ANUNCIAR LA PALABRA
COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”
DIÓCESIS DE LIMA
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ESCUELA DE EVANGELIZACIÓN JUAN PABLO II
Curso: Predicación
I.- UNA PALABRA COMPASIVA
María magdalena anuncia a los discípulos: “He visto al Señor” no es sólo la afirmación de un hecho, sino el compartir de un descubrimiento. Compartió su pérdida, su angustia, su llanto ahora puede compartir con ellos su encuentro con el Señor Resucitado. Puede compartir la buena noticia con ellos porque es buena noticia para ella.
La palabra que nosotros predicamos es una palabra que comparte nuestra humanidad.
Predicar nos exigirá que nos encarnemos en mundos diferentes. Necesitamos entrar en el mundo, aprender su lenguaje, entender sus debilidades y esperanzas. Debemos en algún sentido, llegar a ser ellos. Después podremos ofrecer la palabra que es buena noticia para ellos y para nosotros. Esto no quiere decir que tenemos que estar de acuerdo con ellos. Con frecuencia hemos de desafiarlos; pero necesitamos pulsar su humanidad antes de poder hacerlo.
Necesitamos una formación en la compasión, una educación del corazón y de la mente que rompa todo lo que en nosotros es corazón de piedra, arrogancia y crítica. El predicador ideal es aquel que hace todo con todos los seres humanos (1 Cor. 9,22) perfectamente humano. La compasión formará nuestras vidas en caminos que nunca planeamos. Cuando Santo Domingo fue un estudiante en Palencia se dejó tocar por la compasión hacia los hambrientos y vendió sus libros. Se quedó en el sur de Francia y fundó la Orden, sólo porque se dejó conmover por la situación apremiante de la gente sumergida en una herejía destructiva.
La compasión posee un poder pedagógico nos enseña acercarnos a los demás; nos enseña a ser humildes para escuchar y discernir aceptar ser evangelizados; nos enseña a ser predicadores. Esta compasión, tan rica y palpable en Santo Domingo proviene únicamente de una profunda unión con Dios en Cristo. Oración contemplativa, compasión evangélica y predicación se convocan entre sí. Esta compasión es la que nos empuja a ser creadores de una cultura de la verdad a denunciar la presencia de las injusticias y a sembrar esperanzas
2.- EL PREDICADOR SUS CUALIDADES NATURALES
El predicador es ante todo, una persona a quién Dios llama a que colabore con él en la difusión e implantación de su reino en el mundo. Debe poseer las cualidades que hagan de él un instrumento apto o apta para realizar las tareas de la predicación.
La predicación tiene como fin la fe en su origen o en su profundización. Basándose en este fin general, el Doctor Angélico (Dominico) después de San Agustín, señala al predicador tres cometidos: instruir la inteligencia, mover el corazón y plegar la voluntad del que escucha. San Juan Crisóstomo exige que sepa defender su rebaño de los ataques exteriores. El predicador, ha de ser al mismo tiempo “aquero y tirador de honda, general y capitán, soldado y comandante y defensor de fortaleza”.
3.- LA LLAMADA DE DIOS.
Si las virtudes naturales no pueden faltar en el predicador, mucho menos las sobrenaturales, ya que estas tienen la primacía. El predicador ha recibido de Dios la llamada a cooperar con él en la transmisión de su mensaje y a invitar a los hombres a participar de la vida divina “Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto y ese fruto permanezca. (Jn.15,16)
CONFRONTAR:
(Is 6, 5-9) ; (Jer 1, -9) ; (Ez 2, 1-3); (Mt. 28,18-20)
La conciencia de su llamada es esencial al predicador, para vencer los obstáculos que encontrará en los caminos que ha de recorrer como heraldo de la palabra de Dios. La llamada se concreta en la misión. El predicador o la predicadora es el enviado de Dios. Jesús es el predicador por antonomasia, era el enviado del Padre. Y el predicador continúa y prolonga su misión. Al enviarlo el salvador le repite la promesa que hiciera a los apóstoles de estar con ellos hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28,18-20).
La predicación no supone (afirmarse en la vida social o conquistar fama sino fidelidad)
4.- EL HOMBRE DE LA BIBLIA Y DE LA TRADICIÓN
El estar al servicio de la divina palabra hace del predicador el hombre de la Biblia, la exhortación de san Pablo a Timoteo “aplícate a la lectura” (1Tim 4,13) es su deber profesional. Si el predicador es la boca de Dios, su portavoz; si Dios actualiza por medio de él, la revelación ya dada con anterioridad, el primer deber del predicador o predicadora consiste en conocer, meditar y comprender su divina palabra. Por eso la sagrada escritura tiene que ser el libro preferido del predicador. San Jerónimo, en su carta a Nepociano, le exhorta a leer frecuentemente las escrituras y a no abandonar jamás su lectura. Sólo así podrá aprender lo que tiene que enseñar y adquirirá la doctrina necesaria para exhortar y evangelizar.
Pero el predicador no puede ser hombre de la Biblia, si no lo es a la par de la tradición de la Iglesia. La Biblia y la Iglesia son dos realidades que no cabe separar. La asistencia necesaria para la difusión del evangelio la ha concedido Jesús a los apóstoles y a sus sucesores. No es posible por tanto estudiar y leer la Biblia y mucho menos anunciar su mensaje sin una actitud de fidelidad plena a la Iglesia.
5.- EL PREDICADOR Y LA SANTIDAD.
Por ser enviado de Dios y pregonero de su palabra, el predicador tiene que buscar la santificación personal, ya que sólo quien se purifica del pecado y se une a Dios puede entender sus misterios. Santo Tomás dice “contemplari et contemplata aliis tradere” no puede convertirse en realidad si no se ejercían las virtudes morales indispensables para la vida de contemplación. El predicador tiene que ser hombre y mujer de oración y de meditación profunda. Cuando ya se acerque la hora de hablar, antes de soltar la lengua una palabra, eleve a Dios su alma sedienta para derramar lo que bebió y exhalar de lo que se llenó.
6.- LA HUMILDAD DEL PREDICADOR
El predicador tiene que vivir también la virtud de la humildad. El ser predicador no constituye algo honorífico. Anuncia a Cristo crucificado, locura para los gentiles y escándalo para los judíos (1Cor 1,23) el mismo predicador podrá sentir vergüenza de predicar algo tan poco de acuerdo con la mentalidad pagana de nuestros contemporáneos.
La predicación exige un sacrificio continuo de la propia personalidad, ya que en ella el hombre es un simple instrumento el “siervo de la palabra” a pesar de que requiere elocuencia, hay que emplear ésta en poner a Dios en primer plano hasta llegar a olvidarse uno de sí mismo
Existe además la dificultad que nace del fracaso a que tan frecuentemente se halla expuesta la predicación. El desaliento flota siempre como una amenaza sobre el predicador no fundamentado en la humildad “quién afronta el riesgo del ministerio de la palabra, no debe tomar en cuenta los elogios de los extraños, ni tampoco debe perder el ánimo cuando se los nieguen. Pero sí, haciendo sus discursos por agradar a Dios…
La humildad es un aspecto de aquella fidelidad a la palabra de Dios que san Pablo presenta como característica del apóstol (1 Cor. 4,2). La fidelidad a la misión y al mandato recibido será la que empuje al predicador al estudio y perfeccionamiento de sus cualidades naturales, a fin de que estén cada vez más disponibles para la palabra de Dios que se sirve de ellas; a conocer la Biblia en su contenido y en sus expresiones a santificarse, finalmente para que en la propia vida aparezca de modo concreto el significado de la palabra que predica.
La predicación invita a la fe, la hace enraizarse en el corazón y la defiende frente a quienes la niega. Todo eso lo obtendrá el predicador con la palabra y con el ejemplo
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