fuera de ella.

 § 4.    En el caso del que se trata en el § 2, se considera que no es posible acudir al Ordinario del lugar si sólo puede hacerse por telégrafo o teléfono.

1080  § 1.    Siempre que el impedimento se descubra cuando ya está todo preparado para las nupcias, y el matrimonio no pueda retrasarse sin peligro de daño grave hasta que se obtenga la dispensa de la autoridad competente, gozan de la potestad de dispensar de todos los impedimentos, exceptuados los que se enumeran en el c. 1078 § 2, 1, el Ordinario del lugar y, siempre que el caso sea oculto, todos los que se mencionan en el c. 1079 § § 2 y 3, observando las condiciones que allí se prescriben.

 § 2.    Esta potestad vale también para convalidar un matrimonio, si existe el mismo peligro en la demora y no hay tiempo para recurrir a la Sede Apostólica, o al Ordinario del lugar cuando se trate de impedimentos de los que puede dispensar.

1081  Tanto el párroco como el sacerdote o el diácono, a los que se refiere el  c. 1079 §2, han de comunicar inmediatamente al Ordinario del lugar la dispensa concedida para el fuero externo; y ésta debe anotarse en el libro de matrimonios.

1082  A no ser que el rescripto de la Penitenciaria determine otra cosa, la dispensa de un impedimento oculto concedida en el fuero interno no sacramental se anotará en el libro que debe guardarse en el archivo secreto de la curia; y no es necesaria ulterior dispensa para el fuero externo, si el impedimento oculto llegase más tarde a hacerse público.

 

CAPÍTULO III 

DE LOS IMPEDIMENTOS DIRIMENTES EN PARTICULAR 

 

1083  § 1.    No puede contraer matrimonio válido el varón antes de los dieciséis años cumplidos, ni la mujer antes de los catorce, también cumplidos.

 § 2.    Puede la Conferencia Episcopal establecer una edad superior para la celebración lícita del matrimonio.

1084  § 1.    La impotencia antecedente y perpetua para realizar el acto conyugal, tanto por parte del hombre como de la mujer, ya absoluta ya relativa, hace nulo el matrimonio por su misma naturaleza.

 § 2.    Si el impedimento de impotencia es dudoso, con duda de derecho o de hecho, no se debe impedir el matrimonio ni, mientras persista la duda, declararlo nulo.

 § 3.    La esterilidad no prohíbe ni dirime el matrimonio, sin perjuicio de lo que se prescribe en el c. 1098.

1085  § 1.    Atenta inválidamente matrimonio quien está ligado por el vínculo de un matrimonio anterior, aunque no haya sido consumado.

 § 2.    Aun cuando el matrimonio anterior sea nulo o haya sido disuelto por cualquier causa, no por eso es lícito contraer otro antes de que conste legítimamente y con certeza la nulidad o disolución del precedente.

1086  § 1. Es inválido el matrimonio entre dos personas, una de las cuales fue bautizada en la Iglesia católica o recibida en su seno y no se ha apartado de ella por acto formal, y otra no bautizada.

 § 2.    No se dispense este impedimento si no se cumplen las condiciones indicadas en los cc. 125 y 1126.

 § 3.    Si al contraer el matrimonio, una parte era comúnmente tenida por bautizada o su bautismo era dudoso, se ha de presumir, conforme al c. 1060, la validez del matrimonio hasta que se pruebe con certeza que uno de los contrayentes estaba bautizado y el otro no.

1087  Atentan inválidamente el matrimonio quienes han recibido las órdenes sagradas.

1088  Atentan inválidamente el matrimonio quienes están vinculados por voto público perpetuo de castidad en un instituto religioso.

1089  No puede haber matrimonio entre un hombre y una mujer raptada o al menos retenida con miras a contraer matrimonio con ella, a no ser que después la mujer, separada del raptor y hallándose en lugar seguro y libre, elija voluntariamente el matrimonio.

1090  § 1.    Quien, con el fin de contraer matrimonio con una determinada persona, causa la muerte del cónyuge de ésta o de su propio cónyuge, atenta inválidamente ese matrimonio.

 § 2.    También atentan inválidamente el matrimonio entre sí quienes con una cooperación mutua, física o moral, causaron la muerte del cónyuge.

1091  § 1.    En línea recta de consanguinidad, es nulo el matrimonio entre todos los ascendientes y descendientes, tanto legítimos como naturales.

 § 2.    En línea colateral, es nulo hasta el cuarto grado inclusive.

 § 3.    El impedimento de consanguinidad no se multiplica.

 § 4.    Nunca debe permitirse el matrimonio cuando subsiste alguna duda sobre si las partes son consanguíneas en algún grado de línea recta o en segundo grado de línea colateral.

1092  La afinidad en línea recta dirime el matrimonio en cualquier grado.

1093  El impedimento de pública honestidad surge del matrimonio inválido después de instaurada la vida en común o del concubinato notorio o público; y dirime el matrimonio en el primer grado de línea recta entre el varón y las consanguíneas de la mujer y viceversa.

1094  No pueden contraer válidamente matrimonio entre sí quienes están unidos por parentesco legal proveniente de la adopción, en línea recta o en segundo grado de línea colateral.

 

CAPÍTULO IV 

DEL CONSENTIMIENTO MATRIMONIAL 

 

1095  Son incapaces de contraer matrimonio:

1 quienes carecen de suficiente uso de razón;

2 quienes tienen un grave defecto de discreción de juicio acerca de los derechos y deberes esenciales del matrimonio que mutuamente se han de dar y aceptar;

3 quienes no pueden asumir las obligaciones esenciales del matrimonio por causas de naturaleza psíquica.

1096  § 1.    Para que pueda haber consentimiento matrimonial, es necesario que los contrayentes no ignoren al menos que el matrimonio es un consorcio permanente entre un varón y una mujer, ordenado a la procreación de la prole mediante una cierta cooperación sexual.

 § 2.    Esta ignorancia no se presume después de la pubertad.

1097  § 1.    El error acerca de la persona hace inválido el matrimonio.

 § 2.    El error acerca de una cualidad de la persona, aunque sea causa del contrato, no dirime el matrimonio, a no ser que se pretenda esta cualidad directa y principalmente.

1098  Quien contrae el matrimonio engañado por dolo, provocado para obtener su consentimiento, acerca de una cualidad del otro contrayente, que por su naturaleza puede perturbar gravemente el consorcio de vida conyugal, contrae inválidamente.

1099  El error acerca de la unidad, de la indisolubilidad o de la dignidad sacramental del matrimonio, con tal que no determine a la voluntad, no vicia el consentimiento matrimonial.

1100  La certeza o la opinión acerca de la nulidad del matrimonio no excluye necesariamente el consentimiento matrimonial.

1101  § 1.    El consentimiento interno de la voluntad se presume que está conforme con las palabras o signos empleados al celebrar el matrimonio.

 § 2.    Pero si uno o ambos contrayentes excluyen con un acto positivo de la voluntad el matrimonio mismo, o un elemento esencial del matrimonio, o una propiedad esencial, contraen inválidamente.

1102  § 1.    No puede contraerse válidamente matrimonio bajo condición de futuro.

 § 2.    El matrimonio contraído bajo condición de pasado o de presente es válido o no, según que se verifique o no aquello que es objeto de la condición.

 § 3.    Sin embargo, la condición que trata el § 2 no puede ponerse lícitamente sin licencia escrita del Ordinario del lugar.

1103  Es inválido el matrimonio contraído por violencia o por miedo grave proveniente de una causa externa, incluso el no inferido con miras al matrimonio, para librarse del cual alguien se vea obligado a casarse.

1104  § 1.    Para contraer válidamente matrimonio es necesario que ambos contrayentes se hallen presentes en un mismo lugar, o en persona o por medio de un procurador.

 § 2.    Expresen los esposos con palabras el consentimiento matrimonial; o, si no pueden hablar, con signos equivalentes.

1105  § 1.    Para contraer válidamente matrimonio por procurador, se requiere:

1 que se haya dado mandato especial para contraer con una persona determinada;

2 que el procurador haya sido designado por el mandante, y desempeñe personalmente esa función.

 § 2.    Para la validez del mandato se requiere que esté firmado por el mandante y, además, por el párroco o el Ordinario del lugar donde se da el mandato, o por un sacerdote delegado por uno de ellos, o al menos por dos testigos; o debe hacerse mediante documento auténtico a tenor del derecho civil.

 § 3.    Si el mandante no puede escribir, se ha de hacer constar esta circunstancia en el mandato, y se añadirá otro testigo, que debe firmar también el escrito; en caso contrario, el mandato es nulo.

 § 4.    Si el mandante, antes de que el procurador haya contraído en su nombre, revoca el mandato o cae en amencia, el matrimonio es inválido, aunque el procurador o el otro contrayente lo ignoren.

1106  El matrimonio puede contraerse mediante intérprete, pero el párroco no debe asistir si no le consta la fidelidad del intérprete.

1107  Aunque el matrimonio se hubiera contraído inválidamente por razón de un impedimento o defecto de forma, se presume que el consentimiento prestado persevera, mientras no conste su revocación.

 

CAPÍTULO V 

DE LA FORMA DE CELEBRAR EL MATRIMONIO 

 

1108  § 1.    Solamente son válidos aquellos matrimonios que se contraen ante el Ordinario del lugar o el párroco, o un sacerdote o diácono delegado por uno de ellos para que asistan, y ante dos testigos, de acuerdo con las reglas establecidas en los cánones que siguen, y quedando a salvo las excepciones de que se trata en los cc. 144, 1112 § 1, 1116 y 1127 § § 1 y 2.

 § 2.    Se entiende que asiste al matrimonio sólo aquel que, estando presente, pide la manifestación del consentimiento de los contrayentes y la recibe en nombre de la Iglesia.

1109  El Ordinario del lugar y el párroco, a no ser que por sentencia o por decreto estuvieran excomulgados, o en entredicho, o suspendidos del oficio, o declarados tales, en virtud del oficio asisten válidamente en su territorio a los matrimonios no sólo de los súbditos, sino también de los que no son súbditos, con tal de que uno de ellos sea de rito latino.

1110  El Ordinario y el párroco personales, en razón de su oficio sólo asisten válidamente al matrimonio de aquellos de los que uno al menos es súbdito suyo, dentro de los límites de su jurisdicción.

1111  § 1.    El Ordinario del lugar y el párroco, mientras desempeñan válidamente su oficio, pueden delegar a sacerdotes y a diáconos la facultad, incluso general, de asistir a los matrimonios dentro de los límites de su territorio.

 § 2.    Para que sea válida la delegación de la facultad de asistir a los matrimonios debe otorgarse expresamente a personas determinadas; si se trata de una delegación especial, ha de darse para un matrimonio determinado, y si se trata de una delegación general, debe concederse por escrito.

1112  § 1.    Donde no haya sacerdotes ni diáconos, el Obispo diocesano, previo voto favorable de la Conferencia Episcopal y obtenida licencia de la Santa Sede, puede delegar a laicos para que asistan a los matrimonios.

 § 2.    Se debe elegir un laico idóneo, capaz de instruir a los contrayentes y apto para celebrar debidamente la liturgia matrimonial.

1113  Antes de conceder una delegación especial, se ha de cumplir todo lo establecido por el derecho para comprobar el estado de libertad.

1114  Quien asiste al matrimonio actúa ilícitamente si no le consta el estado de libertad de los contrayentes a tenor del derecho y si, cada vez que asiste en virtud de una delegación general, no pide licencia al párroco, cuando es posible.

1115  Se han de celebrar los matrimonios en la parroquia donde uno de los contrayentes tiene su domicilio o cuasi domicilió o ha residido durante un mes, o, si se trata de vagos, en la parroquia donde se encuentran en ese momento; con licencia del Ordinario propio o del párroco propio se pueden celebrar en otro lugar.

1116  § 1.    Si no hay alguien que sea competente conforme al derecho para asistir al matrimonio, o no se puede acudir a él sin grave dificultad, quienes pretenden contraer verdadero matrimonio pueden hacerlo válida y lícitamente estando presentes sólo los testigos:

1 en peligro de muerte;

2 fuera de peligro de muerte, con tal de que se prevea prudentemente que esa situación va a prolongarse durante un mes.

 § 2.    En ambos casos, si hay otro sacerdote o diácono que pueda estar presente, ha de ser llamado y debe presenciar el matrimonio juntamente con los testigos, sin perjuicio de la validez del matrimonio sólo ante testigos.

1117  La forma arriba establecida se ha de observar si al menos uno de los contrayentes fue bautizado en la Iglesia católica o recibido en ella y no se ha apartado de ella por acto formal, sin perjuicio de lo establecido en el c. 1127 § 2.

1118  § 1.    El matrimonio entre católicos o entre una parte católica y otra parte bautizada no católica se debe celebrar en una iglesia parroquial; con licencia del Ordinario del lugar o del párroco puede celebrarse en otra iglesia u oratorio.

 § 2.    El Ordinario del lugar puede permitir la celebración del matrimonio en otro lugar conveniente.

 § 3.    El matrimonio entre una parte católica y otra no bautizada podrá celebrarse en una iglesia o en otro lugar conveniente.

1119  Fuera del caso de necesidad, en la celebración del matrimonio se deben observar los ritos prescritos en los libros litúrgicos aprobados por la Iglesia o introducidos por costumbres legítimas.

1120  Con el reconocimiento de la Santa Sede, la Conferencia Episcopal puede elaborar un rito propio del matrimonio, congruente con los usos de los lugares y de los pueblos adaptados al espíritu cristiano; quedando, sin embargo, en pie la ley según la cual quien asiste al matrimonio estando personalmente presente, debe pedir y recibir la manifestación del consentimiento de los contrayentes.

1121  § 1.    Después de celebrarse el matrimonio, el párroco del lugar donde se celebró o quien hace sus veces, aunque ninguno de ellos hubiera asistido al matrimonio, debe anotar cuanto antes en el registro matrimonial los nombres de los cónyuges, del asistente y de los testigos, y el lugar y día de la celebración, según el modo prescrito por la Conferencia Episcopal o por el Obispo diocesano.

 § 2.    Cuando se contrae el matrimonio según lo previsto en el c. 1116, el sacerdote o el diácono, si estuvo presente en la celebración, o en caso contrario los testigos, están obligados solidariamente con los contrayentes a comunicar cuanto antes al párroco o al Ordinario del lugar que se ha celebrado el matrimonio.

 § 3.    Por lo que se refiere al matrimonio contraído con dispensa de la forma canónica, el Ordinario del lugar que concedió la dispensa debe cuidar de que se anote la dispensa y la celebración en el registro de matrimonios, tanto de la curia como de la parroquia propia de la parte católica, cuyo párroco realizó las investigaciones acerca del estado de libertad; el cónyuge católico está obligado a notificar cuanto antes al mismo Ordinario y al párroco que se ha celebrado el matrimonio, haciendo constar también el lugar donde se ha contraído, y la forma pública que se ha observado.

1122  § 1.    El matrimonio ha de anotarse también en los registros de bautismos en los que está inscrito el bautismo de los cónyuges.

 § 2.    Si un cónyuge no ha contraído matrimonio en la parroquia en la que fue bautizado, el párroco del lugar en el que se celebró debe enviar cuanto antes notificación del matrimonio contraído al párroco del lugar donde se administró el bautismo.

1123  Cuando se convalida un matrimonio para el fuero externo, o es declarado nulo, o se disuelve legítimamente por una causa distinta de la muerte, debe comunicarse esta circunstancia al párroco del lugar donde se celebró el matrimonio, para que se haga como está mandado la anotación en los registros de matrimonio y de bautismo.

 

CAPÍTULO VI 

DE LOS MATRIMONIOS MIXTOS 

 

1124  Está prohibido, sin licencia expresa de la autoridad competente, el matrimonio entre dos personas bautizadas, una de las cuales haya sido bautizada en la Iglesia católica o recibida en ella después del bautismo y no se haya apartado de ella mediante un acto formal, y otra adscrita a una Iglesia o comunidad eclesial que no se halle en comunión plena con la Iglesia católica.

1125  Si hay una causa justa y razonable, el Ordinario del lugar puede conceder esta licencia; pero no debe otorgarla si no se cumplen las condiciones que siguen:

1 que la parte católica declare que está dispuesta a evitar cualquier peligro de apartarse de la fe, y prometa sinceramente que hará cuanto le sea posible para que toda la prole se bautice y se eduque en la Iglesia católica;

2 que se informe en su momento al otro contrayente sobre las promesas que debe hacer la parte católica, de modo que conste que es verdaderamente consciente de la promesa y de la obligación de la parte católica;

3 que ambas partes sean instruidas sobre los fines y propiedades esenciales del matrimonio, que no pueden ser excluidos por ninguno de los dos.

1126  Corresponde a la Conferencia Episcopal determinar tanto el modo según el cual han de hacerse estas declaraciones y promesas, que son siempre necesarias, como la manera de que quede constancia de las mismas en el fuero externo y de que se informe a la parte no católica.

1127  § 1.    En cuanto a la forma que debe emplearse en el matrimonio mixto, se han de observar las prescripciones del c. 1108; pero si contrae matrimonio una parte católica con otra no católica de rito oriental, la forma canónica se requiere únicamente para la licitud; pero se requiere para la validez la intervención de un ministro sagrado, observadas las demás prescripciones del derecho.

 § 2.    Si hay graves dificultades para observar la forma canónica, el Ordinario del lugar de la parte católica tiene derecho a dispensar de ella en cada caso, pero consultando al Ordinario del lugar en que se celebra el matrimonio y permaneciendo para la validez la exigencia de alguna forma pública de celebración; compete a la Conferencia Episcopal establecer normas para que dicha dispensa se conceda con unidad de criterio.

 § 3.    Se prohíbe que, antes o después de la celebración canónica a tenor del § 1, haya otra celebración religiosa del mismo matrimonio para prestar o renovar el consentimiento matrimonial; asimismo, no debe hacerse una ceremonia religiosa en la cual, juntos el asistente católico y el ministro no católico y realizando cada uno de ellos su propio rito, pidan el consentimiento de los contrayentes.

1128  Los Ordinarios del lugar y los demás pastores de almas deben cuidar de que no falte al cónyuge católico, y a los hijos nacidos de matrimonio mixto, la asistencia espiritual para cumplir sus obligaciones y han de ayudar a los cónyuges a fomentar la unidad de su vida conyugal y familiar.

1129  Las prescripciones de los cc. 1127 y 1128 se aplican también a los matrimonios para los que obsta el impedimento de disparidad de cultos, del que trata el c. 1086 § 1.

 

CAPÍTULO VII 

DE LA CELEBRACIÓN DEL MATRIMONIO EN SECRETO 

 

1130  Por causa grave y urgente, el Ordinario del lugar puede permitir que el matrimonio se celebre en secreto.

1131 El permiso para celebrar el matrimonio en secreto lleva consigo:

1 que se lleven a cabo en secreto las investigaciones que han de hacerse antes del matrimonio;

2 que el Ordinario del lugar, el asistente, los testigos y los cónyuges guarden secreto del matrimonio celebrado.

1132  Cesa para el Ordinario del lugar la obligación de guardar secreto, de la que se trata en el c. 1131, 2, si por la observancia del secreto hay peligro inminente de escándalo grave o de grave injuria a la santidad del matrimonio, y así debe advertirlo a las partes antes de la celebración del matrimonio.

1133  El matrimonio celebrado en secreto se anotará sólo en un registro especial, que se ha de guardar en el archivo secreto de la curia.

 

CAPÍTULO VIII 

DE LOS EFECTOS DEL MATRIMONIO 

 

1134  Del matrimonio válido se origina entre los cónyuges un vínculo perpetuo y exclusivo por su misma naturaleza; además, en el matrimonio cristiano los cónyuges son fortalecidos y quedan como consagrados por un sacramento peculiar para los deberes y la dignidad de su estado.

1135  Ambos cónyuges tienen igual obligación y derecho respecto a todo aquello que pertenece al consorcio de la vida conyugal.

1136  Los padres tienen la obligación gravísima y el derecho primario de cuidar en la medida de sus fuerzas de la educación de la prole, tanto física, social y cultural como moral y religiosa.

1137  Son legítimos los hijos concebidos o nacidos de matrimonio válido o putativo.

1138  § 1.    El matrimonio muestra quién es el padre, a no ser que se pruebe lo contrario con razones evidentes.

 § 2.    Se presumen legítimos los hijos nacidos al menos 180 días después de celebrarse el matrimonio, o dentro de 300 días a partir de la disolución de la vida conyugal.

1139  Los hijos ilegítimos se legitiman por el matrimonio subsiguiente de los padres tanto válido como putativo, o por rescripto de la Santa Sede.

1140  Por lo que se refiere a los efectos canónicos, los hijos legitimados se equiparan en todo a los legítimos, a no ser que en el derecho se disponga expresamente otra cosa.

 

 

CAPÍTULO IX 

DE LA SEPARACIÓN DE LOS CÓNYUGES 

Art. 1. DE LA DISOLUCIÓN DEL VÍNCULO 

 

1141  El matrimonio rato y consumado no puede ser disuelto por ningún poder humano, ni por ninguna causa fuera de la muerte.

1142  El matrimonio no consumado entre bautizados, o entre parte bautizada y parte no bautizada, puede ser disuelto con causa justa por el Romano Pontífice, a petición de ambas partes o de una de ellas, aunque la otra se oponga.

1143  § 1.    El matrimonio contraído por dos personas no bautizadas se disuelve por el privilegio paulino en favor de la fe de la parte que ha recibido el bautismo, por el mismo hecho de que ésta contraiga un nuevo matrimonio, con tal de que la parte no bautizada se separe.

 § 2.    Se considera que la parte no bautizada se separa, si no quiere cohabitar con la parte bautizada, o cohabitar pacíficamente sin ofensa del Creador, a no ser que ésta, después de recibir el bautismo, le hubiera dado un motivo justo para separarse.

1144  § 1.    Para que la parte bautizada contraiga válidamente un nuevo matrimonio se debe siempre interpelar a la parte no bautizada:

1 si quiere también ella recibir el bautismo;

2 si quiere al menos cohabitar pacíficamente con la parte bautizada, sin ofensa del Creador.

 § 2.    Esta interpelación debe hacerse después del bautismo; sin embargo, con causa grave, el Ordinario del lugar puede permitir que se haga antes, e incluso dispensar de ella, tanto antes como después del bautismo, con tal de que conste, al menos por un procedimiento sumario y extrajudicial, que no pudo hacerse o que hubiera sido inútil.

1145  § 1.    La interpelación se hará normalmente por la autoridad del Ordinario del lugar de la parte convertida; este Ordinario ha de conceder al otro cónyuge, si lo pide, un plazo para responder, advirtiéndole sin embargo de que, pasado inútilmente ese plazo, su silencio se entenderá como respuesta negativa.

 § 2.    Si la forma arriba indicada no puede observarse, es válida y también lícita la interpelación hecha, incluso de modo privado, por la parte convertida.

 § 3.    En los dos casos anteriores, debe constar legítimamente en el fuero externo que se ha hecho la interpelación y cuál ha sido su resultado.

1146  La parte bautizada tiene derecho a contraer nuevo matrimonio con otra persona católica:

1 si la otra parte responde negativamente a la interpelación, o si legítimamente no se hizo ésta;

2 si la parte no bautizada, interpelada o no, habiendo continuado la cohabitación pacífica sin ofensa al Creador, se separa después sin causa justa, quedando en pie lo que prescriben los cc. 1144 y 1145.

1147  Sin embargo, por causa grave, el Ordinario del lugar puede conceder que la parte bautizada, usando el privilegio paulino, contraiga matrimonio con parte no católica, bautizada o no, observando también las prescripciones de los cánones sobre los matrimonios mixtos.

1148  § 1.    Al recibir el bautismo en la Iglesia católica un no bautizado que tenga simultáneamente varias mujeres tampoco bautizadas, si le resulta duro permanecer con la primera de ellas, puede quedarse con una de las otras, apartando de sí las demás. Lo mismo vale para la mujer no bautizada que tenga simultáneamente varios maridos no bautizados.

 § 2.    En los casos que trata el § 1, el matrimonio se ha de contraer según la forma legítima, una vez recibido el bautismo, observando también, si es del caso, las prescripciones sobre los matrimonios mixtos y las demás disposiciones del derecho.

 § 3.    Teniendo en cuenta la condición moral, social y económica de los lugares y de las personas, el Ordinario del lugar ha de cuidar de que, según las normas de la justicia, de la caridad cristiana y de la equidad natural, se provea suficientemente a las necesidades de la primera mujer y de las demás que hayan sido apartadas.

1149  El no bautizado a quien, una vez recibido el bautismo en la Iglesia Católica, no le es posible restablecer la cohabitación con el otro cónyuge no bautizado por razón de cautividad o de persecución, puede contraer nuevo matrimonio, aunque la otra parte hubiera recibido entretanto el bautismo, quedando en vigor lo que prescribe el c. 1141.

1150  En caso de duda, el privilegio de la fe goza del favor del derecho.

 

Art. 2. DE LA SEPARACIÓN PERMANECIENDO EL VÍNCULO 

 

1151  Los cónyuges tienen el deber y el derecho de mantener la convivencia conyugal, a no ser que les excuse una causa legítima.

1152  § 1.    Aunque se recomienda encarecidamente que el cónyuge, movido por la caridad cristiana y teniendo presente el bien de la familia, no niegue el perdón a la comparte adúltera ni interrumpa la vida matrimonial, si a pesar de todo no perdonase expresa o tácitamente esa culpa, tiene derecho a romper la convivencia conyugal, a no ser que hubiera consentido en el adulterio, o hubiera sido causa del mismo, o él también hubiera cometido adulterio.

 § 2.    Hay condonación tácita si el cónyuge inocente, después de haberse cerciorado del adulterio, prosigue espontáneamente en el trato marital con el otro cónyuge; la condonación se presume si durante seis meses continúa la convivencia conyugal, sin haber recurrido a la autoridad eclesiástica o civil.

 § 3.    Si el cónyuge inocente interrumpe por su propia voluntad la convivencia conyugal, debe proponer en el plazo de seis meses causa de separación ante la autoridad eclesiástica competente, la cual, ponderando todas las circunstancias, ha de considerar si es posible mover al cónyuge inocente a que perdone la culpa y no se separe para siempre.

1153  § 1.    Si uno de los cónyuges pone en grave peligro espiritual o corporal al otro o a la prole, o de otro modo hace demasiado dura la vida en común, proporciona al otro un motivo legítimo para separarse, con autorización del Ordinario del lugar y, si la demora implica un peligro, también por autoridad propia.

 § 2.    Al cesar la causa de la separación, se ha de restablecer siempre la convivencia conyugal, a no ser que la autoridad eclesiástica determine otra cosa.

1154  Realizada la separación de los cónyuges, hay que proveer siempre de modo oportuno a la debida sustentación y educación de los hijos.

1155  El cónyuge inocente puede admitir de nuevo al otro a la vida conyugal, y es de alabar que así lo haga; y en ese caso, renuncia al derecho de separarse.

 

CAPÍTULO X 

DE LA CONVALIDACIÓN DEL MATRIMONIO 

Art. 1. DE LA CONVALIDACIÓN SIMPLE 

 

1156  § 1.    Para convalidar el matrimonio que es nulo por causa de un impedimento dirimente, es necesario que cese el impedimento o se obtenga dispensa del mismo, y que renueve el consentimiento por lo menos el cónyuge que conocía la existencia del impedimento.

 § 2.    Esta renovación se requiere por derecho eclesiástico para la validez de la convalidación, aunque ya desde el primer momento ambos contrayentes hubieran dado su consentimiento y no lo hubiesen revocado posteriormente.

1157  La renovación del consentimiento debe ser un nuevo acto de voluntad sobre el matrimonio por parte de quien sabe u opina que fue nulo desde el comienzo.

1158  § 1.    Si el impedimento es público, ambos contrayentes han de renovar el consentimiento en la forma canónica, quedando a salvo lo que prescribe el c. 1127   

 § 2.  Si el impedimento no puede probarse, basta que el consentimiento se renueve privadamente y en secreto por el contrayente que conoce la existencia del impedimento, con tal de que el otro persevere en el consentimiento que dio; o por ambos contrayentes, si los dos conocen la existencia del impedimento.

1159  § 1.    El matrimonio nulo por defecto de consentimiento se convalida si consiente quien antes no había consentido, con tal de que persevere el consentimiento dado por la otra parte.

  § 2.    Si no puede probarse el defecto de consentimiento, basta que privadamente y en secreto preste su consentimiento quien no lo había dado.

 § 3.    Si el defecto de consentimiento puede probarse, es necesario que el consentimiento se preste en forma canónica.

1160  Para que se haga válido un matrimonio nulo por defecto de forma, debe contraerse de nuevo en forma canónica, sin perjuicio de lo que prescribe el  c. 1127 § 2.

 

Art. 2. DE LA SANACIÓN EN RAÍZ 

 

1161  § 1.    La sanación en la raíz de un matrimonio nulo es la convalidación del mismo, sin que haya de renovarse el consentimiento, concedida por la autoridad competente; y lleva consigo la dispensa del impedimento, si lo hay, y de la forma canónica, si no se observó, así como la retrotracción al pasado de los efectos canónicos.

 § 2.    La convalidación tiene lugar desde el momento en el que se concede la gracia; y se entiende que la retrotracción alcanza hasta el momento en el que se celebró el matrimonio, a no ser que se diga expresamente otra cosa.

 § 3.    Sólo debe concederse la sanación en la raíz cuando sea probable que las partes quieren perseverar en la vida conyugal.

1162  § 1.    Si falta el consentimiento en las dos partes o en una de ellas, el matrimonio no puede sanarse en la raíz, tanto si el consentimiento faltó desde el comienzo, como si fue dado en el primer momento y luego fue revocado.

 § 2.    Si faltó el consentimiento en el comienzo, pero fue dado posteriomente, puede concederse la sanación a partir del momento en el que se prestó el consentimiento.

1163  § 1.    Puede sanarse el matrimonio nulo por impedimento o por defecto de la forma legítima, con tal de que persevere el consentimiento de ambas partes.

 § 2.    El matrimonio nulo por un impedimento de derecho natural o divino positivo sólo puede sanarse una vez que haya cesado el impedimento.

1164  La sanación puede también concederse ignorándolo una de las partes o las dos; pero no debe otorgarse sin causa grave.

1165  § 1.    La sanación en la raíz puede ser concedida por la Sede Apostólica.

 § 2.    Puede ser concedida por el Obispo diocesano en cada caso, aun cuando concurran varios motivos de nulidad en un mismo matrimonio, cumpliéndose las condiciones establecidas en el c. 1125 para la sanación de los matrimonios mixtos; pero no puede otorgarla el Obispo si existe un impedimento cuya dispensa se reserva a la Sede Apostólica conforme al c. 1078 § 2, o se trata de un impedimento de derecho natural o divino positivo que ya haya cesado.


SOBRE LA REGULACION DE LA NATALIDAD

SOBRE LA REGULACION DE LA NATALIDAD

HUMANAE VITAE

Encíclica de Pablo VI

SOBRE LA REGULACION DE LA NATALIDAD

 

La transmisión de la vida

1. El gravísimo deber de transmitir la vida humana ha sido siempre para los esposos, colaboradores libres y responsables de Dios Creador, fuente de grandes alegrías aunque algunas veces acompañadas de no pocas dificultades y angustias.

En todos los tiempos ha planteado el cumplimiento de este deber serios problemas en la conciencia de los cónyuges, pero con la actual transformación de la sociedad se han verificado unos cambios tales que han hecho surgir nuevas cuestiones que la Iglesia no podía ignorar por tratarse de una materia relacionada tan de cerca con la vida y la felicidad de los hombres.

 

I. NUEVOS ASPECTOS DEL PROBLEMA Y COMPETENCIA DEL MAGISTERIO

Nuevo enfoque del problema

2. Los cambios que se han producido son, en efecto, notables y de diversa índole. Se trata, ante todo, del rápido desarrollo demográfico. Muchos manifiestan el temor de que la población mundial aumente más rápidamente que las reservas de que dispone, con creciente angustia para tantas familias y pueblos en vía de desarrollo, siendo grande la tentación de las Autoridades de oponer a este peligro medidas radicales. Además, las condiciones de trabajo y de habitación y las múltiples exigencias que van aumentando en el campo económico y en el de la educación, con frecuencia hacen hoy difícil el mantenimiento adecuado de un número elevado de hijos.

Se asiste también a un cambio, tanto en el modo de considerar la personalidad de la mujer y su puesto en la sociedad, como en el valor que hay que atribuir al amor conyugal dentro del matrimonio y en el aprecio que se debe dar al significado de los actos conyugales en relación con este amor.

Finalmente y sobre todo, el hombre ha llevado a cabo progresos estupendos en el dominio y en la organización racional de las fuerzas de la naturaleza, de modo que tiende a extender ese dominio a su mismo ser global: al cuerpo, a la vida psíquica, a la vida social y hasta las leyes que regulan la transmisión de la vida.

 

3. El nuevo estado de cosas hace plantear nuevas preguntas. Consideradas las condiciones de la vida actual y dado el significado que las relaciones conyugales tienen en orden a la armonía entre los esposos y a su mutua fidelidad, ¿no sería indicado revisionar las normas éticas hasta ahora vigentes, sobre todo si se considera que las mismas no pueden observarse sin sacrificios, algunas veces heroicos?

Más aún: extendiendo a este campo la aplicación del llamado "principio de totalidad" ¿no se podría admitir que la intención de una fecundidad menos exuberante, pero más racional, transformase la intervención materialmente esterilizadora en un control lícito y prudente de los nacimientos? Es decir, ¿no se podría admitir que la finalidad procreadora pertenezca al conjunto de la vida conyugal más bien que a cada uno de los actos? Se pregunta también si, dado el creciente sentido de responsabilidad del hombre moderno, no haya llegado el momento de someter a su razón y a su voluntad, más que a los ritmos biológicos de su organismo, la tarea de regular la natalidad.

 

Competencia del Magisterio

4. Estas cuestiones exigían del Magisterio de la Iglesia una nueva y profunda reflexión acerca de los principios de la doctrina moral del matrimonio, doctrina fundada sobre la ley natural, iluminada y enriquecida por la Revelación divina.

Ningún fiel querrá negar que corresponda al Magisterio de la Iglesia el interpretar también la ley moral natural. Es, en efecto incontrovertible -como tantas veces han declarado Nuestros predecesores1 - que Jesucristo, al comunicar a Pedro y a los Apóstoles su autoridad divina y al enviarlos a enseñar a todas las gentes sus mandamientos 2, los constituía en custodios y en intérpretes auténticos de toda ley moral, es decir, no sólo de la ley evangélica, sino también de la natural, expresión de la voluntad de Dios, cuyo cumplimiento fiel es igualmente necesario para salvarse 3.

En conformidad con esta su misión, la Iglesia dio siempre, y con más amplitud en los tiempos recientes, una doctrina coherente tanto sobre la naturaleza del matrimonio como sobre el recto uso de los derechos conyugales y sobre las obligaciones de los esposos 4.

 

Estudios especiales

5. La conciencia de esa misma misión nos indujo a confirmar y a ampliar la Comisión de Estudio que nuestro Predecesor Juan XXIII, de f. m., había instituido en el mes de marzo del año 1963. Esta Comisión de la que formaban parte bastantes estudiosos de las diversas disciplinas relacionadas con la materia y parejas de esposos, tenía la finalidad de recoger opiniones acerca de las nuevas cuestiones referentes a la vida conyugal, en particular la regulación de la natalidad, y de suministrar elementos de información oportunos, para que el Magisterio pudiese dar una respuesta adecuada a la espera de los fieles y de la opinión pública mundial 5.

Los trabajos de estos peritos, así como los sucesivos pareceres y los consejos de buen número de Nuestros Hermanos en el Episcopado quienes los enviaron espontáneamente o respondiendo a una petición expresa, nos han permitido ponderar mejor los diversos aspectos del complejo argumento. Por ello les expresamos de corazón a todos Nuestra viva gratitud.

 

La respuesta del Magisterio

6. No podíamos, sin embargo, considerar como definitivas las conclusiones a que había llegado la Comisión, ni dispensarnos de examinar personalmente la grave cuestión; entre otros motivos, porque en seno a la Comisión no se había alcanzado una plena concordancia de juicios acerca de las normas morales a proponer y, sobre todo, porque habían aflorado algunos criterios de soluciones que se separaban de la doctrina moral sobre el matrimonio propuesta por el Magisterio de la Iglesia con constante firmeza. Por ello, habiendo examinado atentamente la documentación que se Nos presentó y después de madura reflexión y de asiduas plegarias, queremos ahora, en virtud del mandato que Cristo Nos confió, dar Nuestra respuesta a estas graves cuestiones.

 

II. PRINCIPIOS DOCTRINALES

Una visión global del hombre

7. El problema de la natalidad, como cualquier otro referente a la vida humana, hay que considerarlo, por encima de las perspectivas parciales de orden biológico o psicológico, demográfico o sociológico, a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena sino también sobrenatural y eterna. Y puesto que, en el tentativo de justificar los métodos artificiales del control de los nacimientos, muchos han apelado a las exigencias del amor conyugal y de una "paternidad responsable", conviene precisar bien el verdadero concepto de estas dos grandes realidades de la vida matrimonial, remitiéndonos sobre todo a cuanto ha declarado, a este respecto, en forma altamente autorizada, el Concilio Vaticano

II en la Constitución pastoral Gaudium et Spes.

 

El amor conyugal

8. La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se revelan cuando éste es considerado en su fuente suprema, Dios, que es Amor 6, "el Padre de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra" 7.

El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas.

En los bautizados el matrimonio reviste, además, la dignidad de signo sacramental de la gracia, en cuanto representa la unión de Cristo y de la Iglesia.

 

Sus características

9. Bajo esta luz aparecen claramente las notas y las exigencias características del amor conyugal, siendo de suma importancia tener una idea exacta de ellas.

Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual al mismo tiempo. No es por tanto una simple efusión del instinto y del sentimiento sino que es también y principalmente un acto de la voluntad libre, destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores de la vida cotidiana, de forma que los esposos se conviertan en un solo corazón y en una sola alma y juntos alcancen su perfección humana.

Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas. Quien ama de verdad a su propio consorte, no lo ama sólo por lo que de él recibe sino por sí mismo, gozoso de poderlo enriquecer con el don de sí.

Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Así lo conciben el esposo y la esposa el día en que asumen libremente y con plena conciencia el empeño del vínculo matrimonial. Fidelidad que a veces puede resultar difícil pero que siempre es posible, noble y meritoria; nadie puede negarlo. El ejemplo de numerosos esposos a través de los siglos demuestra que la fidelidad no sólo es connatural al matrimonio sino también manantial de felicidad profunda y duradera.

Es, por fin, un amor fecundo que no se agota en la comunión entre los esposos sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas. "El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres" 8.

 

La paternidad responsable

10. Por ello el amor conyugal exige a los esposos una conciencia de su misión de "paternidad responsable" sobre la que hoy tanto se insiste con razón y que hay que comprender exactamente. Hay que considerarla bajo diversos aspectos legítimos y relacionados entre sí.

En relación con los procesos biológicos, paternidad responsable significa conocimiento y respeto de sus funciones; la inteligencia descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la persona humana 9.

En relación con las tendencias del instinto y de las pasiones, la paternidad responsable comporta el dominio necesario que sobre aquellas han de ejercer la razón y la voluntad.

En relación con las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales, la paternidad responsable se pone en práctica ya sea con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido.

La paternidad responsable comporta sobre todo una vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia. El ejercicio responsable de la paternidad exige, por tanto, que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para consigo mismo, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores.

En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan por tanto libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la Iglesia 10.

 

Respetar la naturaleza y la finalidad del acto matrimonial

11. Estos actos, con los cuales los esposos se unen en casta intimidad, y a través de los cuales se transmite la vida humana, son, como ha recordado el Concilio, "honestos y dignos" 11, y no cesan de ser legítimos si, por causas independientes de la voluntad de los cónyuges, se prevén infecundos, porque continúan ordenados a expresar y consolidar su unión. De hecho, como atestigua la experiencia, no se sigue una nueva vida de cada uno de los actos conyugales. Dios ha dispuesto con sabiduría leyes y ritmos naturales de fecundidad que por sí mismos distancian los nacimientos. La Iglesia, sin embargo, al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural interpretada por su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial (quilibet matrimonii usus) debe quedar abierto a la transmisión de la vida 12.

 

Inseparables los dos aspectos: Unión y procreación

12. Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador. Efectivamente, el acto conyugal, por su íntima estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer. Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad. Nos pensamos que los hombres, en particular los de nuestro tiempo, se encuentran en grado de comprender el carácter profundamente razonable y humano de este principio fundamental.

 

 

 

Fidelidad al plan de Dios

13. Justamente se hace notar que un acto conyugal impuesto al cónyuge sin considerar su condición actual y sus legítimos deseos, no es un verdadero acto de amor; y prescinde por tanto de una exigencia del recto orden moral en las relaciones entre los esposos. Así, quien reflexiona rectamente deberá también reconocer que un acto de amor recíproco, que prejuzgue la disponibilidad a transmitir la vida que Dios Creador, según particulares leyes, ha puesto en él, está en contradicción con el designio constitutivo del matrimonio y con la voluntad del Autor de la vida. Usar este don divino destruyendo su significado y su finalidad, aun sólo parcialmente, es contradecir la naturaleza del hombre y de la mujer y sus más íntimas relaciones, y por lo mismo es contradecir también el plan de Dios y su voluntad. Usufructuar en cambio el don del amor conyugal respetando las leyes del proceso generador significa reconocerse no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino más bien administradores del plan establecido por el Creador. En efecto, al igual que el hombre no tiene un dominio ilimitado sobre su cuerpo en general, del mismo modo tampoco lo tiene, con más razón, sobre las facultades generadoras en cuanto tales, en virtud de su ordenación intrínseca a originar la vida, de la que Dios es principio. "La vida humana es sagrada, recordaba Juan XXIII; desde su comienzo, compromete directamente la acción creadora de Dios" 13.

 

Vías ilícitas para la regulación de los nacimientos

14. En conformidad con estos principios fundamentales de la visión humana y cristiana del matrimonio, debemos una vez más declarar que hay que excluir absolutamente, como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas 14.

Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer 15; queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación 16.

Tampoco se pueden invocar como razones válidas, para justificar los actos conyugales intencionalmente infecundos, el mal menor o el hecho de que tales actos constituirían un todo con los actos fecundos anteriores o que seguirán después y que por tanto compartirían la única e idéntica bondad moral. En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande 17, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien 18, es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social. Es por tanto un error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo, y por esto intrínsecamente deshonesto, pueda ser cohonestado por el conjunto de una vida conyugal fecunda.

 

Licitud de los medios terapéuticos

15. La Iglesia, en cambio, no retiene de ningún modo ilícito el uso de los medios terapéuticos verdaderamente necesarios para curar enfermedades del organismo, a pesar de que se siguiese un impedimento, aun previsto, para la procreación, con tal de que ese impedimento no sea, por cualquier motivo, directamente querido 19.

 

Licitud del recurso a los periodos infecundos

16. A estas enseñanzas de la Iglesia sobre la moral conyugal se objeta hoy, como observábamos antes (n. 3), que es prerrogativa de la inteligencia humana dominar las energías de la naturaleza irracional y orientarlas hacia un fin en conformidad con el bien del hombre. Algunos se preguntan: actualmente, ¿no es quizás racional recurrir en muchas circunstancias al control artificial de los nacimientos, si con ello se obtienen la armonía y la tranquilidad de la familia y mejores condiciones para la educación de los hijos ya nacidos? A esta pregunta hay que responder con claridad: la Iglesia es la primera en elogiar y en recomendar la intervención de la inteligencia en una obra que tan de cerca asocia la creatura racional a su Creador, pero afirma que esto debe hacerse respetando el orden establecido por Dios.

Por consiguiente si para espaciar los nacimientos existen serios motivos, derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges, o de circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras para usar del matrimonio sólo en los periodos infecundos y así regular la natalidad sin ofender los principios morales que acabamos de recordar 20.

La Iglesia es coherente consigo misma cuando juzga lícito el recurso a los periodos infecundos, mientras condena siempre como ilícito el uso de medios directamente contrarios a la fecundación, aunque se haga por razones aparentemente honestas y serias. En realidad, entre ambos casos existe una diferencia esencial: en el primero los cónyuges se sirven legítimamente de una disposición natural; en el segundo impiden el desarrollo de los procesos naturales. Es verdad que tanto en uno como en otro caso, los cónyuges están de acuerdo en la voluntad positiva de evitar la prole por razones plausibles, buscando la seguridad de que no se seguirá; pero es igualmente verdad que solamente en el primer caso renuncian conscientemente al uso del matrimonio en los periodos fecundos cuando por justos motivos la procreación no es deseable, y hacen uso después en los periodos agenésicos para manifestarse el afecto y para salvaguardar la mutua fidelidad. Obrando así ellos dan prueba de amor verdadero e integralmente honesto.

Graves consecuencias de los métodos de regulación artificial de la natalidad

17. Los hombres rectos podrán convencerse todavía de la consistencia de la doctrina de la Iglesia en este campo si reflexionan sobre las consecuencias de los métodos de la regulación artificial de la natalidad. Consideren, antes que nada, el camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad. No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y para comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables en este punto tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia. Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoístico y no como a compañera, respetada y amada.

Reflexiónese también sobre el arma peligrosa que de este modo se llegaría a poner en las manos de Autoridades Públicas despreocupadas de las exigencias morales. ¿Quién podría reprochar a un Gobierno el aplicar a la solución de los problemas de la colectividad lo que hubiera sido reconocido lícito a los cónyuges para la solución de un problema familiar? ¿Quién impediría a los Gobernantes favorecer y hasta imponer a sus pueblos, si lo consideraran necesario, el método anticonceptivo que ellos juzgaren más eficaz? En tal modo los hombres, queriendo evitar las dificultades individuales, familiares o sociales que se encuentran en el cumplimiento de la ley divina, llegarían a dejar a merced de la intervención de las Autoridades Públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal.

Por tanto, sino se quiere exponer al arbitrio de los hombres la misión de engendrar la vida, se deben reconocer necesariamente unos límites infranqueables a la posibilidad de dominio del hombre sobre su propio cuerpo y sus funciones; límites que a ningún hombre, privado o revestido de autoridad, es lícito quebrantar. Y tales límites no pueden ser determinados sino por el respeto debido a la integridad del organismo humano y de sus funciones, según los principios antes recordados y según la recta inteligencia del "principio de totalidad" ilustrado por Nuestro predecesor Pío XII 21.

 

La Iglesia, garantía de los auténticos valores humanos

18. Se puede prever que estas enseñanzas no serán quizá fácilmente aceptadas por todos: son demasiadas las voces -ampliadas por los modernos medios de propaganda- que están en contraste con la Iglesia. A decir verdad, ésta no se maravilla de ser, a semejanza de su divino Fundador, "signo de contradicción" 22, pero no deja por esto de proclamar con humilde firmeza toda la ley moral, natural y evangélica. La Iglesia no ha sido la autora de éstas, ni puede por tanto ser su árbitro, sino solamente su depositaria e intérprete, sin poder jamás declarar lícito lo que no lo es por su íntima e inmutable oposición al verdadero bien del hombre.

Al defender la moral conyugal en su integridad, la Iglesia sabe que contribuye a la instauración de una civilización verdaderamente humana; ella compromete al hombre a no abdicar la propia responsabilidad para someterse a los medios técnicos; defiende con esto mismo la dignidad de los cónyuges. Fiel a las enseñanzas y al ejemplo del Salvador, ella se demuestra amiga sincera y desinteresada de los hombres a quienes quiere ayudar, ya desde su camino terreno, "a participar como hijos a la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres" 23.

 

III. DIRECTIVAS PASTORALES

La Iglesia Madre y Maestra

19. Nuestra Palabra no sería expresión adecuada del pensamiento y de las solicitudes de la Iglesia, Madre y Maestra de todas las gentes, si, después de haber invitado a los hombres a observar y a respetar la ley divina referente al matrimonio, no les confortase en el camino de una honesta regulación de la natalidad, aun en medio de las difíciles condiciones que hoy afligen a las familias y a los pueblos. La Iglesia, efectivamente, no puede tener otra actitud para con los hombres que la del Redentor: conoce su debilidad, tiene compasión de las muchedumbres, acoge a los pecadores, pero no puede renunciar a enseñar la ley que en realidad es la propia de una vida humana llevada a su verdad originaria y conducida por el Espíritu de Dios 24.

 

Posibilidad de observar la ley divina

20. La doctrina de la Iglesia en materia de regulación de la natalidad, promulgadora de la ley divina, aparecerá fácilmente a los ojos de muchos difícil e incluso imposible en la práctica. Y en verdad que, como todas las grandes y beneficiosas realidades, exige un serio empeño y muchos esfuerzos de orden familiar, individual y social. Más aun, no sería posible actuarla sin la ayuda de Dios, que sostiene y fortalece la buena voluntad de los hombres. Pero a todo aquel que reflexione seriamente, no puede menos de aparecer que tales esfuerzos ennoblecen al hombre y benefician la comunidad humana.

 

Dominio de sí mismo

21. Una práctica honesta de la regulación de la natalidad exige sobre todo a los esposos adquirir y poseer sólidas convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y de la familia, y también una tendencia a procurarse un perfecto dominio de sí mismos. El dominio del instinto, mediante la razón y la voluntad libre, impone sin ningún género de duda una ascética, para que las manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el orden recto y particularmente para observar la continencia periódica. Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime. Exige un esfuerzo continuo, pero, en virtud de su influjo beneficioso, los cónyuges desarrollan íntegramente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales: aportando a la vida familiar frutos de serenidad y de paz y facilitando la solución de otros problemas; favoreciendo la atención hacia el otro cónyuge; ayudando a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y enraizando más su sentido de responsabilidad. Los padres adquieren así la capacidad de un influjo más profundo y eficaz para educar a los hijos; los niños y los jóvenes crecen en la justa estima de los valores humanos y en el desarrollo sereno y armónico de sus facultades espirituales y sensibles.

 

Crear un ambiente favorable a la castidad

22. Nos queremos en esta ocasión llamar la atención de los educadores y de todos aquellos que tienen incumbencia de responsabilidad en orden al bien común de la convivencia humana, sobre la necesidad de crear un clima favorable a la educación de la castidad, es decir, al triunfo de la libertad sobre el libertinaje, mediante el respeto del orden moral.

Todo lo que en los medios modernos de comunicación social conduce a la excitación de los sentidos, al desenfreno de las costumbres, como cualquier forma de pornografía y de espectáculos licenciosos, debe suscitar la franca y unánime reacción de todas las personas, solícitas del progreso de la civilización y de la defensa de los supremos bienes del espíritu humano. En vano se trataría de buscar justificación a estas depravaciones con el pretexto de exigencias artísticas o científicas 25, o aduciendo como argumento la libertad concedida en este campo por las Autoridades Públicas.

 

Llamamiento a las Autoridades públicas

23. Nos decimos a los Gobernantes, que son los primeros responsables del bien común y que tanto pueden hacer para salvaguardar las costumbres morales: no permitáis que se degrade la moralidad de vuestros pueblos; no aceptéis que se introduzcan legalmente en la célula fundamental, que es la familia, prácticas contrarias a la ley natural y divina. Es otro el camino por el cual los Poderes Públicos pueden y deben contribuir a la solución del problema demográfico: el de una cuidadosa política familiar y de una sabia educación de los pueblos, que respete la ley moral y la libertad de los ciudadanos.

Somos conscientes de las graves dificultades con que tropiezan los Poderes Públicos a este respecto, especialmente en los pueblos en vía de desarrollo. A sus legítimas preocupaciones hemos dedicado Nuestra Encíclica Populorum Progressio. Y con Nuestro Predecesor, Juan XXIII, seguimos diciendo: "Estas dificultades no se superan con el recurso a métodos y medios que son indignos del hombre y cuya explicación está sólo en una concepción estrechamente materialística del hombre mismo y de su vida. La verdadera solución solamente se halla en el desarrollo económico y en el progreso social, que respeten y promuevan los verdaderos valores humanos, individuales y sociales" 26. Tampoco se podría hacer responsable, sin grave injusticia, a la Divina Providencia de lo que por el contrario dependería de una menor sagacidad de gobierno, de un escaso sentido de la justicia social, de un monopolio egoísta o también de la indolencia reprobable en afrontar los esfuerzos y sacrificios necesarios para asegurar la elevación del nivel de vida de un pueblo y de todos sus hijos 27. Que todos los Poderes responsables -como ya algunos lo vienen haciendo laudablemente- reaviven generosamente los propios esfuerzos, y que no cese de extenderse el mutuo apoyo entre todos los miembros de la familia humana: es un campo inmenso el que se abre de este modo a la actividad de las grandes organizaciones internacionales.

 

A los hombres de ciencia

24. Queremos ahora alentar a los hombres de ciencia, los cuales "pueden contribuir notablemente al bien del matrimonio y de la familia y a la paz de las conciencias si, uniendo sus estudios, se proponen aclarar más profundamente las diversas condiciones favorables a una honesta regulación de la procreación humana" 28. Es de desear en particular que, según el augurio expresado ya por Pío XII, la ciencia médica logre dar una base, suficientemente segura, para una regulación de nacimientos, fundada en la observancia de los ritmos naturales 29. De este modo los científicos, y en especial los católicos, contribuirán a demostrar con los hechos que, como enseña la Iglesia, "no puede haber verdadera contradicción entre las leyes divinas que regulan la transmisión de la vida y aquellas que favorecen un auténtico amor conyugal" 30.

 

A los esposos cristianos

25. Nuestra palabra se dirige ahora más directamente a Nuestros hijos, en particular a los llamados por Dios a servirlo en el matrimonio. La Iglesia, al mismo tiempo que enseña las exigencias imprescriptibles de la ley divina, anuncia la salvación y abre con los sacramentos los caminos de la gracia, la cual hace del hombre una nueva criatura, capaz de corresponder en el amor y en la verdadera libertad al designio de su Creador y Salvador, y de encontrar suave el yugo de Cristo 31.

Los esposos cristianos, pues, dóciles a su voz, deben recordar que su vocación cristiana, iniciada en el bautismo, se ha especificado y fortalecido ulteriormente con el Sacramento del Matrimonio. Por lo mismo los cónyuges son corroborados y como consagrados para cumplir fielmente los propios deberes, para realizar su vocación hasta la perfección y para dar un testimonio, propio de ellos, delante del mundo 32. A ellos ha confiado el Señor la misión de hacer visible ante los hombres la santidad y la suavidad de la ley que une el amor mutuo de los esposos con su cooperación al amor de Dios, autor de la vida humana.

No es nuestra intención ocultar las dificultades, a veces graves, inherentes a la vida de los cónyuges cristianos; para ellos como para todos "la puerta es estrecha y angosta la senda que lleva a la vida" 33. La esperanza de esta vida debe iluminar su camino, mientras se esfuerzan animosamente por vivir con prudencia, justicia y piedad en el tiempo 34, conscientes de que la forma de este mundo es pasajera 35.

Afronten, pues, los esposos los necesarios esfuerzos, apoyados por la fe y por la esperanza que "no engaña porque el amor de Dios ha sido difundido en nuestros corazones junto con el Espíritu Santo que nos ha sido dado" 36; invoquen con oración perseverante la ayuda divina; acudan sobre todo a la fuente de gracia y de caridad en la Eucaristía. Y si el pecado les sorprendiese todavía, no se desanimen, sino que recurran con humilde perseverancia a la misericordia de Dios, que se concede en el Sacramento de la Penitencia. Podrán realizar así la plenitud de la vida conyugal, descrita por el Apóstol: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia (...). Los maridos deben amar a sus esposas como a su propio cuerpo. Amar a la esposa ¿no es acaso amarse a sí mismo? Nadie ha odiado jamás su propia carne, sino que la nutre y la cuida, como Cristo a su Iglesia (...). Este misterio es grande, pero entendido de Cristo y la Iglesia. Por lo que se refiere a vosotros, cada uno en particular ame a su esposa como a sí mismo y la mujer respete a su propio marido" 37.

 

Apostolado entre los hogares

26. Entre los frutos logrados con un generoso esfuerzo de fidelidad a la ley divina, uno de los más preciosos es que los cónyuges no rara vez sienten el deseo de comunicar a los demás su experiencia. Una nueva e importantísima forma de apostolado entre semejantes se inserta de este modo en el amplio cuadro de la vocación de los laicos: los mismos esposos se convierten en guía de otros esposos. Esta es sin duda, entre las numerosas formas de apostolado, una de las que hoy aparecen más oportunas 38.

 

A los médicos y al personal sanitario

27. Estimamos altamente a los médicos y a los miembros del personal de sanidad, quienes en el ejercicio de su profesión sienten entrañablemente las superiores exigencias de su vocación cristiana, por encima de todo interés humano. Perseveren, pues, en promover constantemente las soluciones inspiradas en la fe y en la recta razón, y se esfuercen en fomentar la convicción y el respeto de las mismas en su ambiente. Consideren también como propio deber profesional el procurarse toda la ciencia necesaria en este aspecto delicado, con el fin de poder dar a los esposos que los consultan sabios consejos y directrices sanas que de ellos esperan con todo derecho.

 

 

 

A los sacerdotes

28. Amados hijos sacerdotes, que sois por vocación los consejeros y los directores espirituales de las personas y de las familias, a vosotros queremos dirigirnos ahora con toda confianza. Vuestra primera incumbencia -en especial la de aquellos que enseñan la teología moral- es exponer sin ambigüedades la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio. Sed los primeros en dar ejemplo de obsequio leal, interna y externamente, al Magisterio de la Iglesia, en el ejercicio de vuestro ministerio. Tal obsequio, bien lo sabéis, es obligatorio no sólo por las razones aducidas, sino sobre todo por razón de la luz del Espíritu Santo, de la cual están particularmente asistidos los Pastores de la Iglesia para ilustrar la verdad 39. Conocéis también la suma importancia que tiene para la paz de las conciencias y para la unidad del pueblo cristiano, que en el campo de la moral y del dogma se atengan todos al Magisterio de la Iglesia y hablen del mismo modo. Por esto renovamos con todo Nuestro ánimo el angustioso llamamiento del Apóstol Pablo: "Os ruego, hermanos, por el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, que todos habléis igualmente, y no haya entre vosotros cismas, antes seáis concordes en el mismo pensar y en el mismo sentir" 40.

 

29. No menoscabar en nada la saludable doctrina de Cristo es una forma de caridad eminente hacia las almas. Pero esto debe ir acompañado siempre de la paciencia y de la bondad de que el mismo Señor dio ejemplo en su trato con los hombres. Venido no para juzgar sino para salvar 41, El fue ciertamente intransigente con el mal, pero misericordioso con las personas.

Que en medio de sus dificultades encuentren siempre los cónyuges en las palabras y en el corazón del sacerdote el eco de la voz y del amor del Redentor.

Hablad además con confianza, amados hijos, seguros de que el Espíritu de Dios que asiste al Magisterio en el proponer la doctrina, ilumina internamente los corazones de los fieles, invitándolos a prestar su asentimiento. Enseñad a los esposos el camino necesario de la oración, preparadlos a que acudan con frecuencia y con fe a los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia, sin que se dejen nunca desalentar por su debilidad.

 

A los Obispos

30. Queridos y Venerables Hermanos en el Episcopado, con quienes compartimos más de cerca la solicitud del bien espiritual del Pueblo de Dios, a vosotros va nuestro pensamiento reverente y afectuoso al final de esta Encíclica. A todos dirigimos una apremiante invitación. Trabajad al frente de los sacerdotes, vuestros colaboradores, y de vuestros fieles con ardor y sin descanso por la salvaguardia y la santidad del matrimonio para que sea vivido en toda su plenitud humana y cristiana. Considerad esta misión como una de vuestras responsabilidades más urgentes en el tiempo actual. Esto supone, como sabéis, una acción pastoral, coordinada en todos los campos de la actividad humana, económica, cultural y social; en efecto, solo mejorando simultáneamente todos estos sectores, se podrá hacer no sólo tolerable sino más fácil y feliz la vida de los padres y de los hijos en el seno de la familia, más fraterna y pacífica la convivencia en la sociedad humana, respetando fielmente el designio de Dios sobre el mundo.

 

Llamamiento final

31. Venerables Hermanos, amadísimos Hijos y todos vosotros, hombres de buena voluntad: Es grande la obra de educación, de progreso y de amor a la cual os llamamos, fundamentándose en la doctrina de la Iglesia, de la cual el Sucesor de Pedro es, con sus Hermanos en el Episcopado, depositario e intérprete. Obra grande de verdad, estamos convencidos de ello, tanto para el mundo como para la Iglesia, ya que el hombre no puede hallar la verdadera felicidad, a la que aspira con todo su ser, más que en el respeto de las leyes grabads por Dios en su naturaleza y que debe observar con inteligencia y amor. Nos invocamos sobre esta tarea, como sobre todos vosotros y en particular sobre los esposos, la abundancia de las gracias del Dios de santidad y de misericordia, en prenda de las cuales os otorgamos Nuestra Bendición Apostólica.

 

   Dado en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta del Apóstol Santiago, 25 de Julio de 1968, VI de Nuestro Pontificado.

PABLO PP. VI



ANUNCIO de la BUENA NUEVA

ANUNCIO de la BUENA NUEVA

COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”

DIÓCESIS DE LIMA

ESCUELA DE EVANGELIZACIÓN JUAN PABLO II

 

Curso: Predicación

Ofelia (calverolefi@hotmail.com)

 

EL ESTUDIO Y EL ANUNCIO DE LA BUENA NUEVA

El estudio tiene una finalidad esencialmente apostólica. Está en función de la predicación. No pretende formar simples maestros, sino predicadoras predicadores. Un estudio sin finalidad apostólica perdería su carácter dominicano y eclesial.

El estudio no tiene como fin principal hacer de nosotros especialistas en filosofía y en teología. Tiende a manifestar el sentido de las cosas y del mundo, del hombre y de las situaciones humanas, del plan de Dios en la historia. Esta manifestación de sentido es para nosotros una tarea eclesial.

El estudio nos forma para responder a nuestra vocación particular en el seno de la Iglesia, de ejercer la dimensión profética. Por eso elegimos vivir juntos en comunidad la aventura intelectual del estudio sin fin, la confrontación de la palabra de Dios, la exigencia de la verdad, la disciplina de un cuestionamiento a plantear y a percibir, y la pasión de comprender.

El estudio es el camino hacia la santidad que abre nuestros corazones y nuestras mentes a los demás, que crea comunidad y forma a los que proclaman llenos de confianza la venida del Reino.

 

2.- La anunciación

El estudio es en sí mismo un acto de esperanza, puesto que expresa nuestra confianza en que nuestra vida y los sufrimientos de la gente tienen un significado. Y este significado es como un don, como una Palabra de Esperanza que promete vida.

 

En primer lugar: hay un momento de atención. María escucha la buena nueva que se le anuncia. Y este es el comienzo de nuestro estudio la atención a la Palabra de esperanza proclamada en la escritura.

En segundo lugar: es un momento de fertilidad, ahí está atenta esperando y escuchando. Y el fruto de su atención es que lleva en sus entrañas a un niño, el verbo hecha carne. Su escucha impele toda su creatividad, toda su fertilidad femenina. De igual modo nuestro estudio, la atención a la palabra de Dios, debería hacer brotar la fuente de nuestra fertilidad, debería llevarnos a hacer nacer a Cristo en nuestro mundo. En un mundo que parece con frecuencia como fracasado y estéril, nosotros hacemos nacer a Cristo en un milagro de creatividad. Donde quiera que se escuche la palabra de Dios, ésta no habla sólo de esperanza sino de una esperanza que se hace carne y sangre en nuestras vidas y palabras. ¿Son nuestros estudios momentos de real creatividad, de encarnación? ¡Las casas de estudio deberías ser como salas de parto!

En tercer lugar: en un momento en el que el pueblo de Dios parece estar abandonado y sin esperanza, Dios da a su pueblo un futuro, un camino hacia el Reino. La anunciación transforma la manera de entender la historia del pueblo de Dios. ¿Preparan nuestros estudios el camino para la venida de Cristo?.

 

3.- Aprender a escuchar

María escuchaba las palabras del Ángel, la buena nueva de nuestra salvación. Este es el comienzo de todo estudio. Estudiar no “el desarrollo de la facultad de atención constituye el verdadero objeto y casi el único interés del estudios” esta receptividad esta apertura del oído que es la característica de todo estudio está íntimamente unida en el fondo a la oración. Ambas piden que estemos en silencio esperando que la Palabra de Dios venga a nosotros.

 

María escucho la promesa del ángel, y llevó en su seno la Palabra de Vida.

Esto parece muy sencillo. ¿Qué más necesitamos sino abrirnos a la Palabra de Dios dicha en la escritura? ¿Por qué tenemos que estudiar y hacer talleres cuando tenemos la Palabra de Dios? No es fácil dar razón de nuestra esperanza. Dios es amor y el amor triunfó sobre la muerte. Pero no fue tan sencillo para maría “ella se conturbó por estas palabras y discurría qué significaría aquel saludo” comenzamos a escuchar cuando nos atrevemos a estar perplejo, conturbados. ¡Cómo será esto, puesto que no conozco varón?

 

4.- La confianza en el estudio

El estudio debería ser ante todo un placer, la pura delicia de descubrir que las cosas tiene sentid, a pesar de todas las evidencias encontradas, tanto en nuestra vida, en la historia humana como en el versículo concreto de la Escritura. Nuestros centros de estudios deben ser escuelas de alegría porque se basan en la creencia de que es posible llegar a cierto entendimiento de nuestro mundo y de nuestra vida. La historia humana no es el conflicto sin sentido e interminable; la creación en que vivimos y de la que formamos parte no es el resultado de un ocaso sino obra de Cristo: todo fue creado por él y para é, el existe con anterioridad a todo tiene en él si consistencia” (Col 1,16) la sabiduría danza ante el trono de Dios cuando está creando el mundo y la finalidad de todo estudio está en compartir este placer. “la inteligencia sólo puede ser guiada por el desee. Pero para que haya deseo tiene que haber placer y gozo en el trabajo. El gozo de aprender es tan dispensable para el estudio como la respiración para correr”.

 

¡Por qué es tan arduo el estudio para muchos de mostros? En parte porque estamos marcados por una cultura que perdió su confianza en el estudio como actividad útil dudando que la discusión pueda llevarnos hasta la verdad por la que suspiramos. y esa falta de confianza puede asumir dos formas: un relativismo que desespera de poder llegar nunca a la verdad y el fundamentalismo que afirma que la posee ya completamente. Nuestros centros de estudio son escuelas de esperanza.

Cuando nos reunimos para estudiar nuestra comunidad es una “santa predicación” que ha perdido su confianza en el valor de la razón, dan testimonio de que es posible buscar en común la verdad. Deberíamos aprender a confiar los unos en los otros como comunidad en el diálogo y compañeros en la aventura.

La finalidad última de la disciplina intelectual de nuestro estudio consiste en llevarnos a ese momento de conversión, a la destrucción de nuestras falsas imágenes de Dios para poder acercarnos al misterio.

En cuanto a nosotros, escuchar la Palabra nos pedirá liberarnos de las falsas ideologías de nuestro tiempo ¿cuáles son nuestros falsos dioses?

Seguramente que uno de ellos es la idolatría, el culto del mercado y el ansia de poder. Todo nuestro mundo está seducido por una mitología todo se puede comprarse y venderse…nuestros centros de estudios deberían ser lugares donde nos liberamos de esta visón reductiva del mundo y donde aprendemos de nuevo a maravillarnos agradecidos por los bienes gratuitos de Dios.

 

5.-El estudio y la construcción de la comunidad.

El estudio no sólo debe abrir nuestro corazón al otro sino introducirnos en una comunidad. Estudiar es entrar en una conversación con nuestros propios hermanos y con otros seres humanos en nuestra búsqueda de la verdad que nos hará libres. Tenemos la responsabilidad de decir palabras constructoras de comunidad que eduquen a los demás que curen las heridas y den vida. Nuestro estudio nos prepara para proclamar la palabra liberadora.

Nuestras palabras de esperanza solamente tendrán autoridad si están enraizadas en un estudio serio de la Palabra de Dios y en nuestro análisis de nuestra sociedad contemporánea

LA PALABRA QUE ANUNCIAMOS

LA PALABRA QUE ANUNCIAMOS

COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”

DIÓCESIS DE LIMA

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ESCUELA DE EVANGEIZACIÓN JUAN PABLO II

 

Curso: Predicación

 

LA PALABRA QUE ANUNCIAMOS SE ESCUCHA EN EL SILENCIO SE ACOGE EN LA ORACIÓN

 

1.-CONTEMPLAR Y PROCLAMAR

Contemplari et contemplata aliis trádere, "Es más perfecto comunicar a los otros lo que se ha contemplado que únicamente contemplar. Resulta evidente, cuando las cosas se ven detenidamente, que la célebre fórmula de Tomás no es sino una condensación, quizás inconsciente, de los versículos que abren la primera carta de Juan: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida -pues la vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y que se nos manifestó-, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn 1,1-3).

 

2.-CONTEMPLACIÓN Y EVANGELIZACIÓN:

En estas dos palabras se puede sintetizar el carisma de los predicadores.

La contemplación se ejerce en una doble dirección:

  • El estudio de la verdad:

Dios es la luz y fuente del estudio, el predicador debe estar atento a la tradición viva de la Iglesia, dialoga con los sabios y vive abierto a todos los problemas contemporáneos.

  • La liturgia y la oración personal:

La contemplación de las cosas divinas se realiza primordialmente en las celebraciones litúrgicas y en la lectura divina, pero también en la oración personal.

 

Ambas formas de contemplación preparan al predicador a la misión fundamental, la predicación del Evangelio para la salvación de los hombres por el conocimiento de Jesucristo el Señor.

 

3.-LA ORACIÓN

La oración fundamentalmente es relación con el que nos habita. ¡Dios está dentro de tí!, ¡Dios nos habita!. Cuando una persona ora es que quiere empezar a vivir desde dentro. “Donde está tu tesoro -dice Jesús- está tu corazón.” El que nos habita es un Dios que es vida y fecundidad. La oración es también como una madre, con ella el mundo interior comienza a irradiarse. Poco a poco de ella podemos esperar un nuevo modo de ser y de vivir. ¿“Dónde te despojarás de tu amor propio?, ¿dónde te dispondrás a dar la vida por el honor de Dios y la salvación de las almas? En esta dulce

madre, la oración. (carta de Sta. Catalina de Siena a su sobrina Eugenia). En la oración el protagonismo es de Dios, nosotros acallamos para que Dios haga lo demás. El silencio, la oración es para disponerse a vivir de otra manera. Huimos de la oración porque creemos que no sirve, que “no pasa” nada o, al contrario, porque intuimos que la oración es una revolución ¡Es terrible caer en las manos del Dios vivo! La oración se convierte siempre en exigencia de actuación; no sólo reclama un comportamiento ético justo sino el “negarse a sí mismo” evangélico; es entrar en un camino de transformación, de maduración en el cual el fruto es la persona capaz de dar testimonio de lo divino en su vida cotidiana. Lo importante no es hacer sino ser y dar vida a los demás siendo. La oración es siempre, en este sentido, comunitaria, una comunión con los demás… Si la oración es unión con Dios, Dios no es otro que “el Padre de Nuestro Señor Jesucristo”, el que se entregó en favor de todos. La oración como Jesús es en favor de todos. En realidad uno no ora para ser el mejor sino para que Dios se manifieste mejor.

 

4.-ORACIÓN DE ENCARNACIÓN.

Santo Domingo fue un fraile de su tiempo; por lo tanto esencialmente contemplativo.

Los momentos de oración eran los momentos más propios de su vida de canónigo regular. Pero las circunstancias - a través de las cuales es necesario descubrir el plan de

Dios, y él lo descubrió,- le pusieron en contacto con una humanidad doliente y extraviada, en el sur de Francia. Esto dio forma nueva a su oración.

La espiritualidad de Domingo es una espiritualidad de encarnación: desde los hombres y para los hombres. Sus primeros biógrafos insisten en cómo continuamente hablaba de Dios. Pero también de cómo hablaba largamente con Dios. En este diálogo con Dios - la oración siempre es diálogo, y, por lo tanto, más escucha que charla -, quería saber qué sería de los pecadores. Los hombres y mujeres estaban en su oración.

A partir de ese momento, su contemplación se centró en descubrir a Dios, su proyecto de amor a los hombres, en esos hombres y mujeres con los que se encontró. Si el santo

de Asís sabe llegar a Dios a través de la creación, el sol, las estrellas, los animales, el de

Caleruega llega a través de la humanidad extraviada.

Pero muchos veían el sol, la luna, las estrellas, los lobos y no llegaban a Dios; muchos conocieron el mundo conflictivo del sur de Francia y no vieron a Dios. San Francisco sabía de Dios en momentos de silencio, de oración; santo Domingo sabía de Dios en momentos de oración individual o comunitaria, en Osma, en el estudio de su palabra.

Por eso ambos consiguieron luego descubrirlo fuera del convento, en contacto con la Naturaleza o con los hombres. La contemplación de Osma le hizo a Domingo descubrir la predicación del sur de Francia. Esta predicación, este contacto con esa humanidad, le hicieron humanizar su insistente oración.

 

5.- ORACIÓN DEL PREDICADOR.

A la oración, lleva los problemas de su predicación, las circunstancias en las que se

hallan las personas a las que se dirige, las dificultades que encuentra en su misión: dificultades durante el día, oración más intensa durante la noche. Oración en la que, junto a la experiencia de Dios, une la experiencia de la humanidad pecadora, extraviada, con la que se encuentra, que le lleva a las lágrimas.

Ora de noche y de día. En realidad, su predicación es oración y su oración predicación.

Es una vida con dos vertientes, pero que se juntan en la cima. En ese lugar de conjunción es donde se sitúa la espiritualidad de Domingo.

En el santo, es una oración cargada de afecto: oración "afectiva" como la llaman los teóricos de la mística. "Afectiva" porque en ella se junta el amor a Dios, el sentirse amado por él, con el amor a los hombres, por los que llora. Y su petición más continua que le diera Dios "verdadero amor para cuidar y trabajar eficazmente en la salvación de los hombres…" -como nos dice el Beato Jordán. Es el mismo afecto que le impulsa en su misión de predicador.

 

6.-QUÉ SIGNIFICA PUES CONTEMPLAR EN UNA HISTORIA TAN PRECARIA Y TAN NECESITADA DE VIDA?

La contemplación es una actitud profundamente ética es decir vivencial. Es un acercamiento afectuoso, diría Tomás de Aquino a la realidad. Es una actitud amante y de búsqueda de la vida en medio de contextos en que la vida es un tímido sueño o una exigencia sumamente amenazada. Es la actitud del quedarse humildemente presentes.

La contemplación es una actitud de fidelidad profunda a Dios a la vida y a la historia. A través de todo eso escuchamos y vemos. Contemplar nos purificaría de todas aquellas actitudes arrogantes o superficiales que tenemos muchas veces frente a la vida y a los acontecimientos. Contemplar es volvernos silenciosos.

Lo mismo podríamos decir del estudio, que una vez más, en la tradición de la orden no es una actitud esporádica sino un estilo de vida una actitud permanente. Estudiar es como una ascesis de fidelidad a la vida a las personas. Es algo que se relaciona muchísimo con una actitud de pobreza de sencillez. El estudio en la tradición no tiene que ver nada con la acumulación de títulos y menos todavía con la acumulación ligado a una profesión. El estudio en la tradición hace parte de esa fidelidad continua, expresada a través de una búsqueda, una vida mendicante. En el estudio se ensancha la mirada y la mentalidad; en el estudio se aprende a esperar con paciencia.

Todo eso lo podríamos recuperar también en otro aspecto de nuestro estilo de vida que llamamos predicación. La predicación es algo que se cultiva en el silencio porque no es expresión de habilidad verbal y lógica sino la posibilidad de volver hablar y no como a veces pensamos, posibilidad de quitar la palabra o palabras fáciles para engañar, silenciar inquietudes y deseos como si fuera un opio.

 

Sin el silencio, no hay predicación porque no hay contemplación.

No hay oración, reflexión, estudio.

ANUNCIAR LA PALABRA

ANUNCIAR LA PALABRA

COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”

DIÓCESIS DE LIMA

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ESCUELA DE EVANGELIZACIÓN JUAN PABLO II

 

Curso: Predicación

 

I.- UNA PALABRA COMPASIVA

María magdalena anuncia a los discípulos: “He visto al Señor” no es sólo la afirmación de un hecho, sino el compartir de un descubrimiento. Compartió su pérdida, su angustia, su llanto ahora puede compartir con ellos su encuentro con el Señor Resucitado. Puede compartir la buena noticia con ellos porque es buena noticia para ella.

 

La palabra que nosotros predicamos es una palabra que comparte nuestra humanidad.

Predicar nos exigirá que nos encarnemos en mundos diferentes. Necesitamos entrar en el mundo, aprender su lenguaje, entender sus debilidades y esperanzas. Debemos en algún sentido, llegar a ser ellos. Después podremos ofrecer la palabra que es buena noticia para ellos y para nosotros. Esto no quiere decir que tenemos que estar de acuerdo con ellos. Con frecuencia hemos de desafiarlos; pero necesitamos pulsar su humanidad antes de poder hacerlo.

Necesitamos una formación en la compasión, una educación del corazón y de la mente que rompa todo lo que en nosotros es corazón de piedra, arrogancia y crítica. El predicador ideal es aquel que hace todo con todos los seres humanos (1 Cor. 9,22) perfectamente humano. La compasión formará nuestras vidas en caminos que nunca planeamos. Cuando Santo Domingo fue un estudiante en Palencia se dejó tocar por la compasión hacia los hambrientos y vendió sus libros. Se quedó en el sur de Francia y fundó la Orden, sólo porque se dejó conmover por la situación apremiante de la gente sumergida en una herejía destructiva.

La compasión posee un poder pedagógico nos enseña acercarnos a los demás; nos enseña a ser humildes para escuchar y discernir aceptar ser evangelizados; nos enseña a ser predicadores. Esta compasión, tan rica y palpable en Santo Domingo proviene únicamente de una profunda unión con Dios en Cristo. Oración contemplativa, compasión evangélica y predicación se convocan entre sí. Esta compasión es la que nos empuja a ser creadores de una cultura de la verdad a denunciar la presencia de las injusticias y a sembrar esperanzas

 

2.- EL PREDICADOR SUS CUALIDADES NATURALES

El predicador es ante todo, una persona a quién Dios llama a que colabore con él en la difusión e implantación de su reino en el mundo. Debe poseer las cualidades que hagan de él un instrumento apto o apta para realizar las tareas de la predicación.

La predicación tiene como fin la fe en su origen o en su profundización. Basándose en este fin general, el Doctor Angélico (Dominico) después de San Agustín, señala al predicador tres cometidos: instruir la inteligencia, mover el corazón y plegar la voluntad del que escucha. San Juan Crisóstomo exige que sepa defender su rebaño de los ataques exteriores. El predicador, ha de ser al mismo tiempo “aquero y tirador de honda, general y capitán, soldado y comandante y defensor de fortaleza”.

 

3.- LA LLAMADA DE DIOS.

Si las virtudes naturales no pueden faltar en el predicador, mucho menos las sobrenaturales, ya que estas tienen la primacía. El predicador ha recibido de Dios la llamada a cooperar con él en la transmisión de su mensaje y a invitar a los hombres a participar de la vida divina “Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto y ese fruto permanezca. (Jn.15,16)

 

CONFRONTAR:

(Is 6, 5-9) ; (Jer 1, -9) ; (Ez 2, 1-3); (Mt. 28,18-20)

La conciencia de su llamada es esencial al predicador, para vencer los obstáculos que encontrará en los caminos que ha de recorrer como heraldo de la palabra de Dios. La llamada se concreta en la misión. El predicador o la predicadora es el enviado de Dios. Jesús es el predicador por antonomasia, era el enviado del Padre. Y el predicador continúa y prolonga su misión. Al enviarlo el salvador le repite la promesa que hiciera a los apóstoles de estar con ellos hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28,18-20).

La predicación no supone (afirmarse en la vida social o conquistar fama sino fidelidad)

 

4.- EL HOMBRE DE LA BIBLIA Y DE LA TRADICIÓN

El estar al servicio de la divina palabra hace del predicador el hombre de la Biblia, la exhortación de san Pablo a Timoteo “aplícate a la lectura” (1Tim 4,13) es su deber profesional. Si el predicador es la boca de Dios, su portavoz; si Dios actualiza por medio de él, la revelación ya dada con anterioridad, el primer deber del predicador o predicadora consiste en conocer, meditar y comprender su divina palabra. Por eso la sagrada escritura tiene que ser el libro preferido del predicador. San Jerónimo, en su carta a Nepociano, le exhorta a leer frecuentemente las escrituras y a no abandonar jamás su lectura. Sólo así podrá aprender lo que tiene que enseñar y adquirirá la doctrina necesaria para exhortar y evangelizar.

 

Pero el predicador no puede ser hombre de la Biblia, si no lo es a la par de la tradición de la Iglesia. La Biblia y la Iglesia son dos realidades que no cabe separar. La asistencia necesaria para la difusión del evangelio la ha concedido Jesús a los apóstoles y a sus sucesores. No es posible por tanto estudiar y leer la Biblia y mucho menos anunciar su mensaje sin una actitud de fidelidad plena a la Iglesia.

 

5.- EL PREDICADOR Y LA SANTIDAD.

Por ser enviado de Dios y pregonero de su palabra, el predicador tiene que buscar la santificación personal, ya que sólo quien se purifica del pecado y se une a Dios puede entender sus misterios. Santo Tomás dice “contemplari et contemplata aliis tradere” no puede convertirse en realidad si no se ejercían las virtudes morales indispensables para la vida de contemplación. El predicador tiene que ser hombre y mujer de oración y de meditación profunda. Cuando ya se acerque la hora de hablar, antes de soltar la lengua una palabra, eleve a Dios su alma sedienta para derramar lo que bebió y exhalar de lo que se llenó.

 

6.- LA HUMILDAD DEL PREDICADOR

El predicador tiene que vivir también la virtud de la humildad. El ser predicador no constituye algo honorífico. Anuncia a Cristo crucificado, locura para los gentiles y escándalo para los judíos (1Cor 1,23) el mismo predicador podrá sentir vergüenza de predicar algo tan poco de acuerdo con la mentalidad pagana de nuestros contemporáneos.

La predicación exige un sacrificio continuo de la propia personalidad, ya que en ella el hombre es un simple instrumento el “siervo de la palabra” a pesar de que requiere elocuencia, hay que emplear ésta en poner a Dios en primer plano hasta llegar a olvidarse uno de sí mismo

Existe además la dificultad que nace del fracaso a que tan frecuentemente se halla expuesta la predicación. El desaliento flota siempre como una amenaza sobre el predicador no fundamentado en la humildad “quién afronta el riesgo del ministerio de la palabra, no debe tomar en cuenta los elogios de los extraños, ni tampoco debe perder el ánimo cuando se los nieguen. Pero sí, haciendo sus discursos por agradar a Dios…

La humildad es un aspecto de aquella fidelidad a la palabra de Dios que san Pablo presenta como característica del apóstol (1 Cor. 4,2). La fidelidad a la misión y al mandato recibido será la que empuje al predicador al estudio y perfeccionamiento de sus cualidades naturales, a fin de que estén cada vez más disponibles para la palabra de Dios que se sirve de ellas; a conocer la Biblia en su contenido y en sus expresiones a santificarse, finalmente para que en la propia vida aparezca de modo concreto el significado de la palabra que predica.

 

La predicación invita a la fe, la hace enraizarse en el corazón y la defiende frente a quienes la niega. Todo eso lo obtendrá el predicador con la palabra y con el ejemplo

Nociones sobre Predicación

Nociones sobre Predicación

COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”

DIÓCESIS DE LIMA

ESCUELA DE EVANGELIZACIÓN JUAN PABLO II

Curso: Predicación

 

 

NOCIONES SOBRE PREDICACIÒN

 

1.- INTRODUCCIÒN

 

“He visto al Señor”

María magdalena va a sus hermanos y les dice “he visto al Señor” fue la primera predicadora de la Resurrección. Es predicadora porque es capaz de oír al Señor cuando llama y de compartir la buena nueva de la Victoria de Cristo sobre la muerte.

 

Llegar a ser predicador o predicadora es mucho más que aprender cierta cantidad de información para tener algo que decir. Es ser formado como alguien que puede oír al Señor y decir una palabra que ofrece vida. Isaías Diceel señor desde el seno materno me llamó; desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre. Hizo de mi boca como espada afilada en la sombra de su mano me escondió” (IS, 49)

 

2.- EL PREDICADOR ES UN:

                                     

COMUNICADOR

Porque  debe conocer las destrezas necesarias para hablar, manejar público y presentarse ante una asamblea.

 

ARTISTA

Porque el predicador hace confluir sus ideas, intuiciones haciendo la perfecta síntesis entre fe, imagen, contenido, actualidad.

 

EVANGELIZADOR

Ya que la predicación acontece en el ámbito de la transmisión de la f, de la celebración sacramental e impulsará a convencer y a estimular actitudes que refuercen la vida cristiana en los hermanos y hermanas

 

3.- OBJETO DE LA PREDICACIÓN

 

Para saber qué es la predicación necesitamos en primer lugar determinar su objeto y contenido ¿qué es lo que se predica?

 

Se predica el Reino de Dios.- el reino de Dios es el objeto de la predicación de Jesucristo. Inicia su ministerio público con la proclamación del mismo: se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios: arrepentíos y creed en el evangelio (Mc 1,14-45). Al recorrer Galilea y enseñar en las sinagogas, se entrega a predicar el evangelio del reino (Mt 4,23). Jesucristo habla de este reino a lo largo de toda su predicación; determina su naturaleza por medio de las parábolas, milagros, signos y los discípulos son bienaventurados porque ven lo que los profetas desearon ver.

Es más podemos decir que el reino de Dios es el mismo Jesucristo, cuya venida y actividad inaugura una nueva época en las relaciones entre Dios y el hombre.

 

Al predicar el reino de Dios invita a los hombres a tomar cada uno su cruz y seguirle Mt 16,24; por qué llama bienaventurados a quienes serán perseguidos por causa suya…)y por qué dará la vida eterna a quienes la han socorrido en la persona de sus hermanos necesitados y se la negará a quienes rehusaron hacerlo (Mt. 25,34)

 

La palabra de Dios.- la Palabra de Dios, tal como nos la presenta el A.T. es Dios mismo en cuanto que realiza algo fuera de sí, en cuanto que crea y se dirige al hombre para comunicarle su voluntad, la palabra va dirigida a algo  o a alguien, es comunicación, tiende a provocar un encuentro entre quién habla y quien escucha.

El nuevo testamento sigue la misma línea el Verbo la segunda persona de la trinidad que se hace hombre y habita entre nosotros es la palabra de Dios. La Palabra aparece sobre todo en el libro de los hechos de los apóstoles para indicar el contenido de la predicación de los apóstoles. Por consiguiente el objeto y contenido de la predicación es Cristo, la palabra por la que el Padre se expresa y comunica su voluntad al hombre por eso en los hechos de los apóstoles en vez de afirmar que predican la Palabra de Dios, puede afirmar que predican la palabra de Cristo, que predican a Jesucristo.

 

El evangelio: El término evangelio a aparece frecuentemente en el nuevo testamento para indicar el  objeto de la predicación, el contenido del evangelio es la venida del reino de Dios., de la buena nueva de Jesucristo. El contenido del evangelio es una persona Dios en Cristo

 

4.- ¿Qué es predicar?

Podríamos decir predicar es hablar en nombre de Dios. La predicación es el anuncio de la presencia activa y salvadora de Dios en medio del mundo y de la historia. El predicador reconoce que las mismas huellas de Dios que se encuentran en la Biblia se encuentran también en el mundo de Hoy trazando un camino de salvación que pasa por el corazón de nuestros tiempos. Toda predicación busca manifestar y celebrar a través de palabras humanas, la relación entre Dios, cuyo amor es siempre fiel y salvador. Para este anuncio hace uso de las sagradas escrituras inspiradas por Dios y fruto de la relación entre Dios y su pueblo.

 

5.- Definición de la predicación:

 

La predicación es la proclamación del misterio de la salvación, hecha por Dios mismo a través de sus representantes legítimos en orden a la fe y a la conversión y para el crecimiento de la vida cristiana

Explicación de esta definición

PROCLAMACIÓN

 Indica el carácter propio de la predicación, no consiste en enseñar algo ni mucho menos demostrar una tesis, sino  es el anuncio solemne de hechos, de los hechos más grandes de la historia, por tanto este anuncio es una proclamación (vocablo que indica solemnidad)

 

DEL MISTERIO DE SALVACIÓN

Estas palabras señalan el objeto de la predicación a Cristo muerto y resucitado, el misterio de salvación es más denso y es una expresión paulina.

 

HECHA POR DIOS

Con estas palabras queremos señalar que el sujeto de la predicación es Dios él es quien habla quien anuncia, su intención es salvar al hombre llamándole a la FE.

 

EN ORDEN A:

El fin de la predicación en el plan divino es la conversón a la fe, pero este fin puede fracasar por la mala disposición de los hombres poca apertura a la gracia..

 

A LA CONVERSIÓN

El fin de la predicación es la fe la aceptación del plan salvífico. En la fe el hombre responde positivamente a Dios acepta su palabra de salvación y su gracia.

 

6.- El contexto actual de la predicación

                                                                                                                                                                                                                                                

Crisis actual del lenguaje religioso  los grandes cambios que han revolucionado el mundo a partir de la segunda mitad del pasado siglo XX sobre todo los cambios que más afectan a la cultura y a las personas en sus acontecimientos y en su autonomía como sujetos de la propia historia personal y colectiva.

 “el lenguaje religioso, desde el lenguaje teológico hasta el lenguaje litúrgico padece una crisis de significación, porque a tantos interrogantes cotidianos  de la gente no responde a sus necesidades. Esta crisis afecta a toda la acción pastoral del anuncio y del cultivo de la fe cristiana. Uno de los temas más graves que se plantea hoy a la pastoral de la Iglesia es encontrar el lenguaje adecuado para una transmisión creíble del mensaje evangélico. Es necesario utilizar nuevos recursos  actualizarnos y prepararnos.

 

El lenguaje de Jesús

Sabemos que Jesús no hablaba de Dios con discursos doctrinales abstractos, sino con el lenguaje de los hechos en su práctica de la misericordia y de sus dichos llenos de imágenes, símbolos y parábolas populares llenos de vida. Jesús no hablaba como los escribas y fariseos que se habían sentado en la cátedra de Moisés para decir a la gente lo que ellos no hacían. Hablaba y actuaba desde su experiencia de Dios Abba y de la llegada de su Reino de vida digna para todos.

El lenguaje de Jesús en los evangelios resulta todavía hoy más cercano, significativo y vigoroso para el corazón y la vida de las gentes de ahora que nuestros lenguajes magisteriales, teológicos pastorales y litúrgicos.      

 

Ejemplo iluminador                                                                     

 

Queridos hermanos llevar a capacidad de verdad, es sufrir el tormento interior que sufría los profetas. Porque es mucho más fácil predicar la mentira, callar la verdad acomodarse a las situaciones para no perder ventajas para tener siempre amistades halagadoras, para tener poder ¡qué tentación más horrible de la Iglesia! Y sin embargo ella que ha recibido el espíritu de la verdad tiene que estar dispuesta a no traicionar la verdad; y si es necesario perder todos lo privilegios, los perderá, pero siempre dirá la verdad. 1979.

 

“predicar un evangelio, sin comprometerse con la realidad no trae problemas y es muy fácil cumplir así la misión del predicador” Monseñor Oscar Romero Salvadoreño

 

PRINCIPIOS BÁSICOS PARA APRENDER A HABLAR EN PÚBLICO

 

Adquisición de conocimientos

·         Aproveche la experiencia ajena ( vea predicadores en función)

·         Descubra en ellos su objetivo. Vea si es fingido o es natural en su actuar

·         Vea si hay confianza en sí mismo. Y por su puesto en usted)

·         Aproveche cualquier ocasión para practicar

 

Desarrollo de la confianza

·         Dialogue con sus nervios y reconozca sus estados anímicos antes de que predique

·         Siéntase seguro antes de la acción si se ha preparado. Haga su esquema mental

·         Si logra hacer lo anterior, podrá desarrollar con éxito y tendrá entusiasmo

·         Convénzase que su aporte es valioso pues proviene de una labor personal

 

Ganar el derecho de hablar

 

·         Limite su objeto desarrolle el tema más de lo que tenga que decir

·         Llene su discurso con ilustraciones y ejemplo: humanice su discurso

·         Use términos familiares y concretos que sugieran imágenes

 

Toma tu CRUZ y sigueme

Toma tu CRUZ y sigueme

EL AMOR y LA CRUZ                                                                                              

Una experiencia que marcó a Francisco para toda su vida

Un día de otoño de 1205, mientras oraba, el Señor le prometió a Francisco que pronto daría respuesta a sus preguntas. A los pocos días, paseando por los alrededores de Asís, pasó junto a la antigua iglesia de San Damián y, conmovido por su estado de inminente ruina, entró a rezar, arrodillándose con reverencia y respeto ante la imagen de Cristo crucificado que presidía sobre el altar. Y, estando allí, le invadió, más que otras veces, un gran consuelo espiritual. Con los ojos arrasados en lágrimas, pudo ver como el Señor le hablaba desde la cruz y le decía: "Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala".

Tembloroso y sorprendido, él contestó: "De muy buena gana lo haré, Señor". Luego se ensimismó y quedó como arrebatado, en medio de la iglesia vacía. Fue tal el gozo y tanta la claridad que recibió con aquellas palabras, que le pareció que era el mismo Cristo crucificado quien le había hablado.


Todos los biógrafos coinciden en calificar de éxtasis o visión la experiencia de San Damián. Santa Clara escribe que fue una "visita del Señor", que lo llenó de consuelo y le dio el impulso decisivo para abandonar definitivamente el mundo. A esta visión parece referirse San Buenaventura, cuando refiere que el santo, tras el encuentro con el leproso, estando en oración en un lugar solitario, tras muchos gemidos e insistentes e inefables súplicas, mereció ser escuchado y se le manifestó el Señor en la cruz. Y se conmovió tanto al verlo, y de tal modo le quedó grabada en el corazón la pasión de Cristo, que, desde entonces, a duras penas podía contener las lágrimas y los gemidos al recordarla, según confió él mismo, antes de morir. Y entendió que eran para él aquellas palabras del Evangelio: "Si quieres venir en pos de mí, niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme" Mt 16, 24.

Queridos Hermanos de la Zona 06, hoy queremos invitarlos a que juntos reflexionemos sobre las condiciones que JESUS pone a quienes desean ser sus DISCIPULOS: “El que quiera  venir en pos de mí - Él les decía a todos -, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame

¿Cuáles son?

1.     Negarse a si mismo, significa renunciar a ser uno el centro de si mismo.

2.     Cargar con la CRUZ, esto nos indica estar dispuestos a morir.

3.     Seguir a CRISTO, consiste en identificar nuestra voluntad con la suya.

¿Qué significa tomar la cruz cada día, como condición para seguir a Jesucristo?

El que coge el madero y lo pone sobre sus hombros acepta su destino, sabe que su vida terminara en esa cruz.

Hermanos(as) tomar la CRUZ expresa una decisión resulta, indica que estamos dispuestos a seguirle, si fuera preciso, hasta la muerte, que queremos imitarle en todo, sin poner limite alguno. Debe quedar muy claro que “con esta expresión Jesús no pone como centro de su doctrina la mortificación y la renuncia, como cosas prioritarias, al deber de soportar con paciencia las pequeñas o grandes tribulaciones diarias; menos aún, pretende ser una exaltación del dolor como medio para agradar a Dios”. Podemos entender fácilmente que Dios no goza con el dolor ajeno; si así fuera, no sería un Dios bueno. También parece claro que el centro de la doctrina de Cristo no es el dolor sino: “el mandamiento del amor”.

El seguir a CRISTO de cerca nos llevara a la abnegación más completa, a la plenitud del amor, a la alegría más grande. La identificación con su santa voluntad en todo, limpia, purifica, clarifica el alma y la diviniza.

Tener la CRUZ, es tener la alegría: ¡es tenerte a Ti, Señor! En cambio, la mayoría de nosotros los cristianos entendemos que tomar la cruz significa “soportar con paciencia las pequeñas o grandes tribulaciones diarias”, esto no es lo prioritario en el cristianismo.

Veamos un ejemplo que nos ayudara a entender mejor el significado de la cruz.

Un señor se quejaba del dolor y el cansancio que le ocasionaba su cruz. “¿Qué puedo hacer, se preguntaba, para no cansarme tanto?”. Reflexionó brevemente y se dijo: “ya sé, cortaré un pedazo de la cruz y, de ese modo, no será tan pesada”. Tomó la sierra y prescindió de la parte inferior de la cruz. Ahora era más ligera y se podía llevar mejor. Pasado un tiempo, se le hizo otra vez pesada la cruz. “¿Y si le corto otro pedazo?”, se preguntó. Nuevamente aserró la cruz. Y así, tres, cuatro, cinco veces. La cruz cada vez era más fácil de llevar y soportar. Llegó a las inmediaciones del cielo a donde muchas otras personas se acercaban cargando con su cruz. Vio que el paraíso estaba rodeado de un río. Las personas se aproximaban, tendían cada uno su cruz sobre la corriente y, haciendo un puente con ella, pasaban a la otra orilla, alcanzando el cielo. El buen señor miró su cruz muy recortada, excesivamente recortada, tanto que no llegaba a la otra orilla y no pudo atravesar el río.

Este ejemplo nos ayuda a entender que la cruz es: “el medio, la condición necesaria para obtener la salvación”. Pero debemos precisar más.

¿Qué significa que la cruz sea condición necesaria para la salvación?

Otro ejemplo nos puede ayudar.

Imagínate una persona que desea adquirir un auto usado pero no tiene dinero y no sabe manejar. El vendedor le ofrece la oportunidad de trabajar en su jardín durante un año como pago del auto. Para usarlo se requieren dos condiciones por parte del comprador: trabajar un año en el jardín y aprender a manejar. Pero fíjate que las dos condiciones son muy diversas. La primera es una verdadera condición que pone el vendedor: “si no trabajas en mi jardín no te doy el auto”. En cambio la segunda no es una condición, sino una necesidad exigida por la misma naturaleza del auto: para usar un auto es necesario saber manejar. Tanto es así, que si le regalaran el auto, ahí se quedaría sin usarse mientras no aprenda a manejar.

La CRUZ no es una condición que nos pone Dios. Él no nos dice: “si quieres entrar al cielo tienes que cargar durante unos años con la cruz”. No. Dios nos regala el cielo. Ahí está, pero al cielo no se puede entrar si no se sabe manejar la cruz. “No se puede hablar de cruz sin considerar el amor de Dios por nosotros, el hecho que Dios nos quiere colmar de sus bienes”. Benedicto XVI

En realidad, “el cristiano no busca el sufrimiento en sí mismo, sino el amor”.

El amor matrimonial y el amor a los hijos nos pueden ayudar a entender este punto.

·         Un esposo no se sacrifica primero y después ama su esposa, por el contrario es el amor lo que nos mueve a renunciar al propio gusto y a aceptar la manera de ser de nuestro cónyuge.  

·         Una madre no sufre primero las incomodidades del embarazo y del parto, se levanta en la noche a dar de comer al bebé y una vez superadas estos sufrimientos comienza a amar. Es el amor de madre lo que mueve a sobrellevar las molestias, más aún las molestias no son tales sino algo propio, una característica del amor materno.

No se da primero el sacrificio para después amar.

Porque amo y quiero el bien de la persona que amo estoy dispuesto a renunciar al propio bien. Esto es la cruz, en consecuencia, sólo el que ama a Dios y desea entregarse a Él, toma la cruz como lo más normal del amor. En cambio, el que ve la cruz como una condición para amar a Dios, no le queda más remedio que “soportar con paciencia las pequeñas o grandes tribulaciones diarias”.

Muchas veces, sin embargo, la CRUZ la encontraremos en asunto pequeños, que salen a nuestro paso todos los días: el cansancio, el no disponer del tiempo que desearíamos, el tener que renunciar a un plan mas agradable que nos habíamos forjado, el llevar con caridad los defectos de nuestros hermanos en la comunidad, en la zona, una pequeña humillación que no esperábamos, la aridez en la oración. Es ahí donde también el Señor nos espera y nos pide que sepamos aceptar esas contradicciones, pequeñas o grandes, sin quejarnos, sin poner resistencia. Nos pide AMOR, recoger todo esto que nos contraria y ofrecerlo como una joya de mucho valor.

El dolor, llevado con AMOR, tiene otros frutos

Nos purifica el alma y refuerza nuestro carácter y nuestra personalidad. Nos da una comprensión y una capacidad de simpatía por nuestros hermanos (prójimo) que no puede adquirirse de otra manera. El dolor y el sufrimiento no son tristeza. La CRUZ, llevada junto a CRISTO, llena el alma de paz y de una profunda alegría en medio de las tribulaciones.

Hoy es un día para que reflexionemos como llevamos habitualmente las contradicciones, y la generosidad, frutos del AMOR, en la que buscamos mortificar voluntariamente, esas cosas pequeñas, que nos hacen vencer: el egoísmo, la pereza, el deseo de ser el primero en todo. Mortificaciones pequeñas que nos sirven para hacer mas amable la vida de los demás: ser cordiales en el trato con nuestros hermanos, vencer los estados de animo que nos llevan a alejarnos de la comunidad, sonreír cuando quizá tendremos que mostrarnos serios, cuidar la puntualidad, comer algo menos de aquello que nos gusta o tomar un poco mas de aquello que no nos gusta.

Nos enseña quiénes somos

La cruz, con sus dos maderos, nos enseña quiénes somos y cuál es nuestra dignidad: el madero horizontal nos muestra el sentido de nuestro caminar, al que Jesucristo se ha unido haciéndose igual a nosotros en todo, excepto en el pecado. ¡Somos hermanos del Señor Jesús, hijos de un mismo Padre en el Espíritu! El madero que soportó los brazos abiertos del Señor nos enseña a amar a nuestros hermanos como a nosotros mismos. Y el madero vertical nos enseña cuál es nuestro destino eterno. No tenemos morada acá en la tierra, caminamos hacia la vida eterna. Todos tenemos un mismo origen: la Trinidad que nos ha creado por amor. Y un destino común: el cielo, la vida eterna. La cruz nos enseña cuál es nuestra real identidad.

Queremos decirles: que hay muchos hermanos que, como los discípulos de Emaús, se van de la Comunidad porque creen que la cruz es derrota. A todos ellos Jesús les sale al encuentro y les dice: ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Lc 24, 25-26.

La cruz es pues el camino a la gloria, el camino a la luz. El que rechaza la cruz no sigue a Jesús. Mt 16, 24.

Nuestra razón, dirá Juan Pablo II, nunca va a poder vaciar el misterio de amor que la cruz representa, pero la cruz sí nos puede dar la respuesta última que todos los seres humanos buscamos: «No es la sabiduría de las palabras, sino la Palabra de la Sabiduría lo que San Pablo pone como criterio de verdad, y a la vez, de salvación.

¿Cómo podríamos rechazar la CRUZ, el sacrificio, que tan íntimamente esta relacionada con el AMOR y con la ENTREGA? 

Sal 54(53) 8: “Te ofreceré sacrificios de todo corazón y ensalzare tu nombre, Señor, porque eres bueno”

Viernes, 17 de julio del 2008.  FECEVA

¿Acaso tambien ustedes quieren irse?

¿Acaso tambien ustedes quieren irse?

¿POR QUÉ LOS HERMANOS DE VAN?

Jn 6, 66-67

 

“Desde aquel momento, muchos de sus discípulos se retiraron y ya no andaban con El.

Entonces JESUS pregunto a los Doce: ¿Acaso también ustedes quieren irse?

 

Introducción

Como sabemos, muchos hermanos «nuevos» no perseveran en la comunidad.

Las causas para que ello ocurra pueden ser muchas, pero una de las principales es que ellos no fueron edificado; no encontraron su lugar en la comunidad. Me explico. Si yo planeo construir una segunda planta en mi casa, y compro cuatro millares de ladrillos, pero tengo las pilas de ladrillos frente a mi casa, ¿están edificados? No. Solo están sobrepuestos y cualquiera puede llevárselos, por lo que tengo que pasármela cuidándolos. Pero si pongo manos a la obra y construyo con esos ladrillos, ya nadie se los podría llevar. ¿Por qué? Porque ya fueron edificados. De la misma forma, si cada hermano de la comunidad encuentra su lugar –o sea, su ministerio-, difícilmente se ira y ya no tendré que vivir sobresaltado, como lamentablemente ocurre con muchos lideres, temiendo que alguien se lleve a mi gente.

 

Lo que tiene que evitar el pastor es que se de cualquiera de estas dos posibles situaciones: que la persona, a pesar del tiempo transcurrido y las experiencias vividas, no este dispuesta a servir comprometidamente; y lo contrario: que se comprometa en demasiadas cosas y caiga en un desorden y activismo. En el primer caso, tendrá que estimularle a servir. En el segundo caso, le ayudara a discernir que es lo que realmente quiere el Señor de ella y ayudarle a ir dejando los otros compromisos que le distraen del cumplimiento de su misión.

 

Causas y Efectos

 

1. Autenticidad es el fruto en la vida de un cristiano convencido y maduro.

Donde hay un cristiano maduro, hay un hombre auténtico. La autenticidad se hace urgente cuando tomamos en cuenta el ambiente de la sociedad de hoy donde abundan muchas falsificaciones y se han refinado de sobremanera las técnicas de manipulación de la sociedad y de los individuos.

Quien quiera ser idéntico con su ideal, tiene que conocerlo y ponerse a trabajar de una manera práctica y real para identificarse con él.

 

2. Inautenticidad

Es una nota desafinada en la sinfonía del hombre auténtico, o como una grieta en la pared del hombre maduro. Se da por muchas causas.

La inautenticidad causada por el "qué dirán" consiste en adecuar el comportamiento a lo que los demás esperan de uno y no a lo que dictan las convicciones y opciones personales. No cabe duda de que está bien y es un acto de caridad pensar en el efecto que el propio obrar tiene sobre los demás. El peligro está en absorber o incorporar comportamientos falsos, como si se tratara de ponerse una máscara para representar un papel.

 

"respeto humano" es una de las formas más comunes de inautenticidad. Su causa se encuentra en una falta de valor personal, por la cual las convicciones se quebrantan ante la presencia de los demás. Cuando esto ocurre, el comportamiento ya no sale de lo profundo, sino del "qué dirán" de los demás. Como aquellos cristianos que rehuyen profesar su fe en público por miedo al "que dirán" o al simple hecho de ser ridiculizados.

 

3. Segundo tipo de inautenticidad brota del conformismo: cuando el cristiano, al margen de la propia opción por Cristo, se conforma con valores, actitudes y comportamientos del medio ambiente y de las pasiones. Podemos distinguir entre el conformismo de las costumbres y el conformismo de las ideas aunque en la realidad los dos se entremezclan. En el primer caso, tenemos las personas que siguen la moda: vestidos, comportamientos, coches, hábitos, etc. En el caso de un cristiano este conformismo puede darse en la adaptación a una conducta inspirada en modelos mundanos, en su comportamiento, en su manera de juzgar la realidad, etc.

El otro tipo de conformismo es todavía más insidioso. Se da entre jóvenes y adultos inmaduros. En el joven hay un afán de autoafirmarse; querría inventar todo de nuevo; quiere ser diferente, lo cual es muy bueno en sí. Ahora bien, el conformismo ocurre cuando este afán viene aprovechado por intereses y fuerzas ajenas al joven mismo. Se convierte así en un conformista ideológico de tipo político, social o simplemente en un rebelde.

 

Hay personas que no se entregan plenamente a lo que son y a lo que profesan. Por eso crean en sí mismos un vacío que tienen que llenar, puesto que carecen de una identidad; esto les conduce a adoptar papeles falsos o a buscar notoriedad de diversas maneras.

Habiendo visto ya qué es la autenticidad y cuáles son sus principales enemigos, podemos resumir todo lo dicho en esta frase "ser tú mismo y no una máscara".

 

El que de veras quiere formarse percibirá la necesidad de conocerse bien a sí mismo. No se puede comenzar a trabajar en forma alocada y ciega. Se requiere, para conseguirlo, un conocimiento del fin y de la base donde se parte. El fin está marcado por la identidad del cristiano maduro. El punto de partida y la base sobre la cual se ha de construir la personalidad madura son propios de cada uno y para llegar a conocerlos se requiere una seria labor de introspección. Entran en juego aquí los elementos de la conocida tríada: conócete, acéptate, supérate.

 

Para poder dar razón de nuestra fe y para vivirla con autenticidad necesitamos primero conocerla y estar convencidos de ella. Ciertamente nuestra fe es un don gratuito que hemos recibido de Dios, pero esto no significa que haya de ser irracional y ciega. Tenemos motivos para creer.

 

4. ¿Por qué es necesaria una formación en la fe sólida y profunda?

 

a) Nadie convence aquello que ignora.

Es un hecho que para que una realidad me convenza necesito primero conocerla. Sin conocimiento no hay convencimiento, y sin convencimiento no puedo desarrollar una vida de fe convencida y radiante. «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel» (Mt 13,44).

 

b) Nadie puede convencer si no está convencido.

Si es verdad, como acabamos de decir, que para vivir convencido de la propia fe y amarla, es necesario antes conocerla, también es verdad la otra cara de la moneda: sólo quien está convencido de su fe puede convencer y contagiar a los demás del entusiasmo por este tesoro. «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14).

 

c) Se necesitan hermanos bien preparados.

«La mies es mucha y los trabajadores pocos» (Lc 10, 2). Estas palabras de Jesús también se refieren a la necesidad de laicos comprometidos. Por nuestra condición de bautizados y miembros de la Iglesia todos estamos llamados, cada uno en la medida y en el modo que el Señor le pida, a trabajar en la predicación del Evangelio.

La Comunidad necesita de hombres y de mujeres verdaderamente santos, convencidos de su fe, que sean capaces de dar testimonio valiente.

La Escuela de Evangelización es una buena alternativa.

 

5. La Coherencia y Discernimiento

¿Qué es?

Coherencia significa que se tiene “cohesión”, término que se usa en física para significar la unión que se realiza entre dos substancias. Coherencia significará, por lo tanto, la unión entre y entre. En el caso particular de los valores, podemos decir que somos coherentes cuando, al actuar, nuestra voluntad está de acuerdo con nuestro entendimiento; cuando nuestros actos están de acuerdo con nuestros principios; cuando nuestras palabras van de acuerdo con la verdad.

 

La coherencia de nuestros actos y de nuestras palabras está sobre todo en orden al testimonio ante los demás, pero acrecienta también la buena opinión que de nosotros mismos tenemos, porque la conciencia es la primera en echarnos en cara nuestras incoherencias.

 

a) ¡Cuánto daño ha hecho a la comunidad el mal testimonio de algunos hermanos!

El momento actual nos exige reforzar nuestra coherencia y actuar siempre conformes al Evangelio que predicamos.

 

En la vida podemos tener varias opciones, pero sólo cuando ponemos con claridad a Cristo como la primera opción, entendemos el sentido de la vida y podemos discernir las diferentes situaciones con que nos tenemos que enfrentar.

 

¿Qué criterios quedan cuando quitamos los criterios del evangelio que nacen de la experiencia personal de Cristo?

Pueden quedar los criterios derivados de modo diverso del egoísmo con todas sus implicaciones pero también con todo el vacío interior y el dolor inmenso que deja en el alma de cada uno y en el alma de los demás.

¿Quién puede decir que no es vencido en ocasiones por los defectos que tiene?

Cuántos males hay en el mundo a causa de los principios equivocados con que enfrentamos la vida… Qué difícil es enfrentar el matrimonio, la educación de los hijos, la vida de cada uno desde otros criterios diferentes a los criterios del evangelio. Muchas veces nos arrepentimos de lo que hablamos o lo que decimos. Preguntarnos si en nuestra vida comunitaria vamos o no siguiendo los criterios del Buen Pastor.

 

b) La parábola de la necesidad del discernimiento

Dos clases de profetas: Mt. 7,15-20

15. Tengan cuidado de los falsos profetas; se les acercan disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.

16. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de las zarzas?
17. Del mismo modo, todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos.

18. No puede un árbol bueno dar frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos.

19. Todo árbol que no da buen fruto se corta y echa al fuego.

20. Así que por sus frutos los conocerán.

 

c) Esta parábola nos invita a distinguir, a discernir.

Todos tenemos siempre la tentación de seguir el camino más fácil, o el más brillante, o el que parece darnos más satisfacción. En esta cultura en la que vivimos no podemos restarnos a ello. Estamos acostumbrados a demasiadas comodidades. Nos hacemos dependientes y creemos que no podemos vivir.

Sin embargo Cristo nos avisa con gran claridad sobre la necesidad de ir un poco más allá de lo inmediato, de atrevernos a preguntarnos por lo que quizá no se ve a simple vista.

 

Por ejemplo, en el cuento de los 3 chanchitos los 2 primeros prefieren cantar y bailar antes de construir la casa firme, y (en el cuento original), acaban siendo comidos por el lobo. El de la cigarra y la hormiga, el de la liebre y la tortuga, etc. Dentro de estos cuentos esta la sabiduría y la ética del ser humano. Podemos ser personas que vivan al día y no pensemos en el fruto del mañana. Si quiero uvas, no puedo sembrar espinas. Si quiero higos no puedo sembrar abrojos.

 

d) La vida es una y se vive una sola vez.

La vida no se puede jugar con superficialidad, no se puede gastar con inconsciencia. Si me equivoqué no hay botón de “reset”, de volver a comenzar. Los principios que elegimos para que rijan nuestra existencia son tan importantes, porque en ellos nos jugamos los frutos de nuestra misma existencia.


Jesús, a diferencia del mundo que nos rodea, y que nos invita a no preocuparnos en exceso por las decisiones que tomamos, nos propone la urgencia de fijarnos bien en nuestras elecciones, en el modo en que enfrentamos la vida, en los frutos que queremos obtener. Planear, predecir. Lo que elegimos para hacer, nos dará ciertos frutos. Si la semilla que elijo para plantar es de abrojos ¿Cómo me va a dar higos? Y esta en mí, hacer la elección de lo que planto.

 

Ciertamente que siempre puede parecer más sencillo el buscar el placer inmediato y presente, en contra de una visión de frutos para el futuro y para la trascendencia. La experiencia repetida una y otra vez es la misma, no podemos tomar a la ligera los frutos que queremos obtener de nuestra vida, y una existencia basada en la superficialidad, en lo inmediato, lleva a la frustración y a la muerte. Y esto no es filosofía abstracta.

Del árbol malo, frutos malos, del árbol bueno, frutos buenos.

 

e) La parábola de la necesidad de saber sobre qué (quién) se construye.

Dos tipos de discípulos: Mt 5, 21-29.

21. «No todo el que me dice: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que esta en los cielos.

22.  Muchos me dirán aquel día: "Señor, Señor, ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?"

23.  Pero yo les responderé: No los conozco. ¡Apártense de mí malvados!"

24. «El que escucha mis palabras y las ponga en práctica, es como aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca.

25. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y arremetieron contra la casa; pero no se derrumbo cayó, porque estaba cimentada sobre roca.

26.  Sin embargo, el que escucha mis palabras y no las pone en práctica, es como aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena.

27. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, se chocaron contra la casa. Y  su ruina fue grande».

28. Cuando Jesús termino este discurso, la gente quedo admirada de su enseñanza,

29. porque les enseñaba con autoridad, y no como los maestros de la ley.

 

6. ¿Sobre que construyo?

    ¿En que me baso para discernir?

Jesús avisa con claridad que no se puede ir por la vida de cualquier manera. Hay un modo de ir por la vida, el de quien busca la voluntad del Padre celestial. Esta voluntad no es algo ajeno al ser humano. Al contrario, constituye su esencia más interior, porque constituye la identidad con la que fue creado para ser feliz para siempre.

 

7. La voluntad de Dios no es ajena a la mía, es mi propia felicidad.

Por eso solo es feliz quien hace la voluntad de Dios. El ser humano puede creer que busca la felicidad, pero la realidad es la que dice si en efecto la está buscando y se constata en la medida en que la vida se construye o se derrumba delante de Dios.

 

Fui creado solo por que Dios quiere que sea feliz. “Solo entrará en el reino de los cielos el que quiera ser feliz, el que cumpla con la voluntad de mi Padre”.

Ciertamente que a nadie le toca juzgar más que a Dios, pero los principios sobre los que construimos la vida, van siendo lo que nos conducen a la felicidad o a la desgracia. Por eso el ser humano tiene que basarse sobre la roca de la que Jesús habla en su parábola. Esta roca es el mismo Cristo. El que hizo la casa sobre arena, no quería que se cayera, pero el hecho es que se cayó…Por tanto dirigir nuestra vida desde la experiencia de Cristo.

 

¿Cuáles son estos principios fundamentales para el ser humano?

a)      La decisión de Dios de hacer al ser humano a su imagen y semejanza

b)      El espíritu divino como inicio de la vida del ser humano. El aliento o soplo de Dios, el Espíritu Santo que es el amor.

 

El primer principio, el origen y el fin del ser humano es por lo tanto el amor. De ahí brotan todos los otros principios de la vida humana. El amor es principio esencial del ser humano y eje rector de todos los comportamientos y juicios que la persona hace sobre si misma y la realidad que la rodea. Nada puede ir en contra del amor, nada puede ir por encima del amor.

 

Pero ¿en qué consiste este amor?

El amor no es un sentimiento lleno de romanticismo, sino que el amor es la entrega real y cotidiana de la propia vida por el otro.

Este es el ejemplo que el mismo Cristo nos da al definirnos con su existencia la esencia del amor. El amor que brota de Cristo es la roca de todos nuestros principios y el principio de nuestra felicidad. Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único…
Ser hombre de principios es por lo tanto y por encima de todo, ser una persona que ama y que ilumina todas las realidades de su existencia desde el amor al estilo de Cristo.

 

8. El AMOR se hace COMPROMISO

“Qué tengo yo que mi amistad procuras. Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de nieve pasas las noches del invierno obscuras.

¡OH cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí!”.


Dios ha querido hacerse hombre para ver si era capaz de conmovernos el corazón y así poder entrar en nuestra vida. Cristo toca el corazón de todos los hombres para que seamos capaces de abrirle, seamos capaces de escucharle, seamos capaces de amarle. Pero Cristo sólo entra en nuestra vida cuando nosotros se lo permitimos.

Jesús en Belén es una llamada de Dios para que nuestro corazón sea capaz de abrirse a Él, es una invitación de Dios al amor. Jesucristo en el pesebre no sólo nos invita a amar, también nos invita a comprometernos, porque cuando el ser humano ve a Dios hecho Hombre en una cuna, no puede dejar de hacerlo. Es tanto lo que Dios me ha amado, que ha querido llegar hasta el extremo de ser Él mismo objeto de compasión, de misericordia.


Ésta es la forma con la cual Dios llama a la puerta de cada ser humano.

De manera que, sin coartar la propia libertad, al mismo tiempo pueda sacar de ella el amor que transforma. Porque solamente cuando el hombre es capaz de amar profunda y auténticamente a Dios, es capaz también de amar profunda y auténticamente a sus semejantes. Cuando un hombre no es capaz de amar a Dios, qué difícil es que sea capaz de amar a otro hombre. Si no soy capaz de sentir compasión de Dios que por mí se hace Hombre, ¿voy a poder sentirla por un hombre como yo?

 

Si fuéramos capaces de romper con el egoísmo, al mismo tiempo romperíamos con muchas de nuestras opresiones internas, porque como dice el Papa Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor”.

El amor es un compromiso serio, claro y exigente. Por eso cada vez que eludo el compromiso, eludo el amor. Cuando no me comprometo, en el fondo, es que en mí hay egoísmo. Estas palabras pueden sonar muy fuertes, pero nos tiene que animar la certeza de que el hombre es la única creatura capaz de rescatar cualquier situación de su vida. No hay ninguna situación que no sea rescatable cuando en la persona humana hay esa voluntad, ese deseo.


El amor es, necesariamente, compromiso. Por eso Dios se compromete en su Hijo, se nos da en su Hijo, Dios se encarna en su Hijo. Porque el amor de Dios es compromiso, el nuestro también tiene que serlo. En primer lugar, compromiso con Dios; en segundo lugar, compromiso con los demás; y en tercer lugar, compromiso con nosotros mismos.

 

No hay que olvidar que el compromiso auténtico tiene dos características: sinceridad y exigencia. Sólo cuando la persona es sincera y exigente con ella misma, es auténticamente comprometida, auténticamente amante y auténticamente libre. De esta misma manera, la verdadera Navidad es la que compromete, la que transforma, la que consume. Si queremos sanar nuestro corazón y los corazones de los que nos rodean tenemos que asumir un compromiso como el de Dios: serio, claro y fuerte. No nos queda otro camino más que el compromiso auténtico, sincero y exigente.


Lograrlo no es fácil, porque todos somos conscientes de que aunque nos digan las cosas, no las hacemos; aunque sepamos cómo llevarlas acabo, sólo hacemos aquellas que nos gustan. Sin embargo, en la medida que estemos dispuestos a hacer objeto de nuestro amor el compromiso, nuestro amor será auténtico, porque estaremos haciendo que nuestra vida se consuma dando luz.

 

Lc 15, 4.

¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto

y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra?

 

Salamanca, 19 de Octubre del 2008.