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Comunidad de Responsables MARIA AUXILIADORA

Si no tengo AMOR nada soy

Si no tengo AMOR nada soy

LO MAS IMPORTANTE ES EL AMOR

 

Una breve historia.

Una pobre mujer, con su hijo pequeño en brazos, pasaba delante de una caverna, cuando escuchó una voz misteriosa que desde dentro le decía: “Entra y toma todo lo que quieras, pero no te olvides de lo principal. Una vez que salgas, la puerta se cerrará para siempre. Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo más importante...” La mujer entró toda temblorosa en la caverna y encontró allí mucho oro y diamantes. Entonces, fascinada por las joyas, puso al niño en el suelo y empezó a recoger, ansiosamente, todo lo que cabía en su delantal. De pronto, la voz misteriosa habló nuevamente: “Te quedan sólo cinco minutos”. La mujer, afanada, continuaba recogiendo lo más que podía. Al fin, cargada de oro y de piedras preciosas, corrió y llegó presurosa a la entrada de la cueva cuando la puerta ya se estaba cerrando. En menos de un segundo se cerró. Y en ese momento se acordó de que su hijo se había quedado dentro... ¡La cueva estaba ya sellada para siempre! El gozo de la riqueza desapareció enseguida y la angustia y la desesperación la hicieron llorar amargamente.  Lo mismo nos sucede a la mayoría de nosotros.

 

SI NO TENGO AMOR…

Del amor hablamos todo el día, a todas horas, en todas partes. Y es precisamente el amor el gran desconocido del hombre. El cristianismo ha hecho del amor no sólo su aspiración más ingente, sino su propia razón de ser. De tal manera que si despojamos al cristianismo del amor, del cristianismo no quedaría nada. Ni una sombra, ni una huella. El árbol sin tronco y sin follaje no sería más árbol.

 

Todos queremos ser felices y hacer felices a nuestros seres queridos. Hay mucha gente que cree que lo más importante es dar cosas, regalos, dinero…Hoy en día  a la luz del Evangelio, vemos que lo que el hombre necesita es sentirse alguien, comprendido, escuchado, atendido, lo que más necesita es amor.

 

Junto con Pablo tenemos que decir: “ Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo  que retiñe.

Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha” 1 Cor 1, 13.

 

Para ser felices en la vida en Comunidad, tenemos que amar dejar que el infinito amor de Dios en nosotros vaya sanando heridas, para no tener una comunidad enferma.

 

 

CONVIVENCIAS DIFÍCILES

Lev 25,17.

Ninguno de vosotros dañe a su prójimo”…

 

La vida sigue ante mí. En cada momento decido, hago mil cosas. El amor me guía y me lleva. Hacia el bien o hacia el mal, hacia la solidaridad o hacia el egoísmo, hacia la pureza o hacia la concupiscencia, hacia el autocontrol o hacia el desenfreno, hacia la paz o hacia el odio. Según lo que amo, escojo, y según lo que escojo, soy.

 

¿Saben el cuento de la rosa y la nube?

“La tierra estaba reseca y dura; desde largo tiempo atrás no caía una gota de agua. Y la pobre rosa, inclinada sobre su tallo, marchita y pálida, se moría de sed. Una tarde vio pasar una nube. Era una nube blanca, enorme como una montaña. La rosa levantó la voz cuanto pudo y le imploró:

-          Dame unas gotas de lluvia; estoy sedienta...

-         Imposible, amiga mía. Voy de viaje a otros países y no puedo detenerme.

-          Unas gotas, nada más... - pidió la flor

 

Y la nube orgullosa, siguió su marcha; pero a medida que se alejaba, sentíase triste. Una voz interior le decía que había procedido mal.

Volvió apresuradamente, se detuvo sobre la rosa y le dejó caer un poco de lluvia; pero ya era tarde. La dulce flor había caído sobre la tierra, deshecha en un sinnúmero de pétalos amarillos.

La nube prosiguió su viaje llorando y arrepentida de su crueldad con la pobre rosa.

Todos conocemos lo que significa convivir con personas difíciles, las que para nosotros resultan duras, cerradas, distintas, agresivas, criticonas, algunos que encontramos “antipáticos”.

Este es un problema serio en la Comunidad, porque nos juntamos personas muy diferentes, pero hay que recordar que estamos unidos por el amor de Dios, nuestro origen es muy distinto a otros grupos.

Esto sucede en los matrimonios también, donde a veces al cabo de un tiempo dos personas terminan rechazándose.

Hay que tener en cuenta la “ley del acogimiento mutuo”, que muy bien podría llamarse “ley del eso”, dice que en la convivencia cada hombre recibe lo que da, porque el hombre aún sin advertirlo responde como un eco, repite lo que le hacen, si eres atento en felicitar, acoger, celebrar, dar importancia… acabas encontrando eso mismo, te felicitan, te acogen te celebran.

Con cualquier persona tenemos dos posibilidades, ser bueno o ser malo, blando o duro, abierto o cerrado, de hecho acabarás siendo lo que el otro te hace ser.

Por lo tanto, convivir con personas desagradables es bien difícil, pero… ¿habíamos pensado que somos nosotros los que la hacemos agradable o desagradable?

 

LA FUERZA DEL AMOR.

Mt 15,18

En cambio lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre

 

Los hombres y las mujeres del planeta, ¿vamos hacia arriba o hacia abajo? Todo depende, decía san Agustín, del amor. En su obra más famosa, las Confesiones, acuñó una frase que se ha hecho famosa: “Mi amor es mi peso

 

¿Qué quería decir con estas palabras? Agustín lo explicaba con estas palabras: “El cuerpo con su peso tiende a su lugar; el peso no va solamente hacia abajo, sino a su lugar. El fuego tiende hacia arriba; la piedra, hacia abajo; por sus pesos se mueven y van a su lugar. El aceite derramado debajo del agua se levanta sobre el agua; el agua derramada encima del aceite se sumerge debajo del aceite: por sus pesos se mueven: van a su lugar” (Confesiones, 13,10).

El lugar hacia el cual voy depende de aquello que amo. ¿Amo la tierra? Voy hacia ella. ¿Amo el cielo? Vuelo hacia él.

 

La crisis convivencial se provoca al criticar, al juzgar, al condenar, a los demás, creemos que el otro tiene que cambiar…

Si pensamos eso, tenemos que reflexionar en que la vida del hombre pasa por tres etapas: la primera es la del joven que cree que puede y debe cambiar el mundo, piensa , el mal está fuera de mí, de ahí tengo que arrancarlo. y pide “Señor dame fuerzas para cambiar el  mundo”. La segunda es la del adulto, que experimenta sus limitaciones y recorta sus sueños, no puede abarcar el mundo entero es excesivo, tengo que limitarme a lo que cae dentro de mi pequeño campo de influencia, ”Señor que  transforme a los que se acercan a mí”. Y en la tercera etapa del adulto maduro, se da cuenta que cambiar al otro es como la lucha del Quijote contra las aspas del molino, no tiene sentido, el espacio único donde tiene poder y debe ejercerlo es uno mismo, los sueños utópicos se han  transformado en realistas y dice “ Señor dame la gracia de cambiarme a mi mismo”

Jesús nos dice que lo que tenemos que cambiar es el corazón de uno mismo, para que se inicie el cambio en la Comunidad.

 

Vivir en el amor es como tener un manantial inagotable de alegría, de paz, de entusiasmo, de acogimiento mutuo…y basta que ames para que sucedan a tu alrededor cosas increíbles…llegarás a ser feliz. Hacer como dice San Agustín “Ama y haz lo que quieras”.

Familia Comunión de AMOR y VIDA

Familia Comunión de AMOR y VIDA

Familia: Comunión de Amor y de Vida

 

El bien mas anhelado de las familias, mas que el pan cotidiano,  la casa, el trabajo, la salud, el éxito, es el del buen acuerdo, del buen entendimiento, de la reciproca serenidad. La Familia esta llamada a ser una Comunidad de Amor y de Vida, en la cual las diversidades deben concurrir a formar una: Comunión de Amor y de Vida.

 

Objetivo:

Animar a los esposos y padres cristianos que nos exijamos obediencia a la fe, ya que somos llamados a acoger la Palabra del Señor quién nos revela la Buena Nueva de su vida conyugal y familiar. En efecto, solamente mediante la fe podremos descubrir y admirar con gozosa gratitud a que dignidad ha elevado Dios nuestro matrimonio.

 

 

Introducción

En la actualidad vemos que se pretende desconocer la familia fundada en el matrimonio y poner en duda este gran bien de la sociedad.  

Frente a estas realidades como el divorcio, la manipulación de los embriones, el problema de la píldora abortiva, la legalización del aborto, la infidelidad, la desorganización familiar, la homosexualidad, nos hemos quedado sumisos a tan violenta agresión de parte de sectores de la sociedad moderna.

Por esta razón queremos poner énfasis en las enseñanzas básicas que, sobre el matrimonio, nos da el Magisterio de la Iglesia, para que cada  familia diga ¡Familia, sé lo que eres y cree en lo que eres.

 

Familia: Comunión de Amor:

La Familia, fundada sobre el matrimonio, nos dice el Santo Padre en Familiares Consortio, es comunidad de vida y de amor conyugal, es felicidad sin  reserva, el hombre y la mujer se dan el uno del otro y se aman con un amor abierto a la vida.
 

La familia no es producto de una cultura, el resultado de una evolución, un modo de vida comunitaria atado a una cierta organización social. Es una institución natural, anterior a toda organización política o jurídica. Tiene su consistencia en una verdad que ella no produjo, pero que viene de Dios, que es voluntad de Dios, su fuerza, su consistencia.

El Plan de Dios no puede ser marginado. Está arraigado en la familia, en el misterio divino, hecho del que no hay que dudar o de imaginar otros “modelos de familia”.
La Familia cristiana testimonia sus energías, su vitalidad y su esperanza. Ella es como la luz que “brilla en los ojos de los hombres” según la imagen del evangelio ( Mt.5,14.16 ).

  

Familia: Formadora de Personas:

El matrimonio se configura como comunión de personas que se abre a una comunión más amplia: la comunión familiar, entre todos los miembros de la familia.
 

La familia aparece como el lugar del don de la persona. Esta corresponde a la vocación profunda del hombre y la mujer, porque estos no pueden realizarse sino por la donación sincera de si mismo.

En efecto a la luz del misterio de Cristo, la familia se constituye en el símbolo humano del amor de Cristo y de la Iglesia (Ef 5,32). Esta donación de la persona a la persona, repercute y se realiza en la donación a la persona del niño.

 

Familia: Servidora de la Vida

Como iglesia doméstica, la familia está llamada a anunciar, celebrar y servir el Evangelio de la vida. Es una tarea que corresponde principalmente a los esposos, llamados a transmitir la vida, siendo cada vez más conscientes del significado de la procreación, como acontecimiento privilegiado en el cual se manifiesta que la vida humana es un don recibido para ser a su vez dado.


La familia asume una visión renovada de la sexualidad en el cuadro de la comunión, cuerpo y alma de los cónyuges. Por esta razón el S.S. Juan Pablo II subraya que la contraconcepción (evitar la concepción) es anticonyugal y bendice la relación del amor verdadero entre los esposos. El niño no es objeto de derecho, menos aún un objeto de posesión.

 
Debemos entender el trabajo médico sobre los períodos de fertilidad y sobre el ritmo biológico de la mujer progresa, reconociendo más el valor científico de los métodos naturales. Pues estos métodos constituyen una pedagogía para un amor respetuoso de la especificidad femenina; llaman a un verdadero diálogo de la pareja. Estos métodos son muy precisos, cuando justas y graves razones demandan el espaciamiento de los nacimientos.

 

La Mujer y la Vida

La familia debe estar abierta a la vida. Esta misión atañe especialmente a la mujer, quien no puede olvidar su papel en la familia o tomar a la ligera el hecho de que toda vida nueva está confiada totalmente a la protección y al cuidado de ella. 
 

La mujer está llamada a ofrecer lo mejor de si al niño que crece dentro de ella. Su misión materna es también fundamento de una responsabilidad particular. La madre está puesta como protectora de la vida. A ella le corresponde acogerla con solicitud, favoreciendo ese primer diálogo del ser humano con el mundo, que se realiza precisamente en la simbiosis con el cuerpo materno. Aquí es donde comienza la historia de todo hombre.

La familia debe entender este orden natural, es necesario oponerse a la falsa concepción según la cual el papel de la maternidad es opresivo para la mujer y que, un compromiso con su familia, particularmente con sus hijos, le impide influir en la sociedad. Así se perjudica no sólo a los hijos sino también a la mujer e incluso a la sociedad.
Por eso es importante reconocer, aplaudir y apoyar la presencia de la madre en la familia, tan importante para la estabilidad y el crecimiento de esta unidad básica de la sociedad.  

 

La familia y el ciudadano del mañana

La familia, tal cual es, no es una realidad cerrada sobre si misma, ni un jardín secreto reservado a la vida privada. Ella forma a los ciudadanos del mañana, comunica a estos valores humanos capitales para la vida de una nación, introduce  sus niños en la sociedad, por ello, la familia juega un rol esencial.

La familia es patrimonio común de la humanidad. Como dice ya el Concilio Vaticano II, ella constituye “célula primera y vital de la sociedad”. Esta verdad sobre la familia no es solamente un patrimonio de los creyentes, constituye una riqueza para toda la humanidad. La razón natural, además de la Revelación Divina contienen esta verdad.
 

El futuro de la humanidad se le reconoce, hoy, a la familia. La iglesia no considera  esta lucha por los derechos de la familia en la sociedad como dominio privado. Pero ella se está empeñando en esta lucha. Ha tomado sus responsabilidades frente a la humanidad.

 

Preguntas para el diálogo entre los esposos:

  1. ¿La oración en familia refuerza la solidez espiritual y ayuda a que esta sea participe de la fuerza de Dios?  ¿Por qué?
  2. ¿La familia está considerada en un papel secundario excluyéndola del lugar que le compete en la sociedad? ¿Por qué?

Para el amor

La reflexión sobre el amor nunca terminará. Hacer esta reflexión nos ayuda además, a enriquecer cada día su vivencia. Es un largo caminar. Un misterio que está en la raíz de nuestro ser, que hace apasionante nuestro existir. Es que bajo el término amor se llegan a decir tantas cosas que debemos saber muy bien que no todo lo que llaman amor, es amor. Y tener muy claro que:

  • Una cosa es querer, y otra muy distinta amar.
  • Del amor al odio no hay un paso, sino un abismo.
  • El que ama da, más de lo que espera.
  • El amor nunca muere, o no es amor.
  • Sólo el amor le da sentido a todas las cosas.

El amor conyugal tiene sus rostros que nos lo definen:

  • Aceptar al otro tal y como es.- Asumir al otro en todo su ser  y potencialidad.
  • Darse.- Don de sí mismo al otro por la palabra que los comunica, el encuentro sexual que los une en exclusividad y la respuesta a la atención prestada al otro.
  • Acogerse.- Recibir, guardar, saborear al otro.
  • Gratitud.- Por la dicha de haber sido el recipiente del don.
  • Comunión.- Es la presencia del Espíritu en el que todos somos uno.

Y "Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó". Hombre y mujer por su creación son de la misma naturaleza; pero sus modalidades son distintas aunque complementarias, que al unirse la pareja hacen que formen un solo ser.

 

Para la felicidad

“Creados a la vez, el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno para el otro. ...no que Dios los haya hecho ‘a medias’ e ‘incompletos’; los ha creado para una comunión de personas, en la que cada uno puede ser ‘ayuda’ para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas y complementarios en cuanto masculino y femenino. En el matrimonio, Dios los une”. Dios creó al hombre para la felicidad, “no es bueno que el hombre esté sólo. Voy a hacerle una ayuda adecuada”. Nada como su semejante para ayudarle a vivir este plan de dicha que Dios trazó a la humanidad. Y en la grandeza de este misterio, la mujer y el hombre, como esposos y padres, cooperan de una manera única en la obra del Creador, al trasmitir a sus descendientes la vida humana. Toda una responsabilidad frente al mundo, y que Dios le quiso confiar al ser humano.

 

Para la santidad

La santidad no es una opción, sino el camino querido por voluntad expresa del Señor, como lo dice San Pablo: “la voluntad de Dios es que se hagan santos...”. La santidad es una meta a la que se debe tratar de llegar con todo nuestro esfuerzo y cooperación, es una obligación precisa para alcanzar la plenitud. El querer ser santo nace de nuestro ser cristiano.

Este camino de santidad que todos estamos invitados a recorrer, es el único que verdaderamente conduce hacia nuestra plena realización personal. Santidad y realización personal se identifican. La vocación a ser santos es nuestra misma vocación a ser persona humana abierta al encuentro con Dios.

El ser humano está sellado en lo más hondo de su persona por una intensa necesidad de infinito, de trascendencia plena, porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios para abrirnos desde nuestra libertad al encuentro con Dios Amor y de igual manera a los demás hombres.

 

El amor conyugal y el amor de Dios, no se excluyen sino que se conjugan, y todas las exigencias de la vida cristiana pueden ser vividas en pareja. Este es el gran descubrimiento de la espiritualidad conyugal. Los cristianos casados también estamos llamados a la santidad. Para nosotros, no es una simple llamada individual, sino un camino a recorrer juntos. El sacramento del matrimonio es nuestra forma de ser cristianos, nuestra opción vital en una ofrenda. Es la llamada peculiar a vivir la santidad.

La santidad en el matrimonio consiste en aprender a vivir en esa actitud de para ti en vez de para mí. La pareja cristiana que conoce el estado de gracia conyugal, que se alimenta de la Palabra de Dios y del Pan de Vida, participa realmente en la vida eucarística. Hace de toda su vida una hostia santa. Marido y mujer son signo, sacramento del amor de Dios, el uno para el otro, y los dos juntos para sus hijos y para el mundo.

 

Un matrimonio feliz no es aquel que ha logrado superar las dificultades que se les ha presentado y que se encuentran maduras para vadear los conflictos que le vendrán. Es necesario haber creado un sentido de trascendencia, saber que más allá hay un destino eterno, pero que aquí y ahora se cultiva.

No nacemos santos. Nos hacemos santos. El hogar debe ser el molde para esa santidad. Por eso, los esposos han de buscar la santidad; pero esa búsqueda no se agota en el logro de su propia perfección, sino que se propaga, o debería propagarse, en los hijos y todos aquellos que están al entorno.

 

Vivir en comunión

Que está mucho más allá del hecho de estar juntos. Es, además, la unión verdadera puesto que se pone en común todo. Y vivir en comunión es en definitiva el verdadero sentido de unión para toda la vida con todas las condiciones y situaciones, en las buenas y en las malas.

Es lo que determina el hacer una sola carne, donde ambos se pertenecen, se entregan, se encuentran. Pero, “la comunión es un don” por eso, en la comunión se recrea la imagen de Dios.

 

Salamanca, 24 de Marzo del 2009.

LA VOZ DE MARIA AUXILIADORA

LA VOZ DE MARIA AUXILIADORA

 

El mas Pequeño de mis hermanos

El mas Pequeño de mis hermanos

EL MAS PEQUEÑO DE MIS HERMANOS

Lc 25, 40.

INTRODUCCION

Lc 10,25-29.

Un maestro de la Ley, que quería ponerlo a prueba, se levanto y le dijo Maestro: “¿Que debo hacer para conseguir la vida eterna?

Jesús le dijo: “¿Que esta escrito en la Escritura? ¿Que lees en ella?

El hombre le contesto: “Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y amaras a tu prójimo como a ti mismoJesús le dijo: “¡Excelente respuesta! Haz eso y vivirás!”El otro que quería justificar su pregunta, replico: “¿Y quien es mi prójimo? “Haz eso y vivirás”  ¿Quien es mi prójimo?Jesús no quiere que nadie se quede fuera. Debemos situarnos en la posición de la persona que necesita ayuda. Jesús no nos preguntara ¿tuviste muchos amigos? Sino ¿hubo alguien a quien rechazaras? 

¿QUIÉN ES EL MAS PEQUEÑO?

ACEPTARE AL MAS PEQUEÑO POR LA ORACIÓN. Amar a alguien es tener siempre la esperanza en él. Lo cristiano es creer en lo bueno de toda persona. AMAR COMO ME AMO CRISTO.El más pequeño de mis hermanos:¿Quién se queda fuera de tu amor?¿Quien necesita ayuda cerca de ti?¿Los más pequeños, son los que nosotros no podemos soportar?¿Me siento llamado a amar a aquellos “más pequeños”?¿Tengo esperanza en mis hermanos?¿Veo lo bueno que hay en ellos. Al Cristo que hay en ellos?¿Encuentras la fuerza en la oración, en el Manantial, en la Montaña? En la ultima Cena dijo Jesús: “Hijos míos… les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado. En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se amen unos a otros”. Jn 13, 33-35. El legado de amor de Cristo debe ser único, algo que no ha existido nunca, de lo contrario no será característica distintiva de los cristianos.La interpretación revolucionaria del amor nos ha sido dada por el propio Jesús: Se levanto un legista, y dijo para tentarle: Maestro ¿qué he de hacer para tener por herencia la vida eterna. El le dijo: ¿Que lees? En respuesta el escriba cito dos pasajes de la Escritura: “Amaras a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo” La primera parte de la respuesta no es sorprendente para los judíos, pues es el gran mandamiento que todos ellos recitaban antes de acostarse por la noche y al levantarse por la mañana: “Escucha Israel: Yahvé, nuestro Dios, es Yahvé-único Y tu amaras a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón los mandamientos que yo te entrego hoy, repíteselos a tus hijos, habla de ellos tanto en casa como cuando estés de viaje, cuando te acuestes y cuando te levantes….” Dt 6,4-9. Pero es sorprendente que el escriba cite al mismo tiempo El Levítico: “Amaras a tu prójimo como a ti mismo”. Lev 19,18.El legista quiere provocar una discusión. Pero Jesús no desea una discusión. “Bien has respondido, dijo Jesús, Haz esto y vivirásPero aquel hombre estaba ansioso por justificarse y dijo a Jesús: ¿Y quien es mi prójimo? El legista quiere una definición. Definir significa circunscribir, establecer límites. Y Jesús no quiere que nadie se quede fuera.  Bien sabía que habrá 6 explicaciones de 6 escuelas de la palabra prójimo.Jesús se abstiene de contestar. En vez de hacerlo, cuenta una historia de un hombre que va de Jerusalén a Jericó. “El Buen Samaritano” Lc 10,25-37.Hacia el final del relato Jesús pregunta: ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayo en manos de los salteadores?Este versículo es la clave de toda la parábola porque en el se encierra el mensaje. La pregunta del legista ¿Quien es mi prójimo? Es una pregunta egocéntrica, es una pregunta propia de una ética cerrada.  El esta en el medio, a su alrededor hay unos círculos que le marcan los limites de su amor.Pero Jesús que predica una ética abierta. Nos dice que no nos debemos identificar:-         Ni con el que acude en ayuda del herido -         Ni con quienes se nieguen a hacerlo-         Sino que, por el contrario, debemos situarnos en la posición de la persona que necesita ayuda. Y luego preguntar ¿Quién es mi prójimo? Esto debemos hacerlo siempre. No somos nosotros quienes estamos en el centro:-         Sino quien necesita ayuda. 

EL AMOR NO TIENE LIMITES

Por tanto no hay límites para considerar a alguien prójimo: Estamos en una ética abierta.-         Se debe amar a todo el mundo.-         No hay enemigo.-         No existen límites para nuestra caridad.-         Esta es la revolución que provoco Jesús. Nunca nadie había interpelado el amor de esta manera.Habéis oído que se dijo: “Amaras a tu prójimo y odiaras a tu enemigo” Pues yo les digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por quienes os persigan… Mt 5,43-47. 

LA AMISTAD

Es un Don de Dios poco común. Con todo amistad y amor al prójimo no son lo mismo.No comprendemos todo el significado del Nuevo Testamento si reducimos el amor al prójimo a la amistad.Todo el mundo tiene unos cuantos amigos. Esto no tiene nada de particular.Pero Jesús no preguntara ¿Tuvisteis muchos amigos?Sino ¿Hubo alguien a quien rechazaras? Y si hay alquilen a quien rechazamos, nuestra amistad no es amor cristiano.Podemos ser muy elocuentes al hablar. Profetizar el futuro del mundo, de la Iglesia, de la Comunidad. Dedicar todo cuanto somos y tenemos a luchar contra la pobreza de este mundo. Tener una rueda de amigos y a los ojos de Cristo, no tener amor.  

Y LO QUE HACEMOS A ESTOS “PEQUEÑOS” A CRISTO LO HACEMOS

El indicio mas claro de lo que significa esta inaudita interpretación del amor se encuentra en la famosa Parábola del Juicio Final:“Entonces los justos dirán Señor: ¿Cuando te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, o sin ropa y te vestimos?  ¿Cuando te vivimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?  El Rey responderá: “En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mi” Mt 25,37-40.  Por muy fuertes que puedan sonar estas palabras, aun podemos encontrar una escapatoria:  ¿Quién es él más pequeño?¿Es el último de la lista de la gente importante, de la gente clasificada según su posición social?¿Y, lo que hacemos a este más pequeño - quizá a nuestro juicio, el basurero, el portero, el panadero, el jardinero – se lo hacemos a Cristo? Tal interpretación ridiculiza al Evangelio. Cristo no tiene una lista ordenada por títulos, preferencias. Por otra parte hay otra lista ¡Y que puede ser muy diferente a la primera! Que todos tenemos. En nuestra lista personal: ¿Quién es el primero?En nuestra vida: ¡A quien clasificamos como ultimo!Cristo se identifica con estos más pequeños de nuestros hermanos, con estos pocos a quienes no podemos soportar. Y lo que hacemos a estos “pequeños” a Cristo lo hacemos:-         Si hemos sido cristianos o no lo hemos sido-         Si nuestras vidas han valido la pena o han sido estériles, dependerá del amor que hayamos mostrado por esos más pequeños que están en nuestra vida.-         Tal como nos acepta Dios debemos también nosotros aceptar a cada uno de nuestros hermanos. 

NO SE NECESITA LA SIMPATIA PARA AMAR

Esta revolución, este amor cristiano es el AGAPE, que no condena a nuestros gustos y amistades, sino que las trasciende.El ágape ama a todos y, amando a todos, se ama a sí mismo.AGAPE, significa que ámanos a una persona por lo que es. Todo persona tiene un misterio infinito dentro de sí. El AGAPE penetra has lo más hondo de este misterio. Por esto los dos mandamientos son iguales:

Ejemplo

Supongamos que conocemos un individuo que miente constantemente y, que estamos seguros de ello. Es posible que no podamos ver en el más que a un mentiroso.Del mismo modo, los Fariseos solo veían a la adultera y no su personalidad humana, ni ninguna de sus circunstancias. Y este el gran pecado contra el primer y segundo mandamiento. Cuando reducimos a una persona al rango de “MENTIROSA” estamos negando a Dios en esa persona. Estamos negando a esa persona su infinita profundidad, su fundamento mas profundo.  El AGAPE significa que nunca reducimos a una persona a lo que sabemos de ella. “Amar a alguien es tener siempre la esperanza en él”-         Desde el momento en que empezamos a juzgar a alguien, limitamos nuestra confianza en él.-         Desde el momento en que lo identificamos con lo que sabemos de el y por tanto lo reducimos a ello.-         Dejamos de amarlo y el deja de ser capaz de mejorar. 

DEBERIAMOS ESPERARLO TODO DE TODOS

Deberíamos atrevernos a ser amor, en mundo que no sabe amar. Cuando reducimos a las personas que no nos quitan a menos de lo que son existe el peligro de que también reduzcamos  a nuestros amigos a algo muy limitado. La única diferencia es que no nos importan sus limitaciones. Entonces nuestra amistad probablemente es superficial.Abraham Lincoln dijo es una ocasión: “No me gusta este hombre, tengo que conocerlo” Cuando no nos gusta una persona no hemos llegado a lo mas profundo de ella. Lo cristiano es creer en lo bueno de toda persona. Esta es la Revolución que predico Jesús: “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado”. Jn 15, 12.Cuando comprendemos lo que acabamos de decir, nos sentimos desbordados:¡Amar como amo Cristo! - ¡Casi nada!Cristo lavo los pies de sus discípulos pero nosotros… El se entrego por nosotros en la Eucaristía como un trozo de pan, un sorbo de vino. Pero no puede esperar que nosotros lo hagamos… El rogó en la cruz:”Padre perdónalos porque no saben lo que hacenLc 23,34. ¿Deberíamos nosotros aceptar el ridículo y la burla y luego orar por los que nos ofenden?Cristo llamo a Judas “amigo” cuando recibió el beso de traición. Pero nosotros no podemos llamar amigo a quien nos traiciona.El amo universalmente y acepto a todos lo cual es admirable. Pero no podemos imitarlo. Podemos Imitarlo. Pero no hasta el grado que Jesús nos exige: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado ¡Eso es IMPOSIBLE!Démosle todo el peso a la palabra COMO. La Buena Nueva es esta SABERSE AMADO por Dios. Esto es lo sustancial de nuestra fe.Si permitimos que nuestro amor llene nuestros corazones hasta el borde, se desbordara en nuestro prójimo.Así pues el amor al prójimo es amor a Dios: -         Solo hay un flujo de amor y se origina en Dios.-         El es la fuente creadora de todo amor en este mundo. El amor nos abraza, nos eleva y, a través de nosotros va incluso mas lejos. El AGAPE es un amor que ha descubierto Su Fuente en: El amor de Dios… Dios es amor. El amor cristiano es participar del amor de Dios. 

ES UN REGALO.

Lo único que tenemos que hacer es abrir de par en par nuestros corazones y el amor fluirá en nosotros y a través nuestro fluirá hacia los hermanos. Nosotros somos “canales” de su amor. Un amor que no responde a ningún tipo de coacción, ni esfuerzo. El amor de Dios se nos ha dado como un tesoro infinito.  La fe, la esperanza y la caridad son virtudes – impresas – y tan enormes que nunca podremos alcanzarlas.Es el mismo Dios y La Esperanza no falla: “Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dadoRom 5, 5. 

CONCLUSION

Ahora comprendemos porque están importante el más pequeño de nuestros hermanos. El Amor de Dios nunca defraudara a nadie. El más pequeño de nuestros hermanos es la COMPROBACION de sí nuestro amor es cristiano o producto de nuestra cosecha. El Amor de Dios no tiene límites. Juan nos dice que Dios nos ama primero y que el fruto, resultado de este amor de Dios por nosotros, es que nosotros nos amemos unos a otros. Nuestro amor a los demás es una continuación del amor de Dios por nosotros. El sarmiento tiene que permanecer en la vid. La vid es la fuente de la fuerza y del amor si guardáis mis mandamientos permaneceréis en el amor.Este es el mandamiento mío, que os améis los unos a los otros como Yo Os He Amado”.  Jn 15,10-12.   Este Evangelio no es deprimente. Es una VERDADERA BUENA NOTICIA. No es demasiado exigente. Tanto se nos da que nos sentimos abrumados. 

¿COMO ACEPTAR AL MAS PEQUEÑO DE NUESTROS HERMANOS?

No a base de voluntad sino abriéndonos al AMOR de DIOS. Solo hay un modo de que finalmente podamos aceptar a todos, incluso a las personas difíciles e imposibles y ese modo es LA ORACION. Cuando nos arrodillamos Dios nos ayuda: “En la profunda soledad es donde encuentro la bondad con la que puedo verdaderamente amar a mis hermanos. La soledad y el silencio me ayudan y enseñan a amar a mis hermanos”.-         En la autentica oración llegamos al fundamento mas profundo del ser.-         En la autentica oración nos llenamos tanto de ese amor de Dios que podemos aceptar aun al más pequeño de nuestros hermanos. CRISTO VINO COMO SALVADOR y de la mayor desgracia que puede salvarnos es de NUESTRA INCAPACIDAD DE AMAR. Pregunta¿Cuando Cristo rompe las barreras que levantamos como limites a nuestro amor, entonces es Salvador?

Esa es su misión

-         Si le dejamos cumplirla-         Si no nos resistiéramos. 

Y ese es el significado de la oración

-         Que nos abrimos a la actividad: del PADRE, del HIJO y del ESPIRITU SANTO. 

Feceva - CIAME

Julio del 2000.

El Poder de la Intercesión

El Poder de la Intercesión

EL PODER  DE LA INTERCESIÓN 

 

Stgo. 5, 13-16.

¿Sufre alguno entre vosotros? Que ore. ¿Está alguno alegre? Que cante salmos. ¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados. La oración ferviente del justo tiene mucho poder. 


 ¿Qué es interceder?

Lc 10, 33-34.“Pero un hombre de Samaria que viajaba por el mismo camino, al verle, sintió compasión. Se acerco a el, le curo las heridas con aceite y vino, y le puso vendas. Luego lo subió en su propia cabalgadura lo llevo a un alojamiento y lo cuido”. La palabra  

INTERCESIÓN, se deriva de dos palabras latinas inter y cederé.

 INTER significa “entre”, “participar”, “intervenir”

 CEDERE significa “entregarse”, “ceder”, “inclinarse a”, o “pagar el precio de” 

  • Intercesión significa “mediar”, como cuando hay un mediador entre dos personas en conflicto.
  • Intercesión es “entregarse a sí mismo” entre los que son débiles y necesitan ayuda.
  • Intercesión es “inclinarse a la participación” en cuanto a las necesidades y sufrimientos de los demás.

La intercesión es una manera de vivir mas que un tipo de oración. También es cierto que la intercesión es un aspecto especifico de oración, sin embargo; es mucho más que eso, es un estilo de vida. Es mediar entre un grande y un pequeño. Pedir a alguien que esta por encima, por una necesidad.La intercesión es él vinculo bendito entre nuestra impotencia y la omnipotencia de Dios. 


Dios busca intercesores 

Ez 22, 30

“Yo he buscado entre esa gente a alguien que haga algo a favor del país y que interceda ante mí para que yo no los destruya, pero no lo he encontrado El Señor nos ha llamado a recibir la plenitud del Espíritu de Dios, con el poder de llevar bendiciones espirituales a otros. El esta esperando encontrarse con nosotros y darnos su bendición y poder para realizar su obra. Este llamado de Dios no tiene que ser una carga, Dios quiere que sea un gozo, que sea una inspiración, El quiere actuar por medio de nosotros. Este MINISTERIO esta regido por una gran ley: Dios tiene que dar, nosotros tenemos que pedir. Lc 11, 9-10.  


 

 “Yo también soy intercesor”.

 Avivemos el don que aun no hemos puesto en uso y que lo tenemos dormido. Tratemos de reunir, aprender, enseñar y agrupar a todos los que podamos, para que juntos le recordemos a Dios sus promesas. Donde hay mucha oración, habrá mucho Espíritu,  donde hay mucho espíritu, habrá oración siempre. Dios aun busca a hombres y mujeres que se entreguen especialmente a la oración perseverante. Que nuestro principal trabajo como miembros de BODAS de CANA sea la INTERCESIÓN, con ella aseguramos que la presencia y el poder de Dios vayan con nosotros.  Las bendiciones que necesitamos en nuestra COMUNIDAD hay que hacerlas descender del cielo, mediante la oración de fe, perseverante e importuna. Reconozcamos que nuestro mucho que hacer ha sido en vano a causa de nuestra poca oración. Es tiempo de cambiar oremos mas, mucho mas, incesantemente. Que esta sea la prueba de que nosotros acudimos a Dios para todo, y de que creemos que El nos oye. 


 ¿De donde viene el poder de la intercesión?

 El poder de la intercesión viene de lo alto, viene de Dios, no viene de nuestra fuerza, no viene de si hablamos mas o menos; mejor o peor, o si rezamos mas fuerte y gritamos a Dios. El poder viene de Cristo que intercede por nosotros ante el Padre.El Intercesor tiene que tener la mirada de Jesús sobre la necesidad, el dolor, el problema, mirara como mira Jesús, invocar la intercesión de MARIA y la de los Santos, sobre todo en lugares concretos.No hay intercesión solitaria, el que intercede lo hace con CRISTO, MARIA y todos lo Santos. 


La Sed de DIOS 

Sal (63) 62, 1-8.¡Dios mío, tú eres mi Dios! 

 Si miramos en nuestra Biblia veremos que esta con signos de admiración esto implica que es un grito interno (clamor)  es un grito del alma.

¡Dios mío, tú eres mi Dios! Con ansias te busco, pues tengo sed de ti. Mi ser entero te desea, cual tierra árida,  sin agua, sin vida.Hermanos nos hemos detenido a buscar al Señor de esta manera. Hemos experimentado en lo mas profundo de nuestra mente, de nuestro corazón, de nuestro interior una sed de esta naturaleza: “Con ansias de busco, mi ser entero te desea, cual tierra árida, sin agua, sin vida, tengo sed de ti”. Saben hermanos(as) que la sed física, natural es una de las principales necesidades del hombre, podemos pasar muchos días sin comer, pero no podemos pasar muchos días sin beber. El Salmista nos hace una comparación de la necesidad grande, urgente que tiene de su Dios que le dice tengo sed, sed de ti, te necesito a ti; es la primera bienaventuranza: “Dichosos los que reconocen su necesidad espiritual”  Y todo aquel que reconoce su necesidad espiritual que dice el Señor, que él promete: “el Reino de Dios le pertenece”.  


 Tengo sed de ti, mi ser entero te desea, cual tierra árida, sin agua, sin vida.

Hay veces que nosotros hemos cambiado nuestro Dios por pequeños dioses de fabricación casera y por eso dice: Dios mío, tú eres mi Dios, esta definiendo claramente que Dios es Dios lo mismo en el Cielo que en la Tierra y su Poder es le mismo en todas partes,  pero nosotros hemos cambiado a nuestro Dios por otros diocesitos, por miles de diocesitos falsos y vamos precipitadamente corriendo tras de ellos y experimentamos necesidad y cuando un hombre se desvía de su verdadero Dios empieza a experimentar lo que dice Jeremías en el Capitulo 17, 5-6; es una Profecía, es un mensaje duro, la Palabra de Dios se cumple mas que las leyes físicas, las leyes matemáticas; la Ley Espiritual esta por encima de todas las leyes materiales. “El Señor dice: Maldito aquel que aparta de mí su corazón, que pone su confianza en los hombres y en ellos busca apoyo. Será como la zarza del desierto, que nunca recibe cuidados: que crece entre las piedras, en la tierra de sal, donde nadie vive” Esta es la primera parte de la Profecía que define a los que están bajo maldición y la maldición hermanos se manifiesta específicamente en el corazón del hombre, en el preciso momento en que abandona a Dios y pone su confianza y su apoyo en los hombres. Cuando el hombre en quien había confiado, en quien había construido su casa le falla, allí, específicamente allí esta brotando la maldición y a veces creemos que es el Señor quien nos esta castigando.Hermanos hoy estamos viviendo tiempos de Gracia, el Señor no castiga; el Señor es AMOR somos nosotros mismos que como masoquistas nos lastimamos y seguimos lastimamos. Basta el Señor no quiere lastimarte, el Señor quiere levantarte, quiere bendecirte, quiere prosperarte, quiere AMARTE; entonces porque sufrimos, sufrimos porque queremos, por que nos hemos alejado del Señor.  Jer 2, 13.  Mi pueblo ha cometido un doble pecado: me abandonaron a mí, fuente de agua viva, este es el primer pecado; me abandonaron a mi fuente de agua viva y se hicieron sus propias cisternas, pozos rotos que no conservan el agua, es el segundo pecado. Abandonar la fuente de agua viva y sustituirla por otra agua que no es viva. Cuando nosotros tenemos sed podemos ir al refrigerador y podemos beber de una coca cola, un refresco, pero les pregunto no les ha sucedido a ustedes que cuando tenemos mucha sed y tomamos quizás una agua muy dulce en vez de calmar nuestra sed, la aumenta, yo creo que nos ha pasado muchas veces y eso sucede cuando nosotros abandonamos al que es la fuente inagotable del agua viva, nosotros creemos que va apagar la sed, esto es un espejismo, es una ilusión óptica, que muchas veces lo que hacemos únicamente arrastrarnos y llenarnos de arena del desierto así vemos a los caminantes que van en el desierto y nosotros somos caminantes estamos en valle de lagrimas, estamos en un éxodo, saliendo de Egipto, queriendo llegar a la tierra prometida, saliendo de la esclavitud para llegar a la nueva Jerusalén y este desierto muchas veces vamos a ver espejismo, pero cuidado es desierto, es arena ardiente y vas a llegar y te vas a revolcar y en ves de calmar tú sed lo único que vas a lograr es que tu corazón se desgarre mas por eso dice la Palabra: será como zarza del desierto. Aquel que abandona al Señor recibe esa maldición. No por el Señor sino por el mismo que quede bien claro hermanos este nuevo concepto: No es el Señor quien te maldice, no es el Señor que te castiga, eres tu mismo, el que té estas haciendo daño en el momento que dejas, abandonas al Señor, automáticamente viene la maldición para que tu aprendas, tu mismo aprendas de que té estas convirtiendo en una zarza del desierto que nunca recibe cuidados, que crece entre las piedras en tierra de sal donde nadie vive que duro es experimentar cuando uno ha confiado, ha amado, esta enamorado de su esposo(a) y este(a) le falla siente uno por dentro como que se derrumba, cae en depresión, en desesperación como que su mundo se esta viniendo totalmente al suelo y eso es misericordia de Dios, por que El dice que cuando una casa es edificada sobre arena, vienen los vientos, los problemas, vienen las tempestades, vienen noches oscuras, vienen las dificultades y la casa se viene al suelo. ¿Porque se viene al suelo? Por MISERICORDIA. Para que tu vuelvas a edificarla sobre la roca inconmovible de CRISTO JESÚS. Amen. Ahora miremos lo contrario, hemos visto por un lado en Jer 17, 5-6 la maldición, pero ahora veamos la bendición Jer 17, 7-8 “Pero bendito el hombre que confía en mi, que pone en mi su esperanza. Será como un árbol plantado a la orilla del rió, si analizamos las figuras y los simbolismos que esta utilizando el Señor para comparar al hombre que confía en El, que apoya todas sus decisiones, todos sus caminos, todo lo que realiza lo pone en la roca inconmovible de CRISTO JESÚS, el que pone su esperanza en El. Será como un árbol plantado a la orilla un rió, que extiende sus raíces hacia la corriente y no teme cuando llegan los calores; los calores, los problemas, las dificultades, las adversidades, pues su follaje esta siempre frondoso, esta verde cuando ustedes ven un árbol frondoso, verdoso se dice ese árbol tiene vida que diferencia con la zarza, la zarza es marchita, abandonada, esta ya agonizando, esta muerta, mientras que el árbol frondoso esta lleno de vida por que sus raíces se dirigen hacia la corriente de vida hacia el agua viva, pues su follaje esta siempre frondoso. En tiempo de sequía no se inquieta, y nunca deja de dar fruto,  el Señor en la bendición dice el que esta con el Señor va tener momentos difíciles, momentos de tribulación, momentos de persecución pero aun en medio de la sequía, en medio de todos esos problemas el Señor te dice: nunca dejaras de dar fruto, porque el que esta conmigo, el que permanece unido a la vid verdadera siempre va a dar fruto, porque tú eres la rama injertada a la vid, por tus venas estará corriendo sangre del Cordero, por tu corazón estará brotando agua viva del Cordero. Jn 7, 38 “... del corazón del que cree en mi brotaran ríos de agua viva”. Si tu crees en el Señor en ti estará brotando día, tras día, aun en los momentos de mas calor y en tiempos de seguía tu te convertirás en fuente de agua viva porque Dios esta dentro de ti. Amen 


Salmo 42, 1-3 Mi esperanza esta en Dios

“Como ciervo sediento en busca de un rió, así, Dios mío te busco a ti. Tengo sed de Dios, del Dios de la vida. ¿Cuándo volveré a presentarme ante Dios? Día y noche, mis lagrimas son mi alimento mientras a todas horas me preguntan: “¿Dónde esta tu Dios?”Este salmo es muy parecido en el versículo 1 al Sal 63 “¡Dios mío, tú eres mi Dios! Con ansias te busco, pues tengo sed de ti, mi ser entero te desea, cual tierra árida sin agua, sin  vida”  

Feceva y Majuber - C.A. "Maria Inmaculada"

02 de julio del 2014. 

                                                                                                                                                                                    

Maria: Hoy, Ayer y Siempre

Maria: Hoy, Ayer y Siempre

COMO HABLAR HOY DE LA VIRGEN MARIA

Cuando hay que hablar de María se encuentra uno como en apuros. No sabe por donde empezar, ya que la Virgen es un mundo terreno y divino al mismo tiempo. El nombre de María, parece uno de los más difíciles de pronunciarse para los cristianos de hoy. Se calla fácilmente de ella en la investigación, en los libros, en la oración cotidiana: 

  • Unos, porque dicen que no sienten interés por María, la madre de un Señor en el que poco o nada creen y sobre todo, en el que no viven.
  • Otros porque, a pesar de haber transcurrido varios años desde que termino el Concilio Vaticano II (C.V. II), no han alcanzado a entender aun las líneas señaladas para situar a María en el lugar que le corresponde en el pensamiento y en la vida del cristiano, que es el mismo que le corresponde en la historia de nuestra salvación y han preferido no hablar de ella ni pensar en ella, como si el único camino para no deformar la figura de la Madre fuera ignorarla.
  • Otros, en fin, porque en resumidas cuentas, no saben quien es María y no lo saben porque no se han molestado en abrir las paginas de la Biblia donde aparecen los misterios de la vida de Cristo, que es hijo de María. Por esto nos sobra razones para quienes amamos a María. Porque María camino y estuvo en  la historia, hoy la vemos alejada de muchos que, por otra parte, no quisieran perderla, prueba de lo cual es que la buscan por caminos equivocados y hechos extraordinarios: No la buscan en la Palabra de Dios, pero si en el santuario o en la peregrinación o en la aparición mas o menos autentica.La Iglesia nos invita a tener presente ciertos criterios en la visión de María, criterios que estaban muy en desuso en la piedad y en la vida mariana antes del C.V. II y de manera peculiar en cierta abundancia de la devoción mariana propia de países tan imaginativos y frescos en su pensar como alejados de la realidad en su reflexión. Ante todo nos invita a encontrar a María tal como aparece en el Evangelio y no precisamente en las creaciones de la imaginación, sino en su puesto como Madre del Señor Jesús, con la totalidad de su función, que es demasiado grande como para que necesite aditamentos. Reencontrarla así, cercana a nosotros como estuvo cercana a Jesús y a sus discípulos, a la Iglesia primitiva. Que no tengamos que buscar una Virgen milagrosa en el Evangelio, porque no la vamos encontrar, ya que no hizo ninguno, aunque dio a luz al Verbo de Dios y provoco el primer signo en Cana de Galilea. Dentro de este criterio de atenerse a la Palabra de Dios, también nos invita a ver a María en su propia historia, que es parte de la historia de la salvación. Y por lo mismo ver: “La historia de su alma, del desarrollo de su fe y la historia de su misión”   Ante todo, el desarrollo de su fe. Es que, a fuerza de votos, muchos teólogos marianos nos tenían acostumbrados a una Virgen-Vidente desde el principio de su ser y no a una Virgen que tuvo que ignorar, dudar y creer y por lo mismo fue declarada dichosa por haber creído, es decir, porque, como nosotros, tuvo que vivir toda la aventura de la fe con sus consecuencias de oscuridad, noche y sufrimientos. Nos recuerdan lo que con igual encarecimiento nos puso de presente el C.V. II sobre la Virgen que: “Lo atado por la virgen Eva con su incredulidad, fue desatado por la Virgen María mediante su fe”, una fe que no es distinta de la de los demás, puesto que también ella, como nosotros, fue peregrina y tenia para su fe los mismos instrumentos que nosotros tenemos a nuestra disposición, si no es que el principal, Jesús con su Espíritu, estaba mas cercano de ella. Nos invita también a encontrar en María la función esencialmente eclesial que le corresponde en nuestra vida espiritual, para lo cual, a su vez, tenemos que darnos cuenta de que la Iglesia no es un simple recipiente de nuestra existencia como cristianos y caminantes, sino que la Iglesia es la esencia misma de nuestro peregrinar y en ella querámoslo o no, María tiene una función dispuesta por la elección Divina.  Pablo en su carta a los Galatas solamente habla una vez de María cuando nos dice que el hijo de Dios nació de una mujer. (Ga 4, 4) Lucas en los Hechos de los Apóstoles presenta a María en oración en medio de la primera comunidad cristiana, en espera de la efusión del Espíritu Santo (He 1, 14). Marco también menciona a María y nos comenta en su Evangelio. Como era mucha gente sentada en torno a Jesús, le transmitieron este recado: “Oye, tu madre, tus hermanos y tus hermanas se encuentran fuera y preguntan por ti”. (Mc 3, 31-35). Evidentemente, seria demasiado largo detenernos en los detalles de todo lo que dicen en los evangelios sobre la madre de Jesús, aunque es poco. El papel de María es muy escondido para ellos, podría decirse que solo por casualidad y que solamente cuando tienen que referirse a la madre de Jesús, la mencionan en episodios que no se refieren directamente a ella. Juan introduce a María en la vida publica de su hijo cuando, en las bodas de Cana (Jn 2, 1-12), ella solicita a Jesús que realice su primer milagro. Es la iniciación del misterio de intercesión de la madre ante su hijo que no le niega nada. Es también en esta ocasión cuando los apóstoles tienen el primer conocimiento de María, la madre de su Maestro. La verdad hermanos es que los Doce todavía no comprenden mucho el misterio insondable de Jesús; menos aun el misterio de su madre en su maternidad excepcional. Pero por su intercesión discreta María hace crecer la fe de ellos. Porque, aquel primer milagro conseguido por la intercesión de María, revela la gloria de Jesús: Y creyeron en él sus discípulos, nos puntualiza Juan.  La maternidad espiritual de María, Madre de la Iglesia, se anuncia ya desde aquí. Alcanzara su culminación al pie de la cruz, al final del misterio publico de Jesús. Es que a esta presencia de María al principio de la vida publica corresponde. También es Juan, que resalta la presencia de María al pie de la cruz al final del ministerio publico de Jesús (Jn 19, 25-27). Por una intención manifiesta, varios pormenores de las dos escenas se corresponden y se hacen eco. Cana es el comienzo de la glorificación de Jesús: La hora de este comienzo se anticipa por intercesión de María: “Mujer ¿Cómo  se te ocurre? Aun no ha llegado mi hora”. Es como si Jesús le dijera a su madre: ¿Que quieres mujer? ¿Que tengo yo contigo, mujer? Es un sentimiento para rehusar una intervención que se juzga inoportuna. Pero Jesús no puede rehusar lo que su madre le pide. Es, sobre todo, el apelativo mujer lo que resulta insólito y que solamente se clarifica acudiendo a la presencia de María junto a la cruz, cuando la hora de la glorificación ha llegado y se consuma gracias y por medio del retorno del Hijo a la derecha del Padre: Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” Después dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Jesús proclama la maternidad espiritual de María que se convierte, no solamente en la madre espiritual de Juan, sino en él, la madre de todos los que creen en Jesús, representados allí por el discípulo a quien Jesús amaba. Por esto dice al discípulo y a todos nosotros: “Ahí tienes a tu madre” La expresión mujer, se clarifica como una evocación a la mujer Eva, la madre de todos aquellos a quienes la muerte del nuevo Adán, trae a la vida. Estas implicaciones de la expresión mujer se justifican en el conjunto del Evangelio Espiritual de Juan, él mas teólogo de los evangelistas. En él aparece María de pie junto a la cruz como la nueva Eva, con el alma traspasada por una espada (Lc 2, 35.) Y más claramente corredentora, asociada a la obra redentora de su Hijo que solo El podía realizar. Corredentora y nuestra madre espiritual, ella colabora a nuestra generación de hijos de Dios a través de su dolor. Desde Cana ella nos conduce hacia Cristo. A lo largo de los siglos, el Señor ha querido multiplicar las señales de su asistencia misericordiosa y nos ha dejado a María como faro poderosísimo para que sepamos orientarnos cuando estemos perdidos.Yo soy la Madre del amor hermoso, en mi esta toda la esperanza de vida y de virtud (Ecl 24, 24.)  

ORACION

Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de la tentación,mira a la estrella, llama a María.

Si la ira, la avaricia o la impureza impelan violentamente la nave de tu alma, mira a María. 

Si turbado con la memoria de tus pecados,confuso ante la fealdad de tu conciencia,temeroso ante la idea del juicio,  acude a María. 

Si comienzas a hundirte en la sima sin fondo,en la tristeza o en el abismo de la desesperación

piensa en María. 

En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María, acude a María. 

Que no se aparte María de tu boca, ni de tu corazón.

Y para conseguir su ayuda intercesora,no té apartes tú de los ejemplos de su virtud. 

Si la sigues no te descaminaras, no te desesperaras.

Si le ruegas no te perderás si en María piensas.

Si ella te tiene de su mano no caerás. Si te protege nada tendrás que temer.

Si es tu guía no te fatigaras.  Llegaras felizmente al puerto si María te ampara.                                                                                    

En FAMILIA

En FAMILIA

EL AMOR EN FAMILIA  

Eclco 48, 11. 

Formar a nuestros hijos en la afectividad es ayudarlos a desarrollar su capacidad de amar. El amor se transmite principalmente en la familia.  

LA FAMILIA

"La familia es una íntima comunidad de vida y amor" cuya misión es "custodiar, revelar y comunicar el amor" con cuatro cometidos generales (Familiaris Consortio):        

  •  Formación de una comunidad de personas
  • Servicio a la vida
  • Participación en el desarrollo de la sociedad
  • Participación en la vida y misión de la iglesia      

Aprender a Amar

La capacidad de amar es resultado del desarrollo afectivo del ser humano durante los primeros años de su vida. El desarrollo afectivo es un proceso continuo y secuencial, desde la infancia hasta la edad adulta. La madurez afectiva es un largo proceso por el que el ser humano se prepara para la comunicación íntima y personal con sus semejantes como un Yo único e irrepetible; y que debe desencadenarse al primer contacto del niño con el adulto perpetuándose a lo largo de su existencia. A pesar de que el hombre fue creado por Dios con una capacidad innata para amar, el crecimiento y la vivencia del amor se realiza a través de la experiencia que el hombre va adquiriendo a lo largo de toda su vida. En el contexto individual de cada persona, esta experiencia se ubica en su familia. En la familia es donde se hace posible el amor, el amor sin condiciones; los padres que inician la familia con una promesa de amor quieren a sus hijos porque son sus hijos, no en razón de sus cualidades.

"La familia es un centro de intimidad y apertura".      

Es en el seno familiar donde cultivamos lo humano del hombre, que es él enseñarlo a pensar, a profundizar, a reflexionar. Es en el ámbito de la familia donde el hombre aprende el cultivo de las virtudes, el respeto que es el guardián del amor, la honradez, la generosidad, la responsabilidad, el amor al trabajo, la gratitud, etc. La familia nos invita a ser creativos en el cultivo de la inteligencia, la voluntad y el corazón, para poder contribuir y abrirnos a la sociedad preparados e íntegros. El amor de la familia debe trasmitirse a la sociedad. La familia es el primer ambiente vital que encuentra el hombre al venir a este mundo y su experiencia es decisiva para siempre. "La familia, dice Juan Pablo II, es la primera y más importante escuela de amor". "La grandeza y la responsabilidad de la familia están en ser la primera comunidad de vida y amor, el primer ambiente en donde el hombre puede aprender a amar y a sentirse amado, no sólo por otras personas, sino también y ante todo por Dios". Todo se relaciona con el misterio del Padre que nos ha creado por amor y para que amemos. Nos ha hecho a su imagen y semejanza, todos somos hijos suyos iguales en dignidad. Para revelarnos su paternidad de amor "nos hace nacer del amor" de un hombre y de una mujer e instituye la familia; ella es el lugar del amor y de la vida, o dicho de una mejor manera: "el lugar donde el amor engendra la vida".      

Amor conyugal, modelo de amor para los hijos.

"La familia es la primera y fundamental escuela de sociabilidad, como comunidad de amor encuentra en el don de sí misma la ley que le rige y le hace crecer. El don de sí que inspira el amor mutuo de los esposos, se pone como modelo y norma del don de sí que debe haber en las relaciones entre hermanos y hermanas y entre las diversas generaciones que conviven en la familia. La comunión y la participación vivida cotidianamente en la casa, en los momentos de alegría y de dificultad representan la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción activa, responsable y fecunda de los hijos en el horizonte más amplio de la sociedad" (Familiaris Consortio 

Alguien dijo que "se puede procrear fuera de la familia, pero sólo en familia se puede educar", y educar para amar sólo se puede en el ámbito de la familia: amando. El ejemplo es el mejor método para educar; hay una frase que dice "Lo que eres habla tan fuerte, que no oigo lo que me dices". Qué nos ganamos con decir, o pretender demostrar, amor a nuestros hijos, lo que importa es lo que ellos ven en la forma como tratamos a nuestro cónyuge. Tenemos que entender claramente que no hay nada que eduque más y mejor a los hijos que el ejemplo de amor que ven en sus padres como pareja. Para realmente poder amar a nuestros hijos tenemos primero que amar a nuestro cónyuge.      

El amor, factor de desarrollo de los hijos

El otro aspecto fundamental de la influencia del amor, dentro de la familia lo encontramos en el desarrollo de la persona, más particularmente, de los hijos. Cada familia, aun sin pretenderlo crea un ambiente (de amor o de despego y egoísmo, de rigidez o de ternura, de orden o de anarquía, de trabajo o de pereza, de ostentación o de sencillez, etc.) que influye en todos sus miembros, pero especialmente en los niños y en los más jóvenes.      

CONOCER.

Amar es buscar el bien integral del otro. El que ama y sólo el que ama, conoce bien a la persona amada, porque la conoce no sólo como aparece sino como es por dentro, y más aún conoce "su posible", aquello que puede y "debe" llegar a ser. Como dice Paul Valéry "lo que es más verdadero de un individuo, lo más de él mismo, es su posible, lo que puede llegar a ser". Partiendo del hecho de que el hombre "es un ser en proceso" pensemos que es en la familia donde más va a avanzar dentro de este proceso. Así podremos valorar la trascendencia de nuestro amor a los hijos. Nuestro amor será responsable de que ellos alcancen la estatura que deben llegar a tener, en todos los aspectos de su persona. El que ama no sólo conoce lo que la persona amada puede llegar a ser, sino que "le ayuda a ello", le ayuda a que desarrolle todas las potencialidades que tiene y que muchas veces ignora, le ayuda a que sea lo que puede llegar a ser.      

CONFIAR

La psicología afirma que el afecto estimula el aprendizaje y desarrolla la inteligencia gracias a la sensación de seguridad y confianza que otorga y que se desarrolla lentamente a través de la infancia, la niñez y la adolescencia. La persona humana que está siempre en proceso de irse haciendo, es un ser con cierta dosis de inseguridad. El que se siente amado experimenta dentro de sí una fuerza que incrementa su seguridad.       Sentir la confianza de las personas queridas es, no sólo de gran ayuda, sino en muchas ocasiones "vital". Confiar no significa hacerse de la vista gorda, consentir, ceder. Confiar significa creer en la persona a pesar de que los hechos estén en su contra.      

Confiar en alguien implica ser paciente, saber esperar.

¿Cómo podemos infundir confianza en nuestros hijos? Ayudándoles a que descubran sus cualidades, limitaciones y defectos. Ayudándoles a que desarrollen cualidades, animándoles y aplaudiendo sus logros por pequeños que sean, ayudándoles a que descubran a dónde pueden llevarles sus inclinaciones si no las dominan y sobre todo, haciéndoles sentir nuestro cariño. Para esto necesitamos no sólo paciencia, sino también tiempo. Lo contrario de la confianza es descargar sobre nuestros hijos nuestro coraje e impaciencia, echar en cara sus torpezas, fallas y malas acciones, sin transmitirles la seguridad que tenemos de que pueden cambiar. El decirles "eres malo" en lugar de "lo que hiciste" es una acción mala.      

EXIGIR.

Exigir es un ingrediente esencial del amor. Sólo quién en nombre del amor sabe ser exigente consigo mismo puede exigir por amor a los demás; porque el amor es exigente. Lo es en cada situación humana. El amor, al que San Pablo dedicó un himno en la Carta a los Corintios, es ciertamente exigente "amor paciente, servicial, comprensivo...". Amar a los hijos no significa evitarles todo sufrimiento. Amar es buscar el bien para el ser amado en última instancia y no la complacencia momentánea. Es posible que algunas veces por amor a un hijo le generemos una frustración momentánea que en realidad lo prepara para un bien más grande.         

El amor necesita disciplina.

Citamos a Ignace Lepp, en su libro Psicoanálisis del amor nos dice: "El amor auténtico es el más eficaz creador y promotor de la existencia. Si tantas personas - bien o mejor dotadas - siguen siendo tan mediocres, se debe a menudo, a que nunca han sido amadas con un amor tierno y exigente"      

Trascendencia del amor

El amor auténtico vivido en la familia debe alcanzar a la sociedad, la familia debe salir de sí misma y compartir esta vivencia profunda del amor entre ellos que es un reflejo del amor de Dios Padre. Los Apóstoles comprendieron que el matrimonio y la familia es una verdadera vocación que proviene de Dios, un apostolado, el apostolado de los laicos. Estos ayudan a la transformación de la tierra y a la renovación del mundo, de la creación y de toda la humanidad. A este respecto el Papa Juan Pablo II en la Carta a las Familias nos dice: "Queridas Familias: vosotras debéis ser también valientes, dispuestas siempre a ser testimonio de la esperanza que tenéis por que ha sido depositada en vuestro corazón por el Buen Pastor mediante el Evangelio. Debéis estar dispuestas a seguir a Cristo hacia aquellos pastos que dan la vida y que Él mismo ha preparado con el misterio pascual de su muerte y resurrección."      

El amor en la familia tiene dos cometidos fundamentales:  

1.     Enseñar el amor, aprender a amar. Revelar, custodiar y comunicar el amor, y proyectarlo a la sociedad.

2.     Ayudar a cada uno de sus miembros, especialmente a los hijos, a que desarrollen todas sus potencialidades, que lleguen lo más cerca posible, ha lo que deben llegar a ser, que alcancen la vocación a la que han sido llamados por su Creador.  

Feceva – CIAME

Diciembre, 15 del 2003.            

Rosarium Virginis Mariae

Rosarium Virginis Mariae

ROSARIUM VIRGINIS MARIAE       

CARTA APOSTÓLICA  ROSARIUM VIRGINIS MARIAE DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II AL EPISCOPADO, AL CLERO   Y A LOS FIEL SOBRE EL SANTO ROSARIO      

INTRODUCCIÓN 

1.     El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar, más aún, 'proclamar' a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), él «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización».[1] El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la  profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio.[2] En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal.  Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor. 

Los Romanos Pontífices y el Rosario. 

2.     A esta oración le han atribuido gran importancia muchos de mis Predecesores. Un mérito particular a este respecto corresponde a León XIII que, el 1 de septiembre de 1883, promulgó la Encíclica Supremi apostolatus officio, [3] importante declaración con la cual inauguró otras muchas intervenciones sobre esta oración, indicándola como instrumento espiritual eficaz ante los males de la sociedad. Entre los Papas más recientes que, en la época conciliar, se han distinguido por la promoción del Rosario, deseo recordar al Beato Juan XXIII[4] y, sobre todo, a Pablo VI, que en la Exhortación apostólica Marialis Cultus, en consonancia con la inspiración del Concilio Vaticano II, subrayó el carácter evangélico del Rosario y su orientación cristológica. Yo mismo, después, no he dejado pasar ocasión de exhortar a rezar con frecuencia el Rosario. Esta oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes. Me lo ha recordado mucho mi reciente viaje a Polonia, especialmente la visita al Santuario de Kalwaria. El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo. Hace veinticuatro años, el 29 de octubre de 1978, dos semanas después de la elección a la Sede de Pedro, como abriendo mi alma, me expresé así: «El Rosario es mi oración predilecta. Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. [...] Se puede decir que el Rosario es, en cierto modo, un comentario-oración sobre el capítulo final de la Constitución Lumen Gentium del Vaticano II, capítulo que trata   de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma   los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través –podríamos decir– del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana ». [5] Con estas palabras, mis queridos Hermanos y Hermanas, introducía mi primer año de Pontificado en el ritmo cotidiano del Rosario. Hoy, al inicio del vigésimo quinto año de servicio como Sucesor de Pedro, quiero hacer lo mismo. Cuántas gracias he recibido de la Santísima Virgen a través del Rosario en estos años: Magnificat Anima Mea Dominum! Deseo elevar mi agradecimiento al Señor con las palabras de su Madre Santísima, bajo cuya protección he puesto mi Ministerio Petrino: Totus Tuus! 

Octubre 2002 - Octubre 2003: Año del Rosario 

3.     Por eso, de acuerdo con las consideraciones hechas en la Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, en la que, después de la experiencia jubilar, he invitado al Pueblo de Dios « a caminar desde Cristo », [6] he sentido la necesidad de desarrollar una reflexión sobre el Rosario, en cierto modo como coronación mariana de dicha Carta apostólica, para exhortar a la contemplación del rostro de Cristo en compañía y a ejemplo de su Santísima Madre. Recitar el Rosario, en efecto, es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo. Para dar mayor realce a esta invitación, con ocasión del próximo ciento veinte aniversario de la mencionada Encíclica de León XIII, deseo que a lo largo del año se proponga y valore de manera particular esta oración en las diversas comunidades cristianas. Proclamo, por tanto, el año que va de este octubre a octubre de 2003 Año del Rosario. Dejo esta indicación pastoral a la iniciativa de cada comunidad eclesial. Con ella no quiero obstaculizar, sino más bien integrar y consolidar los planes pastorales de las Iglesias particulares. Confío que sea acogida con prontitud y generosidad. El Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda espiritual y pedagógica, para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva evangelización. Me es grato reiterarlo recordando con gozo también otro aniversario: los 40 años del comienzo del Concilio Ecuménico Vaticano II (11 de octubre de 1962), él «gran don de gracia» dispensada por el espíritu de Dios a la Iglesia de nuestro tiempo. [7]       

Objeciones al Rosario 

4. La oportunidad de esta iniciativa se basa en diversas consideraciones. La primera se refiere a la urgencia de afrontar una cierta crisis de esta oración que, en el actual contexto histórico y teológico, corre el riesgo de ser infravalorada injustamente y, por tanto, poco propuesta a las nuevas generaciones. Hay quien piensa que la centralidad de la Liturgia, acertadamente subrayada por el Concilio Ecuménico Vaticano II, tenga necesariamente como consecuencia una disminución de la importancia del Rosario. En realidad, como puntualizó Pablo VI, esta oración no sólo no se opone a la Liturgia, sino que le da soporte, ya que la introduce y la recuerda, ayudando a vivirla con plena participación interior, recogiendo así sus frutos en la vida cotidiana. Quizás hay también quien teme que pueda resultar poco ecuménica por su carácter marcadamente mariano. En realidad, se coloca en el más límpido horizonte del culto a la Madre de Dios, tal como el Concilio ha establecido: un culto orientado al centro cristológico de la fe cristiana, de modo que «mientras es honrada la Madre, el Hijo sea debidamente conocido, amado,

Vía de contemplación 

5. Pero el motivo más importante para volver a proponer con determinación la práctica del Rosario es por ser un medio sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del misterio cristiano, que he propuesto en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte como verdadera y propia 'pedagogía de la santidad': «es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración».[9] Mientras en la cultura contemporánea, incluso entre tantas contradicciones, aflora una nueva exigencia de espiritualidad, impulsada también por influjo de otras religiones, es más urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en «auténticas escuelas de oración». [10] El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano.           

Oración por la paz y por la familia 

6.  Algunas circunstancias históricas ayudan a dar un nuevo impulso a la propagación del Rosario. Ante todo, la urgencia de implorar de Dios el don de la paz. El Rosario ha sido propuesto muchas veces por mis Predecesores y por mí mismo como oración por la paz. Al inicio de un milenio que se ha abierto con las horrorosas escenas del atentado del 11 de septiembre de 2001 y que ve cada día en muchas partes del mundo nuevos episodios de sangre y violencia, promover el Rosario significa sumirse en la contemplación del misterio de Aquél que «es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2, 14). No se puede, pues, recitar el Rosario sin sentirse implicados en un compromiso concreto de servir a la paz, con una particular atención a la tierra de Jesús, aún ahora tan atormentada y tan querida por el corazón cristiano. Otro ámbito crucial de nuestro tiempo, que requiere una urgente atención y oración, es el de la familia, célula de la sociedad, amenazada cada vez más por fuerzas disgregadoras, tanto de índole ideológica como práctica, que hacen temer por el futuro de esta fundamental e irrenunciable institución y, con ella, por el destino de toda la sociedad. En el marco de una pastoral familiar más amplia, fomentar el Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrastar los efectos desoladores de esta crisis actual.     

« ¡Ahí tienes a tu madre! » (Jn 19, 27) 

7.  Numerosos signos muestran cómo la Santísima Virgen ejerce también hoy, precisamente a través de esta oración, aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia que el Redentor, poco antes de morir, le confió en la persona del discípulo predilecto: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19, 26). Son conocidas las distintas circunstancias en las que la Madre de Cristo, entre el siglo XIX y XX, ha hecho de algún modo notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios a recurrir a esta forma de oración contemplativa. Deseo en particular recordar, por la incisiva influencia que conservan en la vida de los cristianos y por el acreditado reconocimiento recibido de la Iglesia, las apariciones de Lourdes y Fátima,[11] cuyos Santuarios son meta de numerosos peregrinos, en busca de consuelo y de esperanza.  

Tras las huellas de los testigos 

8.  Sería imposible citar la multitud innumerable de Santos que han encontrado en el Rosario un auténtico camino de santificación. Bastará con recordar a san Luis María Grignion de Montfort, autor de un preciosa obra sobre el Rosario[12] y, más cercano a nosotros, al Padre Pío de Pietrelcina, que recientemente he tenido la alegría de canonizar. Un especial carisma como verdadero apóstol del Rosario tuvo también el Beato Bartolomé Longo. Su camino de santidad se apoya sobre una inspiración sentida en lo más hondo de su corazón: « ¡Quien propaga el Rosario sé salva! ». [13] Basándose en ello, se sintió llamado a construir en Pompeya un templo dedicado a la Virgen del Santo Rosario colindante con los restos de la antigua ciudad, apenas influenciada por el anuncio cristiano antes de quedar cubierta por la erupción del Vesuvio en el año 79 y rescatada de sus cenizas siglos después, como testimonio de las luces y las sombras de la civilización clásica. Con toda su obra y, en particular, a través de los «Quince Sábados», Bartolomé Longo desarrolló el meollo cristológico y contemplativo del Rosario, que ha contado con un particular aliento y apoyo en León XIII, el «Papa del Rosario».  

CAPÍTULO I 

CONTEMPLAR A CRISTO  CON MARÍA      

Un rostro brillante como el sol 

9.  «Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol» (Mt 17,2) . La escena evangélica de la transfiguración de Cristo, en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor, puede ser considerada como icono de la contemplación cristiana. Fijar los ojos en el rostro de Cristo, descubrir su misterio en el camino ordinario y doloroso de su humanidad, hasta percibir su fulgor divino manifestado definitivamente en el Resucitado glorificado a la derecha del Padre, es la tarea de todos los discípulos de Cristo; por lo tanto, es también la nuestra. Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo. Se realiza así también en nosotros la palabra de san Pablo: «Reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más: así es como actúa el Señor, que es Espíritu» (2 Co 3, 18).    

María modelo de contemplación 

10. La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7). Es desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?  (Lc 2, 48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2, 5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la 'parturienta', ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf. Jn 19, 26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).     

Los recuerdos de María 

11. María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón (Lc 2, 19; cf. 2, 51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el 'rosario' que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que siguen desarrollando la trama de su 'papel' de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los 'misterios' de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María. 

El Rosario, oración contemplativa 

12.  El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: «Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: "Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad" (Mt 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza».[14]Es necesario detenernos en este profundo pensamiento de Pablo VI para poner de relieve algunas dimensiones del Rosario que definen mejor su carácter de contemplación cristológica.    

Recordar a Cristo con María 

13. La contemplación de María es ante todo un recordar. Conviene sin embargo entender esta palabra en el sentido bíblico de la memoria (zakar), que actualiza las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación. La Biblia es narración de acontecimientos salvíficos, que tienen su culmen en el propio Cristo. Estos acontecimientos no son solamente un 'ayer'; son también el 'hoy' de la salvación. Esta actualización se realiza en particular en la Liturgia: lo que Dios ha llevado a cabo hace siglos no concierne solamente a los testigos directos de los acontecimientos, sino que alcanza con su gracia a los hombres de cada época. Esto vale también, en cierto modo, para toda consideración piadosa de aquellos acontecimientos: «hacer memoria» de ellos en actitud de fe y amor significa abrirse a la gracia que Cristo nos ha alcanzado con sus misterios de vida, muerte y resurrección. Por esto, mientras se reafirma con el Concilio Vaticano II que la Liturgia, como ejercicio del oficio sacerdotal de Cristo y culto público, es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza»,[15] también es necesario recordar que la vida espiritual « no se agota sólo con la participación en la sagrada Liturgia. El cristiano, llamado a orar en común, debe no obstante, entrar también en su interior para orar al Padre, que ve en lo escondido (cf. Mt 6, 6); más aún: según enseña el Apóstol, debe orar sin interrupción (cf. 1 Ts 5, 17) ».[16] El Rosario, con su carácter específico, pertenece a este variado panorama de la oración 'incesante', y si la Liturgia, acción de Cristo y de la Iglesia, es acción salvífica por excelencia, el Rosario, en cuanto meditación sobre Cristo con María, es contemplación saludable. En efecto, penetrando, de misterio en misterio, en la vida del Redentor, hace que cuanto Él ha realizado y la Liturgia actualiza sea asimilado profundamente y forje la propia existencia.      

Comprender a Cristo desde María 

14. Cristo es el Maestro por excelencia, el revelador y la revelación. No se trata sólo de comprender las cosas que Él ha enseñado, sino de 'comprenderle a Él'. Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo (cf. Jn 14, 26; 15, 26; 16, 13), entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio.El primero de los 'signos' llevado a cabo por Jesús –la transformación del agua en vino en las bodas de Caná– nos muestra a María precisamente como maestra, mientras exhorta a los criados a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf. Jn 2, 5). Y podemos imaginar que ha desempeñado esta función con los discípulos después de la Ascensión de Jesús, cuando se quedó con ellos esperando el Espíritu Santo y los confortó en la primera misión. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la 'escuela' de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje.Una escuela, la de María, mucho más eficaz, si se piensa que Ella la ejerce consiguiéndonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo tiempo, el ejemplo de aquella «peregrinación de la fe»,[17] en la cual es maestra incomparable. Ante cada misterio del Hijo, Ella nos invita, como en su Anunciación, a presentar con humildad los interrogantes que conducen a la luz, para concluir siempre con la obediencia de la fe: « He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra » (Lc 1, 38).     

Configurarse a Cristo con María 

15. La espiritualidad cristiana tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro (cf. Rm 8, 29; Flp 3, 10. 21). La efusión del Espíritu en el Bautismo une al creyente como el sarmiento a la vid, que es Cristo (cf. Jn 15, 5), lo hace miembro de su Cuerpo místico (cf. 1 Co 12, 12; Rm 12, 5). A esta unidad inicial, sin embargo, ha de corresponder un camino de adhesión creciente a Él, que oriente cada vez más el comportamiento del discípulo según la 'lógica' de Cristo: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo» (Flp 2, 5). Hace falta, según las palabras del Apóstol, «revestirse de Cristo» (cf. Rm 13, 14; Ga 3, 27).En el recorrido espiritual del Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo –en compañía de María– este exigente ideal de configuración con Él se consigue a través de una asiduidad que pudiéramos decir 'amistosa'. Ésta nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y nos hace como 'respirar' sus sentimientos. Acerca de esto dice el Beato Bartolomé Longo: «Como dos amigos, frecuentándose, suelen parecerse también en las costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los Misterios del Rosario, y formando juntos una misma vida de comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a ellos, y aprender de estos eminentes ejemplos el vivir humilde, pobre, escondido, paciente y perfecto».[18]Además, mediante este proceso de configuración con Cristo, en el Rosario nos encomendamos en particular a la acción materna de la Virgen Santa. Ella, que es la madre de Cristo y a la vez miembro de la Iglesia como «miembro supereminente y completamente singular»,[19] es al mismo tiempo 'Madre de la Iglesia'. Como tal 'engendra' continuamente hijos para el Cuerpo místico del Hijo. Lo hace mediante su intercesión, implorando para ellos la efusión inagotable del Espíritu. Ella es el icono perfecto de la maternidad de la Iglesia.El Rosario nos transporta místicamente junto a María, dedicada a seguir el crecimiento humano de Cristo en la casa de Nazaret. Eso le permite educarnos y modelarnos con la misma diligencia, hasta que Cristo «sea formado» plenamente en nosotros (cf. Ga 4, 19). Esta acción de María, basada totalmente en la de Cristo y subordinada radicalmente a ella, «favorece, y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creyentes con Cristo».[20] Es el principio iluminador expresado por el Concilio Vaticano II, que tan intensamente he experimentado en mi vida, haciendo de él la base de mi lema episcopal: Totus tuus.[21] Un lema, como es sabido, inspirado en la doctrina de san Luis María Grignion de Montfort, que explicó así el papel de María en el proceso de configuración de cada uno de nosotros con Cristo: «Como quiera que toda nuestra perfección consiste en el ser conformes, unidos y consagrados a Jesucristo, la más perfecta de las devociones es, sin duda alguna, la que nos conforma, nos une y nos consagra lo más perfectamente posible a Jesucristo. Ahora bien, siendo María, de todas las criaturas, la más conforme a Jesucristo, se sigue que, de todas las devociones, la que más consagra y conforma un alma a Jesucristo es la devoción a María, su Santísima Madre, y que cuanto más consagrada esté un alma a la Santísima Virgen, tanto más lo estará a Jesucristo».[22] De verdad, en el Rosario el camino de Cristo y el de María se encuentran profundamente unidos. ¡María no vive más que en Cristo y en función de Cristo!      

Rogar a Cristo con María 

16. Cristo nos ha invitado a dirigirnos a Dios con insistencia y confianza  para ser escuchados: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá» (Mt 7, 7). El fundamento de esta eficacia de la oración es la bondad del Padre, pero también la mediación de Cristo ante Él (cf. 1 Jn 2, 1) y la acción del Espíritu Santo, que «intercede por nosotros» (Rm 8, 26-27) según los designios de Dios. En efecto, nosotros «no sabemos cómo pedir» (Rm 8, 26) y a veces no somos escuchados porque pedimos mal (cf. St 4, 2-3).Para apoyar la oración, que Cristo y el Espíritu hacen brotar en nuestro corazón, interviene María con su intercesión materna. «La oración de la Iglesia está como apoyada en la oración de María».[23] Efectivamente, si Jesús, único Mediador, es el Camino de nuestra oración, María, pura transparencia de Él, muestra el Camino, y «a partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios».[24] En las bodas de Cana, el Evangelio muestra precisamente la eficacia de la intercesión de María, que se hace portavoz ante Jesús de las necesidades humanas: «No tienen vino» (Jn 2, 3). El Rosario es a la vez meditación y súplica. La plegaria insistente a la Madre de Dios se apoya en la confianza de que su materna intercesión lo puede todo ante el corazón del Hijo. Ella es «omnipotente por gracia», como, con audaz expresión que debe entenderse bien, dijo en su Súplica a la Virgen el Beato Bartolomé Longo.[25] Basada en el Evangelio, ésta es una certeza que se ha ido consolidando por experiencia propia en el pueblo cristiano. El eminente poeta Dante la interpreta estupendamente, siguiendo a san Bernardo, cuando canta: «Mujer, eres tan grande y tanto vales, que quien desea una gracia y no recurre a ti, quiere que su deseo vuele sin alas».[26]En el Rosario, mientras suplicamos a María, templo del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 35), Ella intercede por nosotros ante el Padre que la ha llenado de gracia y ante el Hijo nacido de su seno, rogando con nosotros y por nosotros.      

Anunciar a Cristo con María 

17. El Rosario es también un itinerario de anuncio y de profundización, en el que el misterio de Cristo es presentado continuamente en los diversos aspectos de la experiencia cristiana. Es una presentación orante y contemplativa, que trata de modelar al cristiano según el corazón de Cristo. Efectivamente, si en el rezo del Rosario se valoran adecuadamente todos sus elementos para una meditación eficaz, se da, especialmente en la celebración comunitaria en las parroquias y los santuarios, una significativa oportunidad catequética que los Pastores deben saber aprovechar. La Virgen del Rosario continúa también de este modo su obra de anunciar a Cristo. La historia del Rosario muestra cómo esta oración ha sido utilizada especialmente por los Dominicos, en un momento difícil para la Iglesia a causa de la difusión de la herejía. Hoy estamos ante nuevos desafíos. ¿Por qué no volver a tomar en la mano las cuentas del rosario con la fe de quienes nos han precedido? El Rosario conserva toda su fuerza y sigue siendo un recurso importante en el bagaje pastoral de todo buen evangelizador.         

CAPÍTULO II

MISTERIOS DE CRISTO, MISTERIOS DE LA MADRE 

El Rosario «compendio del Evangelio» 

18. A la contemplación del rostro de Cristo sólo se llega escuchando, en el Espíritu, la voz del Padre, pues «nadie conoce bien al Hijo sino el Padre» (Mt 11, 27). Cerca de Cesarea de Felipe, ante la confesión de Pedro, Jesús puntualiza de dónde proviene esta clara intuición sobre su identidad: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). Así pues, es necesaria la revelación de lo alto. Pero, para acogerla, es indispensable ponerse a la escucha: «Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio»[27]El Rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana orientada a la contemplación del rostro de Cristo. Así lo describía el Papa Pablo VI: « Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica. En efecto, su elemento más característico –la repetición litánica del "Dios te salve, María"– se convierte también en alabanza constante a Cristo, término último del anuncio del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: "Bendito el fruto de tu seno" (Lc 1,42). Diremos más: la repetición del Ave Maria constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los misterios: el Jesús que toda Ave María recuerda es el mismo que la sucesión de los misterios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen».[28]     

Una incorporación oportuna 

19. De los muchos misterios de la vida de Cristo, el Rosario, tal como se ha consolidado en la práctica más común corroborada por la autoridad eclesial, sólo considera algunos. Dicha selección proviene del contexto original de esta oración, que se organizó teniendo en cuenta el número 150, que es el mismo de los Salmos.No obstante, para resaltar el carácter cristológico del Rosario, considero oportuna una incorporación que, si bien se deja a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, les permita contemplar también los misterios de la vida pública de Cristo desde el Bautismo a la Pasión. En efecto, en estos misterios contemplamos aspectos importantes de la persona de Cristo como revelador definitivo de Dios. Él es quien, declarado Hijo predilecto del Padre en el Bautismo en el Jordán, anuncia la llegada del Reino, dando testimonio de él con sus obras y proclamando sus exigencias. Durante la vida pública es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como misterio de luz: «Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo» (Jn 9, 5). Para que pueda decirse que el Rosario es más plenamente 'compendio del Evangelio', es conveniente pues que, tras haber recordado la encarnación y la vida oculta de Cristo (misterios de gozo), y antes de considerar los sufrimientos de la pasión (misterios de dolor) y el triunfo de la resurrección (misterios de gloria), la meditación se centre también en algunos momentos particularmente significativos de la vida pública (misterios de luz). Esta incorporación de nuevos misterios, sin prejuzgar ningún aspecto esencial de la estructura tradicional de esta oración, se orienta a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria.    

Misterios de gozo 

20. El primer ciclo, el de los «misterios gozosos», se caracteriza efectivamente por el gozo que produce el acontecimiento de la encarnación. Esto es evidente desde la anunciación, cuando el saludo de Gabriel a la Virgen de Nazaret se une a la invitación a la alegría mesiánica: «Alégrate, María». A este anuncio apunta toda la historia de la salvación, es más, en cierto modo, la historia misma del mundo. En efecto, si el designio del Padre es de recapitular en Cristo todas las cosas (cf. Ef 1, 10), el don divino con el que el Padre se acerca a María para hacerla Madre de su Hijo alcanza a todo el universo. A su vez, toda la humanidad está como implicada en el fiat con el que Ella responde prontamente a la voluntad de Dios.El regocijo se percibe en la escena del encuentro con Isabel, dónde la voz misma de María y la presencia de Cristo en su seno hacen «saltar de alegría» a Juan (cf. Lc 1, 44). Repleta de gozo es la escena de Belén, donde el nacimiento del divino Niño, el Salvador del mundo, es cantado por los ángeles y anunciado a los pastores como «una gran alegría» (Lc 2, 10).Pero ya los dos últimos misterios, aun conservando el sabor de la alegría, anticipan indicios del drama. En efecto, la presentación en el templo, a la vez que expresa la dicha de la consagración y extasía al viejo Simeón, contiene también la profecía de que el Niño será «señal de contradicción» para Israel y de que una espada traspasará el alma de la Madre (cf. Lc 2, 34-35). Gozoso y dramático al mismo tiempo es también el episodio de Jesús de 12 años en el templo. Aparece con su sabiduría divina mientras escucha y pregunta, y ejerciendo sustancialmente el papel de quien 'enseña'. La revelación de su misterio de Hijo, dedicado enteramente a las cosas del Padre, anuncia aquella radicalidad evangélica que, ante las exigencias absolutas del Reino, cuestiona hasta los más profundos lazos de afecto humano. José y María mismos, sobresaltados y angustiados, «no comprendieron» sus palabras (Lc 2, 50).De este modo, meditar los misterios «gozosos» significa adentrarse en los motivos últimos de la alegría cristiana y en su sentido más profundo. Significa fijar la mirada sobre lo concreto del misterio de la Encarnación y sobre el sombrío preanuncio del misterio del dolor salvífico. María nos ayuda a aprender el secreto de la alegría cristiana, recordándonos que el cristianismo es ante todo evangelio, 'buena noticia', que tiene su centro o, mejor dicho, su contenido mismo, en la persona de Cristo, el Verbo hecho carne, único Salvador del mundo.    

Misterios de luz 

21. Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial «misterios de luz». En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es «la luz del mundo» (Jn 8, 12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino. Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos significativos –misterios «luminosos»– de esta fase de la vida de Cristo, pienso que se pueden señalar: 1. su Bautismo en el Jordán; 2. su autorrevelación en las bodas de Cana; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. su Transfiguración; 5. institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona misma de Jesús. Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera. Misterio de luz es el comienzo de los signos en Cana (cf. Jn 2, 1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente. Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2, 3-13; Lc 7,47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia. Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo « escuchen » (cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo. Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad « hasta el extremo » (Jn13, 1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio.Excepto en el de Cana, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Cana acompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Cana y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los «misterios de luz».     

Misterios de dolor 

22. Los Evangelios dan gran relieve a los misterios del dolor de Cristo. La piedad cristiana, especialmente en la Cuaresma, con la práctica del Via Crucis, se ha detenido siempre sobre cada uno de los momentos de la Pasión, intuyendo que ellos son el culmen de la revelación del amor y la fuente de nuestra salvación. El Rosario escoge algunos momentos de la Pasión, invitando al orante a fijar en ellos la mirada de su corazón y a revivirlos. El itinerario meditativo se abre con Getsemaní, donde Cristo vive un momento particularmente angustioso frente a la voluntad del Padre, contra la cual la debilidad de la carne se sentiría inclinada a rebelarse. Allí, Cristo se pone en lugar de todas las tentaciones de la humanidad y frente a todos los pecados de los hombres, para decirle al Padre: «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42 par.). Este «sí» suyo cambia él «no» de los progenitores en el Edén. Y cuánto le costaría esta adhesión a la voluntad del Padre se muestra en los misterios siguientes, en los que, con la flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario y la muerte en cruz, se ve sumido en la mayor ignominia: Ecce homo! En este oprobio no sólo se revela el amor de Dios, sino el sentido mismo del hombre. Ecce homo: quien quiera conocer al hombre, ha de saber descubrir su sentido, su raíz y su cumplimiento en Cristo, Dios que se humilla por amor «hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Los misterios de dolor llevan el creyente a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz junto a María, para penetrar con ella en la inmensidad del amor de Dios al hombre y sentir toda su fuerza regeneradora.     

Misterios de gloria 

23. «La contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado!».[29] El Rosario ha expresado siempre esta convicción de fe, invitando al creyente a superar la oscuridad de la Pasión para fijarse en la gloria de Cristo en su Resurrección y en su Ascensión. Contemplando al Resucitado, el cristiano descubre de nuevo las razones de la propia fe (cf. 1 Co 15, 14), y revive la alegría no solamente de aquellos a los que Cristo se manifestó –los Apóstoles, la Magdalena, los discípulos de Emaús–, sino también el gozo de María, que experimentó de modo intenso la nueva vida del Hijo glorificado. A esta gloria, que con la Ascensión pone a Cristo a la derecha del Padre, sería elevada Ella misma con la Asunción, anticipando así, por especialísimo privilegio, el destino reservado a todos los justos con la resurrección de la carne. Al fin, coronada de gloria –como aparece en el último misterio glorioso–, María resplandece como Reina de los Ángeles y los Santos, anticipación y culmen de la condición escatológica del Iglesia. En el centro de este itinerario de gloria del Hijo y de la Madre, el Rosario considera, en el tercer misterio glorioso, Pentecostés, que muestra el rostro de la Iglesia como una familia reunida con María, avivada por la efusión impetuosa del Espíritu y dispuesta para la misión evangelizadora. La contemplación de éste, como de los otros misterios gloriosos, ha de llevar a los creyentes a tomar conciencia cada vez más viva de su nueva vida en Cristo, en el seno de la Iglesia; una vida cuyo gran 'icono' es la escena de Pentecostés. De este modo, los misterios gloriosos alimentan en los creyentes la esperanza en la meta escatológica, hacia la cual se encaminan como miembros del Pueblo de Dios peregrino en la historia. Esto les impulsará necesariamente a dar un testimonio valiente de aquel «gozoso anuncio» que da sentido a toda su vida.      

De los “Misterios” al “Misterio”: el camino de María     

24. Los ciclos de meditaciones propuestos en el Santo Rosario no son ciertamente exhaustivos, pero llaman la atención sobre lo esencial, preparando el ánimo para gustar un conocimiento de Cristo, que se alimenta continuamente del manantial puro del texto evangélico. Cada rasgo de la vida de Cristo, tal como lo narran los Evangelistas, refleja aquel Misterio que supera todo conocimiento (cf. Ef 3, 19). Es el Misterio del Verbo hecho carne, en el cual «reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica insiste tanto en los misterios de Cristo, recordando que «todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio».[30] El «duc in altum» de la Iglesia en el tercer Milenio se basa en la capacidad de los cristianos de alcanzar «en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2, 2-3). La Carta a los Efesios desea ardientemente a todos los bautizados: «Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor [...], podáis conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios» (3, 17-19).El Rosario promueve este ideal, ofreciendo el 'secreto' para abrirse más fácilmente a un conocimiento profundo y comprometido de Cristo. Podríamos llamarlo el camino de María. Es el camino del ejemplo de la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de escucha. Es al mismo tiempo el camino de una devoción mariana consciente de la inseparable relación que une Cristo con su Santa Madre: los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso cuando Ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que Ella vive de Él y por Él. Haciendo nuestras en el Ave Maria las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su corazón, él «fruto bendito de su vientre» (cf. Lc 1, 42).     

Misterio de Cristo, “Misterio” del hombre     

25. En el testimonio ya citado de 1978 sobre el Rosario como mi oración predilecta, expresé un concepto sobre el que deseo volver. Dije entonces que « el simple rezo del Rosario marca el ritmo de la vida humana ».[31]A la luz de las reflexiones hechas hasta ahora sobre los misterios de Cristo, no es difícil profundizar en esta consideración antropológica del Rosario. Una consideración más radical de lo que puede parecer a primera vista. Quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también en Él la verdad sobre el hombre. Ésta es la gran afirmación del Concilio Vaticano II, que tantas veces he hecho objeto de mi magisterio, a partir de la Carta Encíclica Redemptor hominis: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado».[32] El Rosario ayuda a abrirse a esta luz. Siguiendo el camino de Cristo, el cual «recapitula» el camino del hombre,[33] desvelado y redimido, el creyente se sitúa ante la imagen del verdadero hombre. Contemplando su nacimiento aprende el carácter sagrado de la vida, mirando la casa de Nazaret se percata de la verdad originaria de la familia según el designio de Dios, escuchando al Maestro en los misterios de su vida pública encuentra la luz para entrar en el Reino de Dios y, siguiendo sus pasos hacia el Calvario, comprende el sentido del dolor salvador. Por fin, contemplando a Cristo y a su Madre en la gloria, ve la meta a la que cada uno de nosotros está llamado, si se deja sanar y transfigurar por el Espíritu Santo. De este modo, se puede decir que cada misterio del Rosario, bien meditado, ilumina el misterio del hombre.Al mismo tiempo, resulta natural presentar en este encuentro con la santa humanidad del Redentor tantos problemas, afanes, fatigas y proyectos que marcan nuestra vida. «Descarga en el señor tu peso, y él te sustentará» (Sal 55, 23). Meditar con el Rosario significa poner nuestros afanes en los corazones misericordiosos de Cristo y de su Madre. Después de largos años, recordando los sinsabores, que no han faltado tampoco en el ejercicio del ministerio petrino, deseo repetir, casi como una cordial invitación dirigida a todos para que hagan de ello una experiencia personal: sí, verdaderamente el Rosario « marca el ritmo de la vida humana », para armonizarla con el ritmo de la vida divina, en gozosa comunión con          la Santísima Trinidad, destino y anhelo de nuestra existencia.       

CAPÍTULO III

« PARA MÍ LA VIDA ES CRISTO »     

El Rosario, camino de asimilación del misterio 

26. El Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con un método característico, adecuado para favorecer su asimilación. Se trata del método basado en la repetición. Esto vale ante todo para el Ave Maria, que se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos superficialmente esta repetición, se podría pensar que el Rosario es una práctica árida y aburrida. En cambio, se puede hacer otra consideración sobre el Rosario, si se toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse a la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre nuevas respecto al sentimiento que las inspira.En Cristo, Dios ha asumido verdaderamente un «corazón de carne». Cristo no solamente tiene un corazón divino, rico en misericordia y perdón, sino también un corazón humano, capaz de todas las expresiones de afecto. A este respecto, si necesitáramos un testimonio evangélico, no sería difícil encontrarlo en el conmovedor diálogo de Cristo con Pedro después de la Resurrección. «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Tres veces se le hace la pregunta, tres veces Pedro responde: «Señor, tú lo sabes que te quiero» (cf. Jn 21, 15-17). Más allá del sentido específico del pasaje, tan importante para la misión de Pedro, a nadie se le escapa la belleza de esta triple repetición, en la cual la reiterada pregunta y la respuesta se expresan en términos bien conocidos por la experiencia universal del amor humano. Para comprender el Rosario, hace falta entrar en la dinámica psicológica que es propia del amor.Una cosa está clara: si la repetición del Ave Maria se dirige directamente a María, el acto de amor, con Ella y por Ella, se dirige a Jesús. La repetición favorece el deseo de una configuración cada vez más plena con Cristo, verdadero 'programa' de la vida cristiana. San Pablo lo ha enunciado con palabras ardientes: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia» (Flp 1, 21). Y también: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20). El Rosario nos ayuda a crecer en esta configuración hasta la meta de la santidad.       

Un método válido...     

27. No debe extrañarnos que la relación con Cristo se sirva de la ayuda de un método. Dios se comunica con el hombre respetando nuestra naturaleza y sus ritmos vitales. Por esto la espiritualidad cristiana, incluso conociendo las formas más sublimes del silencio místico, en el que todas las imágenes, palabras y gestos son como superados por la intensidad de una unión inefable del hombre con Dios, se caracteriza normalmente por la implicación de toda la persona, en su compleja realidad psicofísica y relacional.Esto aparece de modo evidente en la Liturgia. Los Sacramentos y los Sacramentales están estructurados con una serie de ritos relacionados con las diversas dimensiones de la persona. También la oración no litúrgica expresa la misma exigencia. Esto se confirma por el hecho de que, en Oriente, la oración más característica de la meditación cristológica, la que está centrada en las palabras «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador»,[34] está vinculada tradicionalmente con el ritmo de la respiración, que, mientras favorece la perseverancia en la invocación, da como una consistencia física al deseo de que Cristo se convierta en el aliento, el alma y el 'todo' de la vida.     

... que, no obstante, se puede mejorar. 

28. En la Carta apostólica Novo millennio ineunte he recordado que en Occidente existe hoy también una renovada exigencia de meditación, que encuentra a veces en otras religiones modalidades bastante atractivas.[35] Hay cristianos que, al conocer poco la tradición contemplativa cristiana, se dejan atraer por tales propuestas. Sin embargo, aunque éstas tengan elementos positivos y a veces compaginables con la experiencia cristiana, a menudo esconden un fondo ideológico inaceptable. En dichas experiencias abunda también una metodología que, pretendiendo alcanzar una alta concentración espiritual, usa técnicas de tipo psicofísico, repetitivas y simbólicas. El Rosario forma parte de este cuadro universal de la fenomenología religiosa, pero tiene características propias, que responden a las exigencias específicas de la vida cristiana. En efecto, el Rosario es un método para contemplar. Como método, debe ser utilizado en relación al fin y no puede ser un fin en sí mismo. Pero tampoco debe infravalorarse, dado que es fruto de una experiencia secular. La experiencia de innumerables Santos aboga en su favor. Lo cual no impide que pueda ser mejorado. Precisamente a esto se orienta la incorporación, en el ciclo de los misterios, de la nueva serie de los mysteria lucis, junto con algunas sugerencias sobre el rezo del Rosario que propongo en esta Carta. Con ello, aunque respetando la estructura firmemente consolidada de esta oración, quiero ayudar a los fieles a comprenderla en sus aspectos simbólicos, en sintonía con las exigencias de la vida cotidiana. De otro modo, existe el riesgo de que esta oración no sólo no produzca los efectos espirituales deseados, sino que el rosario mismo con el que suele recitarse, acabe por considerarse como un amuleto o un objeto mágico, con una radical distorsión de su sentido y su cometido     

El enunciado del misterio 

29. Enunciar el misterio, y tener tal vez la oportunidad de contemplar al mismo tiempo una imagen que lo represente, es como abrir un escenario en el cual concentrar la atención. Las palabras conducen la imaginación y el espíritu a aquel determinado episodio o momento de la vida de Cristo. En la espiritualidad que se ha desarrollado en la Iglesia, tanto a través de la veneración de imágenes que enriquecen muchas devociones con elementos sensibles, como también del método propuesto por san Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales, se ha recurrido al elemento visual e imaginativo (la compositio loci) considerándolo de gran ayuda para favorecer la concentración del espíritu en el misterio. Por lo demás, es una metodología que se corresponde con la lógica misma de la Encarnación: Dios ha querido asumir, en Jesús, rasgos humanos. Por medio de su realidad corpórea, entramos en contacto con su misterio divino.El enunciado de los varios misterios del Rosario se corresponde también con esta exigencia de concreción. Es cierto que no sustituyen al Evangelio ni tampoco se refieren a todas sus páginas. El Rosario, por tanto, no reemplaza la lectio divina, sino que, por el contrario, la supone y la promueve. Pero si los misterios considerados en el Rosario, aun con el complemento de los mysteria lucis, se limita a las líneas fundamentales de la vida de Cristo, a partir de ellos la atención se puede extender fácilmente al resto del Evangelio, sobre todo cuando el Rosario se recita en momentos especiales de prolongado recogimiento.     

La escucha de la Palabra de Dios 

30. Para dar fundamento bíblico y mayor profundidad a la meditación, es útil que al enunciado del misterio siga la proclamación del pasaje bíblico correspondiente, que puede ser más o menos largo según las circunstancias. En efecto, otras palabras nunca tienen la eficacia de la palabra inspirada. Ésta debe ser escuchada con la certeza de que es Palabra de Dios, pronunciada para hoy y «para mí».Acogida de este modo, la Palabra entra en la metodología de la repetición del Rosario sin el aburrimiento que produciría la simple reiteración de una información ya conocida. No, no se trata de recordar una información, sino de dejar 'hablar' a Dios. En alguna ocasión solemne y comunitaria, esta palabra se puede ilustrar con algún breve comentario.          

El silencio

31. La escucha y la meditación se alimentan del silencio. Es conveniente que, después de enunciar el misterio y proclamar la Palabra, esperemos unos momentos antes de iniciar la oración vocal, para fijar la atención sobre el misterio meditado. El redescubrimiento del valor del silencio es uno de los secretos para la práctica de la contemplación y la meditación. Uno de los límites de una sociedad tan condicionada por la tecnología y los medios de comunicación social es que el silencio se hace cada vez más difícil. Así como en la Liturgia se recomienda que haya momentos de silencio, en el rezo del Rosario es también oportuno hacer una breve pausa después de escuchar la Palabra de Dios, concentrando el espíritu en el contenido de un determinado misterio.     

El «Padrenuestro» 

32. Después de haber escuchado la Palabra y centrado la atención en el misterio, es natural que el ánimo se eleve hacia el Padre. Jesús, en cada uno de sus misterios, nos lleva siempre al Padre, al cual Él se dirige continuamente, porque descansa en su 'seno' (cf Jn 1, 18). Él nos quiere introducir en la intimidad del Padre para que digamos con Él: «¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 15; Ga 4, 6). En esta relación con el Padre nos hace hermanos suyos y entre nosotros, comunicándonos el Espíritu, que es a la vez suyo y del Padre. El «Padrenuestro», puesto como fundamento de la meditación cristológico-mariana que se desarrolla mediante la repetición del Ave Maria, hace que la meditación del misterio, aun cuando se tenga en soledad, sea una experiencia eclesial.     

Las diez «Ave Maria»     

33. Este es el elemento más extenso del Rosario y que a la vez lo convierte en una oración mariana por excelencia. Pero precisamente a la luz del Ave Maria, bien entendida, es donde se nota con claridad que el carácter mariano no se opone al cristológico, sino que más bien lo subraya y lo exalta. En efecto, la primera parte del Ave Maria, tomada de las palabras dirigidas a María por el ángel Gabriel y por santa Isabel, es contemplación adorante del misterio que se realiza en la Virgen de Nazaret. Expresan, por así decir, la admiración del cielo y de la tierra y, en cierto sentido, dejan entrever la complacencia de Dios mismo al ver su obra maestra –la encarnación del Hijo en el seno virginal de María–, análogamente a la mirada de aprobación del Génesis (cf. Gn 1, 31), aquel «pathos con el que Dios, en el alba de la creación, contempló la obra de sus manos».[36] Repetir en el Rosario el Ave Maria nos acerca a la complacencia de Dios: es júbilo, asombro, reconocimiento del milagro más grande de la historia. Es el cumplimiento dela profecía de María: «Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc1, 48).El centro del Ave Maria, casi como engarce entre la primera y la segunda parte, es el nombre de Jesús. A veces, en el rezo apresurado, no se percibe este aspecto central y tampoco la relación con el misterio de Cristo que se está contemplando. Pero es precisamente el relieve que se da al nombre de Jesús y a su misterio lo que caracteriza una recitación consciente y fructuosa del Rosario. Ya Pablo VI recordó en la Exhortación apostólica Marialis cultus la costumbre, practicada en algunas regiones, de realzar el nombre de Cristo añadiéndole una cláusula evocadora del misterio que se está meditando.[37] Es una costumbre loable, especialmente en la plegaria pública. Expresa con intensidad la fe cristológica, aplicada a los diversos momentos de la vida del Redentor. Es profesión de fe y, al mismo tiempo, ayuda a mantener atenta la meditación, permitiendo vivir la función asimiladora, innata en la repetición del Ave Maria, respecto al misterio de Cristo. Repetir el nombre de Jesús –el único nombre del cual podemos esperar la salvación (cf. Hch 4, 12)– junto con el de su Madre Santísima, y como dejando que Ella misma nos lo sugiera, es un modo de asimilación, que aspira a hacernos entrar cada vez más profundamente en la vida de Cristo. De la especial relación con Cristo, que hace de María la Madre de Dios, la Theotòkos, deriva, además, la fuerza de la súplica con la que nos dirigimos a Ella en la segunda parte de la oración, confiando a su materna intercesión nuestra vida y la hora de nuestra muerte.     

El «Gloria»     

34. La doxología trinitaria es la meta de la contemplación cristiana. En efecto, Cristo es el camino que nos conduce al Padre en el Espíritu. Si recorremos este camino hasta el final, nos encontramos continuamente ante el misterio de las tres Personas divinas que se han de alabar, adorar y agradecer. Es importante que el Gloria, culmen de la contemplación, sea bien resaltado en el Rosario. En el rezo público podría ser cantado, para dar mayor énfasis a esta perspectiva estructural y característica de toda plegaria cristiana. En la medida en que la meditación del misterio haya sido atenta, profunda, fortalecida –de Ave en Ave – por el amor a Cristo y a María, la glorificación trinitaria en cada decena, en vez de reducirse a una rápida conclusión, adquiere su justo tono contemplativo, como para levantar el espíritu a la altura del Paraíso y hacer revivir, de algún modo, la experiencia del Tabor, anticipación de la contemplación futura: «Bueno es estarnos aquí» (Lc 9, 33).     

La jaculatoria final      

35. Habitualmente, en el rezo del Rosario, después de la doxología trinitaria sigue una jaculatoria, que varía según las costumbres. Sin quitar valor a tales invocaciones, parece oportuno señalar que la contemplación de los misterios puede expresar mejor toda su fecundidad si se procura que cada misterio concluya con una oración dirigida a alcanzar los frutos específicos de la meditación del misterio. De este modo, el Rosario puede expresar con mayor eficacia su relación con la vida cristiana. Lo sugiere una bella oración litúrgica, que nos invita a pedir que, meditando los misterios del Rosario, lleguemos a «imitar lo que contienen y a conseguir lo que prometen».[38]Como ya se hace, dicha oración final puede expresarse en varias forma legítimas. El Rosario adquiere así también una fisonomía más adecuada a las diversas tradiciones espirituales y a las distintas comunidades cristianas. En esta perspectiva, es de desear que se difundan, con el debido discernimiento pastoral, las propuestas más significativas, experimentadas tal vez en centros y santuarios marianos que cultivan particularmente la práctica del Rosario, de modo que el Pueblo de Dios pueda acceder a toda auténtica riqueza espiritual, encontrando así una ayuda para la propia contemplación.     

El “Rosario”     

36. Instrumento tradicional para rezarlo es el rosario. En la práctica más superficial, a menudo termina por ser un simple instrumento para contar la sucesión de las Ave Maria. Pero sirve también para expresar un simbolismo, que puede dar ulterior densidad a la contemplación.A este propósito, lo primero que debe tenerse presente es que el rosario está centrado en el Crucifijo, que abre y cierra el proceso mismo de la oración. En Cristo se centra la vida y la oración de los creyentes. Todo parte de Él, todo tiende hacia Él, todo, a través de Él, en el Espíritu Santo, llega al Padre. En cuanto medio para contar, que marca el avanzar de la oración, el rosario evoca el camino incesante de la contemplación y de la perfección cristiana. El Beato Bartolomé Longo lo consideraba también como una 'cadena' que nos une a Dios. Cadena, sí, pero cadena dulce; así se manifiesta la relación con Dios, que es Padre. Cadena 'filial', que nos pone en sintonía con María, la «sierva del Señor» (Lc 1, 38) y, en definitiva, con el propio Cristo, que, aun siendo Dios, se hizo «siervo» por amor nuestro (Flp 2, 7).Es también hermoso ampliar el significado simbólico del rosario a nuestra relación recíproca, recordando de ese modo el vínculo de comunión y fraternidad que nos une a todos en Cristo.     

Inicio y conclusión 

37. En la práctica corriente, hay varios modos de comenzar el Rosario, según los diversos contextos eclesiales. En algunas regiones se suele iniciar con la invocación del Salmo 69: «Dios mío ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme», como para alimentar en el orante la humilde conciencia de su propia indigencia; en otras, se comienza recitando el Credo, como haciendo de la profesión de fe el fundamento del camino contemplativo que se emprende. Éstos y otros modos similares, en la medida que disponen el ánimo para la contemplación, son usos igualmente legítimos. La plegaria se concluye rezando por las intenciones del Papa, para elevar la mirada de quien reza hacia el vasto horizonte de las necesidades eclesiales. Precisamente para fomentar esta proyección eclesial del Rosario, la Iglesia ha querido enriquecerlo con santas indulgencias para quien lo recita con las debidas disposiciones.En efecto, si se hace así, el Rosario es realmente un itinerario espiritual en el que María se hace madre, maestra, guía, y sostiene al fiel con su poderosa intercesión. ¿Cómo asombrarse, pues, si al final de esta oración en la cual se ha experimentado íntimamente la maternidad de María, el espíritu siente necesidad de dedicar una alabanza a la Santísima Virgen, bien con la espléndida oración de la Salve Regina, bien con las Letanías lauretanas? Es como coronar un camino interior, que ha llevado al  fiel al contacto vivo con el misterio de Cristo y de su Madre Santísima.      

La distribución en el tiempo 

38. El Rosario puede recitarse entero cada día, y hay quienes así lo hacen de manera laudable. De ese modo, el Rosario impregna de oración los días de muchos contemplativos, o sirve de compañía a enfermos y ancianos que tienen mucho tiempo disponible. Pero es obvio –y eso vale, con mayor razón, si se añade el nuevo ciclo de los mysteria lucis– que muchos no podrán recitar más que una parte, según un determinado orden semanal. Esta distribución semanal da a los días de la semana un cierto 'color' espiritual, análogamente a lo que hace la Liturgia con las diversas fases del año litúrgico.Según la praxis corriente, el lunes y el jueves están dedicados a los «misterios gozosos», el martes y el viernes a los «dolorosos», el miércoles, el sábado y el domingo a los «gloriosos». ¿Dónde introducir los «misterios de la luz»? Considerando que los misterios gloriosos se proponen seguidos el sábado y el domingo, y que el sábado es tradicionalmente un día de marcado carácter mariano, parece aconsejable trasladar al sábado la segunda meditación semanal de los misterios gozosos, en los cuales la presencia de María es más destacada. Queda así libre el jueves para la meditación de los misterios de la luz. No obstante, esta indicación no pretende limitar una conveniente libertad en la meditación personal y comunitaria, según las exigencias espirituales y pastorales y, sobre todo, las coincidencias litúrgicas que pueden sugerir oportunas adaptaciones. Lo verdaderamente importante es que el Rosario se comprenda y se experimente cada vez más como un itinerario contemplativo. Por medio de él, de manera complementaria a cuanto se realiza en la Liturgia, la semana del cristiano, centrada en el domingo, día de la resurrección, se convierte en un camino a través de los misterios de la vida de Cristo, y Él se consolida en la vida de sus discípulos como Señor del tiempo y de la historia.             

CONCLUSIÓN 

«Rosario bendito de María, cadena dulce que nos unes con Dios» 

39. Lo que se ha dicho hasta aquí expresa ampliamente la riqueza de esta oración tradicional, que tiene la sencillez de una oración popular, pero  también la profundidad teológica de una oración adecuada para quien siente la exigencia de una contemplación más intensa.La Iglesia ha visto siempre en esta oración una particular eficacia, confiando las causas más difíciles a su recitación comunitaria y a su práctica constante. En momentos en los que la cristiandad misma estaba amenazada, se atribuyó a la fuerza de esta oración la liberación del peligro y la Virgen del Rosario fue considerada como propiciadora de la salvación.Hoy deseo confiar a la eficacia de esta oración –lo he señalado al principio– la causa de la paz en el mundo y la de la familia.     

La paz 

40. Las dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo Milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo Alto, capaz de orientar los corazones de quienes viven situaciones conflictivas y de quienes dirigen los destinos de las Naciones, puede hacer esperar en un futuro menos oscuro.El Rosario es una oración orientada por su naturaleza hacia la paz, por el hecho mismo de que contempla a Cristo, Príncipe de la paz y «nuestra paz» (Ef 2, 14). Quien interioriza el misterio de Cristo –y el Rosario tiende precisamente a eso– aprende el secreto de la paz y hace de ello un proyecto de vida. Además, debido a su carácter meditativo, con la serena sucesión del Ave Maria, el Rosario ejerce sobre el orante una acción pacificadora que lo dispone a recibir y experimentar en la profundidad de su ser, y a difundir a su alrededor, paz verdadera, que es un don especial del Resucitado (cf. Jn 14, 27; 20, 21).Es además oración por la paz por la caridad que promueve. Si se recita bien, como verdadera oración meditativa, el Rosario, favoreciendo el encuentro con Cristo en sus misterios, muestra también el rostro de Cristo en los hermanos, especialmente en los que más sufren. ¿Cómo se podría considerar, en los misterios gozosos, el misterio del Niño nacido en Belén sin sentir el deseo de acoger, defender y promover la vida, haciéndose cargo del sufrimiento de los niños en todas las partes del mundo? ¿Cómo podrían seguirse los pasos del Cristo revelador, en los misterios de la luz, sin proponerse el testimonio de sus bienaventuranzas en la vida de cada día? Y ¿cómo contemplar a Cristo cargado con la cruz y crucificado, sin sentir la necesidad de hacerse sus «cireneos» en cada hermano aquejado por el dolor u oprimido por la desesperación? ¿Cómo se podría, en fin, contemplar la gloria de Cristo resucitado y a María coronada como Reina, sin sentir el deseo de hacer este mundo más hermoso, más justo, más cercano al proyecto de Dios?En definitiva, mientras nos hace contemplar a Cristo, el Rosario nos hace también constructores de la paz en el mundo. Por su carácter de petición insistente y comunitaria, en sintonía con la invitación de Cristo a «orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1), nos permite esperar que hoy se pueda vencer también una 'batalla' tan difícil como la de la paz. De este modo, el Rosario, en vez de ser una huida de los problemas del mundo, nos impulsa a examinarlos de manera responsable y generosa, y nos concede la fuerza de afrontarlos con la certeza de la ayuda de Dios y con el firme propósito de testimoniar en cada circunstancia la caridad, «que es él                vínculo de la perfección» (Col 3, 14).     

La familia: los padres...       

41.  Además de oración por la paz, el Rosario es también, desde siempre, una oración de la familia y por la familia. Antes esta oración era apreciada particularmente por las familias cristianas, y ciertamente favorecía su comunión. Conviene no descuidar esta preciosa herencia. Se ha de volver a rezar en familia y a rogar por las familias, utilizando todavía esta forma de plegaria.Si en la Carta apostólica Novo millennio ineunte he alentado la celebración de la Liturgia de las Horas por parte de los laicos en la vida ordinaria de las comunidades parroquiales y de los diversos grupos cristianos,[39] deseo hacerlo igualmente con el Rosario. Se trata de dos caminos no alternativos, sino complementarios, de la contemplación cristiana. Pido, por tanto, a cuantos se dedican a la pastoral de las familias que recomienden con convicción el rezo del Rosario. La familia que reza unida, permanece unida. El Santo Rosario, por antigua tradición, es una oración que se presta particularmente para reunir a la familia. Contemplando a Jesús, cada uno de sus miembros recupera también la capacidad de volverse a mirar a los ojos, para comunicar, solidarizarse, perdonarse recíprocamente y comenzar de nuevo con un pacto de amor renovado por el Espíritu de Dios.Muchos problemas de las familias contemporáneas, especialmente en las sociedades económicamente más desarrolladas, derivan de una creciente dificultad para comunicarse. No se consigue estar juntos y a veces los raros momentos de reunión quedan absorbidos por las imágenes de un televisor. Volver a rezar el Rosario en familia significa introducir en la vida cotidiana otras imágenes muy distintas, las del misterio que salva: la imagen del Redentor, la imagen de su Madre santísima. La familia que reza unida el Rosario reproduce un poco el clima de la casa de Nazaret: Jesús está en el centro, se comparten con él alegrías y dolores, se ponen en sus manos las necesidades y proyectos, se obtienen de él la esperanza y          la fuerza para el camino.      

... y los hijos     

42. Es hermoso y fructuoso confiar también a esta oración el proceso de crecimiento de los hijos. ¿No es acaso, el Rosario, el itinerario de la vida de Cristo, desde su concepción a la muerte, hasta la resurrección y la gloria? Hoy resulta cada vez más difícil para los padres seguir a los hijos en las diversas etapas de su vida. En la sociedad de la tecnología avanzada, de los medios de comunicación social y de la globalización, todo se ha acelerado, y cada día es mayor la distancia cultural entre las generaciones. Los mensajes de todo tipo y las experiencias más imprevisibles hacen mella pronto en la vida de los chicos y los adolescentes, y a veces es angustioso para los padres afrontar los peligros que corren los hijos. Con frecuencia se encuentran ante desilusiones fuertes, al constatar los fracasos de los hijos ante la seducción de la droga, los atractivos de un hedonismo desenfrenado, las tentaciones de la violencia o las formas tan diferentes del sinsentido y la desesperación.Rezar con el Rosario por los hijos, y mejor aún, con los hijos, educándolos desde su tierna edad para este momento cotidiano de «intervalo de oración» de la familia, no es ciertamente la solución de todos los problemas, pero es una ayuda espiritual que no se debe minimizar. Se puede objetar que el Rosario parece una oración poco adecuada para los gustos de los chicos y los jóvenes de hoy. Pero quizás esta objeción se basa en un modo poco esmerado de rezarlo. Por otra parte, salvando su estructura fundamental, nada impide que, para ellos, el rezo del Rosario –tanto en familia como en los grupos– se enriquezca con oportunas aportaciones simbólicas y prácticas, que favorezcan su comprensión y valorización. ¿Por qué no probarlo? Una pastoral juvenil no derrotista, apasionada y creativa –¡las Jornadas Mundiales de la Juventud han dado buena prueba de ello!– es capaz de dar, con la ayuda de Dios, pasos verdaderamente significativos. Si el Rosario se presenta bien, estoy seguro de que los jóvenes mismos serán capaces de sorprender una vez más a los adultos, haciendo propia esta oración y recitándola con el entusiasmo típico de su edad.     

El Rosario, un tesoro que recuperar 

43. Queridos hermanos y hermanas: Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana. Hagámoslo sobre todo en este año, asumiendo esta propuesta como una consolidación de la línea trazada en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, en la cual se han inspirado los planes pastorales de muchas Iglesias particulares al programar los objetivos para el próximo futuro.Me dirijo en particular a vosotros, queridos Hermanos en el Episcopado, sacerdotes y diáconos, y a vosotros, agentes pastorales en los diversos ministerios, para que, teniendo la experiencia personal de la belleza del Rosario, os convirtáis en sus diligentes promotores.Confío también en vosotros, teólogos, para que, realizando una reflexión a la vez rigurosa y sabia, basada en la Palabra de Dios y sensible a la vivencia del pueblo cristiano, ayudéis a descubrir los fundamentos bíblicos, las riquezas espirituales y la validez pastoral de esta oración tradicional.Cuento con vosotros, consagrados y consagradas, llamados de manera particular a contemplar el rostro de Cristo siguiendo el ejemplo de María.Pienso en todos vosotros, hermanos y hermanas de toda condición, en vosotras, familias cristianas, en vosotros, enfermos y ancianos, en vosotros, jóvenes: tomad con confianza entre las manos el rosario, descubriéndolo de nuevo a la luz de la Escritura, en armonía con la Liturgia y en el contexto de la vida cotidiana.¡Qué este llamamiento mío no sea en balde! Al inicio del vigésimo quinto año de Pontificado, pongo esta Carta apostólica en las manos de la Virgen María, postrándome espiritualmente ante su imagen en su espléndido Santuario edificado por el Beato Bartolomé Longo, apóstol del Rosario. Hago mías con gusto las palabras conmovedoras con las que él termina la célebre Súplica a la Reina del Santo Rosario: «Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para ti el último beso de la vida que se apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario de Pompeya, oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el cielo».              

Vaticano, 16 octubre del año 2002, inicio del vigésimo quinto de mi Pontificado.      

JUAN PABLO II 

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